Los seres humanos somos algo más que animales. O animales con algo más que aún nos sabemos cómo clasificar, o dónde encuadrar. Hablar de “alma” o de “espíritu” no nos lleva, a estas alturas de las cosas discutidas y dadas por vistas, a parte alguna que nos pueda ser de utilidad. En cambio, tratar de investigar y ver de ahondar en lo que ya se sabe sin lugar a dudas y, a partir de ahí, buscar nuevas fronteras, horizontes nuevos, eso sí que es tarea de titanes, valga la imagen.
En lo que sigue trataremos de poner a los lectores en contacto con un tema que para muchos es, sin duda alguna, de gran interés: la percepción que muchos llaman “extrasensorial”, y que en realidad es puramente “sensorial”, sólo que está referida a un tipo de “sentido” todavía poco tenido en cuenta: nuestra “percepción magnética” de cuerpos y sensaciones vivas, de realidades no visibles al ojo humano común, el que con frecuencia necesita gafas graduadas, lentes de contacto, e incluso operaciones de cataratas. Tal “percepción extrasensorial” es de tipo psíquico, con toda la carga de valores que el término “psíquico” conlleva.
“Los pequeños centros receptores magnéticos del hombre son de la misma naturaleza que eso que los biólogos encuentran en otros vertebrados (palomas mensajeras, por ejemplo) sino también de las especies más diversas. Eso es lo que prueba el descubrimiento de un verdadero cristal de magnetita por R. N. Baker en el arco superciliar humano en 1983. ( Cfr. Revista Nature, vol. 301, 6 de enero de 1983, pp. 78 – 80).”
“Si se considera ya sea el órgano magnético de las bacterias (varios cubos de magnetita dispuestos dispuestos en cadena) o ya el cristal de Baker de lámina, alojado en un hueso, se observa que el órgano elemental es lo que se denomina un área de Weiss única (1/10 de micrón al cubo) y, por lo que se sabe de ferromagnetismo, por este hecho está imantado por sí mismo.”
Con estas palabras, y algunas más, sintetiza el autor de “El gran libro de la Radiestesia. La búsqueda psíquica”, -que es el sacerdote jesuita P. José María Pilón de Bernabé, (editado en Ediciones Martínez Roca, S. A., Barcelona, 2000)-, el pensamiento del profesor Yves Rocard, cuyas dos obras, “Le signal du sourcier” (1962) y “La Science et Les Sourciers. Baguettes, pendules, biomagnetisme.” (segunda edición, 1991), son las que el sabio jesuita resume y ofrece a la consideración de sus lectores. Tal síntesis, sin embargo, queda sometida a esta otra afirmación, que no dejamos pasar sin más:
“Pero, a nuestro entender, fue el Prof. Antoine Luzy quien se lleva la palma en la investigación del fenómeno radiestésico.”
(Pág. 75 de la obra citada arriba del P. J. M. Pilón de Bernabé, S. I.).
Cuando se refiere al fenómeno radiestésico el P. Pilón se ratifica en una idea, ya desde el principio de su obra :
“Como he dicho en las páginas iniciales, tengo para mí que el “arte” radiéstésico es tan antiguo como la Humanidad. Y diga a conciencia “arte” y no “ciencia”. (Pág. 13, obra arriba citada).
Es nuestro propósito ver de ahondar en esa obra, por un lado, y en los fenómenos de la ciencia o el arte radiestésico, -creo que es más arte que ciencia, por lo que veremos o razonaremos en otra ocasión, donde se abordará más “in extenso” lo que ahora sólo se apunta-, y de paso proponer a los lectores una serie de ideas que cada cual puede luego por sí mismo desarrollar. Merece la pena. Razón : somos algo más que animales.
Pues la verdad, sí que debe ser un arte dado que no todo el mundo es capaz de percibirlo a pesar de estar –teóricamente- capacitado para hacerlo, tal como pasa en la artes tradicionales y reconocidas. Hasta la próxima entrega, un saludo.