Cuando en un mundo donde los seres humanos nos comunicamos con las cosas de manera siempre sometida al control de la mediación de filtros como es el lenguaje, aparte los prejuicios que en la propia cultura nos llegan implícitos, el riesgo de los equívocos y de la progresiva des-naturalización del ser humano es muy alto. Uno de los consejos de algunos textos de la India clásica de los Upanishads, era el de meditar sobre el lenguaje. Me pregunto si no sería igualmente importante tratar de meditar sobre la realidad de las cosas, nosotros entre ellas, con similar intensidad… ¿Acaso no invitaba no hace tanto un gran filósofo del siglo XX a ir a las cosas? Hablo de Husserl. ¿Y no pide los mismo en no pocos de sus textos ese gran poeta que es Claudio Rodríguez, por no citar a otros más? Y es entonces que se me aparece, como un repentino fantasma que nada tiene que ver con las fantasmagorías de la mente incontrolada, el problema de la palabra poética. Un fantasma, dicho sea de paso, al que muchos consideramos nuestro más fiel camarada: incluso cuando somos malos o muy regulares poetas, que me temo sea mi caso. Y no lo digo por falsa humildad, sino porque me acuerdo de poemas de César Vallejo, de Federico García Lorca, o de Juan Ramón Jiménez, y tiemblo por dentro. Y si nos acercamos a San Juan de la Cruz, sólo asombro y mudez es lo que impera en uno: aquel su “... un no sé qué queda balbuciendo”, con esas reiteradas /”…que-que-que(dan)”/ que sugieren, en el verso mismo, el balbuceo del que habla. Por no entrar en muchas más excelsas palabras de Juan de Yepes para su siglo.
En un sentido muy literal, sólo es “palabra poética” aquella que es creadora de algo. Pero, ¿de algo como qué? Creo que de algo como una especial sensibilidad del mundo y ante el mundo, de las cosas que nos llegan y de las que sólo intuimos un cierto “quid”: y de algo como lo que sentimos por nosotros mismos o como lo que nos hacen sentir los acontecimientos que vamos viviendo a lo largo de la vida.
La palabra poética, en ese sentido, tiene que ser demiúrgica, reveladora de oscuridades y, a la vez, “re-velante”. Y rebelde. Y reparemos en que “re-velante” es un término bivalente: descubre y esconde. Revela. que es descubre, y re-vela, que es “vuelve a velar”- Recuerdo haber leído algo de Francisco Chica sobre esta cuestión, pero ahora, cuando estas cosas escribo, mi memoria se niega a darme títulos, a ubicarme en todos los contextos que yo desearía, y sólo recuerdo en estos momentos un hermoso libro en cuya portada se veía el Árbol Mítico, la Sierpe aduladora, y un Adán y una Eva casi simétricos. La Historia del Arte contiene en sí una historia de las humanas estupideces, de los miedos humanos, y de los divinos desvelos del arte y del sexo…, ¿o acaso los místicos son sólo locos?
Buscaré el libro, cuyo título es “Cubrirse para descubrir”. Ya acudiremos a algunos versos de Francisco Chica. En estos momentos recuerdo que en un poema decía que “el poeta no busca los caminos / ama los límites.” Me impresionó y aún ignoro por qué. Pero llegaré a descubrirlo. ¿Quizá porque entonces entendí que F. Chica se apartaba del tan trillado “… no hay camino, se hace camino al andar”? Pudiera ser. Y conste que don Antonio Machado ha sido durante años poeta de cabecera para mí. ¿Antiguo, que es uno? No lo sé, pero quisiera dejar mis críticas como muestras de amor a los trabajos bien hechos. Los trabajos de otros, no los míos. Y donde digo “trabajos” entiéndase ahora poemas, literatura, arte.
La portada que antes he descrito en rápidos rasgos sacados de la memoria era un óleo de Mª del Carmen Corcelles, y recuerdo también que el óleo era de 1994, dos años anteriores al libro de Paco, quiero decir que a la edición del libro: casi todo el mundo sabe que los libros, y más los de poesía, rara vez se publican en el mismo año en que se escriben. Pero hoy estamos sólo asomándonos al universo de la creación literaria a través de la palabra poética, así que basta de solapadas críticas al mundo, (en ocasiones, sub-mundo), de tantos y tantos editores.
Las palabras son imágenes mentales. Lo puso muy bien de manifiesto Fernando de Saussure, en el “Curso de Lingüística general” que le publicaron sus discípulos en 1916, de los que más adelante algo tendremos que decir. El gran profesor que fue Saussure había fallecido en 1913, pero Charles Bally y Albert Séchéhaye, entre otros más, supieron ver el alcance de sus tres cursos impartidos, y recopilar sus apuntes y darlos a la luz. (Un siglo antes, en 1816, vio la luz la “Ciencia de la Lógica” de Hegel).
Ahora bien: las palabras son un tipo muy especial de “imagen mental”, y eso lo recalcó muy bien Emilio Benveniste cuando hizo unas muy precisas observaciones sobre la naturaleza del signo lingüístico y el sentido en que había que tomar lo de “que es arbitrario”. Benveniste supo ver que la relación entre el sonido que nombra a un buey y el concepto que en nuestra mente se forma con la palabra “buey” no es una relación arbitraria, sino de carácter “necesario”. Y todo esto se nos torna más complicado a la vez que más diáfano cuando nos topamos con “el lenguaje por excelencia: la palabra poética”.
La Poesía no es sólo un modo de “ver el mundo”, es antes que eso y hasta por encima de eso, un modo de “ser/estar en el mundo”.
Para poner un ejemplo de esto que digo podría tomar fragmentos de ese poemario de Lucas Martín que se titula “Anotaciones a la gran ópera del pequeño Alprazolam 0,5”, y que publicó la Editorial Alfama en noviembre del 2008. O acudir a versos de J.E. Cirlot, de Chantal Maillard, y un largo etc., que no podemos abordar ahora de golpe. Todo a su tiempo, como la atención que dedicaremos a poemas de otros muchos contemporáneos, a quienes ahora ni nombramos porque no vamos a hacer aquí un listado de poetas. Y esto anticiparemos para cuando demos comienzo a estos aspectos de la naturaleza de la poesía a través de poetas nuestros de hoy, en su inmensa mayoría: que sólo se atenderán poemas en lengua castellana y nunca sin irnos muchos más atrás de lo que fuera en su día la gran poesía del siglo XX, desde los del 98 o el 27 hasta J. A. Valente, Claudio Rodríguez o A. Colinas.
Como digo, todo a su tiempo y paso a paso, que es largo el camino y son muchos los matices de las cosas que atañen al espíritu de lo que llamamos “lengua poética”. Pero dejemos esto desde el principio bien asentado: en su génesis, todo lenguaje “natural” es necesariamente poético, y la poesía era antes que nada “canto y cántico”, y tanto lo uno como lo otro no tienen más remedio que contener un cierto carácter demiúrgico, en el sentido gnóstico de “alma del universo”. El poeta, o es un “cómplice” de la divinidad creadora, o no es. Así de tajante, así de simple, así de complejo también.
Pero hay algo que es lo que ahora deseo resaltar, y que en su momento deberá ser motivo de una más detenida atención: que hay afirmaciones y conceptos en la obra de Saussure sumamente curiosos en el sentido de que nos recuerdan, de una manera mitad razonada, mitad intuida, a ciertas cosa que en su gran libro “De los Nombres de Cristo” dejó escrito ese gran sabio del Siglo de Oro en las letras castellanas que es Fray Luis de León.
Escribe Fray Luis de León :
“Que lo primero, DABAR significa el verbo que concibe el entendimiento en sí mismo, que es como una imagen entera e igual de la cosa que entiende.”
“Y DABAR significa también la palabra que se forma en la boca, que es imagen de lo que el ánimo esconde.”
El lector puede encontrar estas palabras que he citado en el libro III de esa obra de Fray Luis de León, en la parte dedicada al nombre Jesús-Dabar, que en la edición que manejo y luego se cita, está a partir de la página 660.
Es ésta la 3ª edición que hizo en 1941 El Apostolado de la Prensa, S. A. Madrid. Pero el lector de hoy puede acudir a otras ediciones críticas más actuales. La mejor que conozco es la de Cristóbal Cuevas, en “Poesías Completas”, (Castalia, Madrid, 1998). Lo que nos llama la atención es sobre todo la agudeza con que Fray Luis se anticipa en algunos aspectos a cuestiones que sólo van ser abordadas de una forma sistemática y muy ordenada a partir de esa obra fundacional de Ferdinad de Saussure, arranque y motor de toda la gran Lingüística en el siglo XX. Está muy lejos de nosotros pensar que Saussure pudiera haber hallado inspiración en textos como el que hemos citado de Fray Luis de León, pero en absoluto descartamos dos cosas: la una, que desconociera su obra. Y esto porque el Siglo de Oro Español desde muy pronto ha venido siendo bien conocido por los grandes intelectuales franceses o simplemente francófonos. Y la otra cosa es que, de haber leído Saussure tanto a Fray Luis y su “Tratado de los Nombres de Cristo” (permitan que ahora lo denomine “Tratado”), no es en absoluto impensable que las reflexiones del maestro de Salamanca cayeran en saco roto para una mente, tan lúcida y aguda en tantas cosas, como era la de Fernando de Saussure. Habría una tercera razón, que se puede sintetizar en una frase de Octavio Paz, y que venía a decir que el verdadero autor de la poesía no es ni el poeta ni su lector, sino el lenguaje. No sé ahora si son sus palabras literales, pero si no lo fueran sí que estarán muy cerca de serlo. La primacía del lenguaje en muchas de las cosas que creemos hacer o decir nosotros por nosotros mismos es algo también bastante extendido entre quienes se ocupan de la filosofía en torno a esa cualidad de base de nuestra cultura y modo de ser intrínseco que es la palabra que comunica. En muchos aspectos, es el Lenguaje quien nos moldea y hace a los que lo hablamos, y no al revés.
La entrada de hoy entiéndase como introducción a una serie de comentarios sobre versos o estrofas enteras, en alguna ocasión obras o poemarios completos, con independencia de que estén o no publicados: cuando no lo estén, y los vayamos a ver, o cuando lo estén y sean ya de difícil acceso, daremos las referencias con-textuales oportunas. De ese modo el lector podrá seguir con comodidad cuanto se vaya razonando. Y por último, esto por hoy: podrá causar cierto asombro que en casos concretos veamos la gran proximidad que algunos textos de hoy, de poetas vivos aquí y ahora, tienen con textos que nos vienen del pasado ya lejano de algunos cánticos y versos rituales primitivos. ¿Porque los poetas de hoy los han leído? No lo descarto, pero no me inclino por esa razón. A mi entender es más bien porque la poesía es un modo de lenguaje en el fondo tan universal que en no pocas ocasiones se salta las fronteras del tiempo. Y eso nos permite tener viva la esperanza: porque las cosas pueden enfilarse hacia modos de vida más humanizados de los que son hoy moneda de uso y cambio.
Y para eso, preciso será que veamos que el erotismo, como la necesidad de dormir o de fumarse en paz un libre cigarrillo de la risa o leer un libro más que prohibido, son actos que pertenecen a la esfera propia del individuo libre. Y esa libertad, día a día, la estamos perdiendo. Aprendamos a defenderla.
Nota: entre los poetas, ya no malos ni muy malos, sino nulos, es decir, no-poetas, consideremos incluido a J. G.
Él sabe por qué.
Y es esto una invitación a su respuesta. Si puede responder…
Ni todos los José García deben darse por aludidos (salvo ese J. G. que me diera sus versos a leer) ni todos los pintores son originales. Ni lo pretenden: las «Dos bañistas» recuerdan muy de cerca a la «Venus del espejo» de Velázquez, y la «Lilith» de J. Collier está cerca de esa dama de William Adolphe Bouguereau que se trata de cubrir-descubrir con ese paño… ¿Son los clásicos unos eternos copistas de Lo Clásico? Pudiera ser.
Pues lo mismo, o casi, pasa en poesía.