En “Dichos de luz y amor”, San Juan de la Cruz nos dice las condiciones que, según él, debe reunir el ave que llama “pájaro solitario”, y que en realidad no es sino un modo de referirse a la actitud del místico en la vida. Actitud, por cierto, que está, -salvo excepciones-, contemplada en todas las épocas y culturas:
“Las condiciones del pájaro solitario son cinco. Primero, vuela más alto; segundo, no admite compañía aunque sea de su misma naturaleza; tercero, abre el pico al aire; cuarto, no tiene determinado color; quinto, canta suavemente.”
Nos quedamos un momento pensando en esas condiciones, en esas necesarias características que debe reunir un ave que pueda ser llamada real y verdaderamente “solitaria”, y pasamos a preguntarnos qué se nos quiere decir exactamente con esa misteriosa imagen del pájaro solitario. Por lo pronto, en lo que atañe a su ordenación semántica, por así decirlo, notar que las condiciones 2 y 4 son de carácter negativo, es decir, apuntan a cosas a desechar (: “no admite…”, “no tiene…”) en tanto que las número 1, 3 y 5 son todas positivas. Pero ese camino indagatorio pronto lo abandonamos, porque…:
Pronto caemos en la cuenta de que estamos en el seno de una obra que, con vestidura de poesía popular, es de carácter místico. En realidad, toda la obra de Juan de Yepes, (o San Juan de la Cruz), apunta a ese carácter.
Hemos leído en otros autores, en otros grandes poetas, eventuales textos donde aparecen pájaros: el albatros, de Charles Baudelaire, que es el poema segundo de “Las flores del mal”.
Pero ahora es primero ver estos versos del poeta francés, que nos valen para apuntalar la idea de lo que él llamó “correspondencias”. Esa misma palabra da título al poema 4 de “Spleen e Ideal” :
Correspondencias
“La Naturaleza es un templo en donde vivos pilares
dejan de vez en cuando salir confusas palabras;
el hombre lo recorre a través de unos bosques de símbolos
que le observan con ojos familiares.”
Del modo a como el albatros, – “gran pájaro de los mares” -, era un símbolo del poeta en el seno de la sociedad, la misma sociedad que le desprecia, toda la Naturaleza está vista como un “bosque de símbolos”. La idea es casi tan vieja como el propio lenguaje, nos parece. Pero cada vez que la encontramos representada de manera directa por algún genio creador, ya sea poeta o músico, científico o artesano, es conveniente detenerse a ver en qué contexto está situada: ése es el único modo de no perderse en el fantástico “bosque” que es en la práctica la inmensa mayoría de lo que el ser humano verdaderamente hace, cuando hace obra digna de ser conservada y transmitida. Incluida ahí la misma manera de ver el mundo como lo enfoca el científico, cuando construye teorías que explican parcelas del universo, o hasta el universo mismo en su totalidad.
¿Tal vez con descripciones del mundo nos sentimos más seguros sobre los abismos donde vivimos? Pudiera ser. Desde luego el poeta necesita de la belleza, de la representación estética, para con esa realidad (: la obra) abordar el resto del tiempo y del mundo que caen ya fuera de su hacer. Esa necesidad es extrema en algunos casos, y apenas visible en otros, pero siempre es. Un caso de “necesidad extrema” sería, por ejemplo, John Keats, para quien la belleza y la verdad van unidas necesariamente. Pero volvamos a los pájaros.
Ante todo, son o funcionan en la obra literaria como una palabra que es, literalmente entendida, una parábola. Ya sea ese misterioso “pájaro solitario”, ya sea el pájaro Roc de la literatura árabe y persa, o el pájaro de la mitología hindú, ya lo encontremos en “Las Mil y una Noches”, o en un texto místico, en la poesía de Baudelaire o en la de “los primitivos” poetas de la lengua castellana, pájaro es parábola. Tanto la palabra misma como la imagen que pretende suscitar.
La razón de esto no es algo complicado: un pájaro “detiene” nuestra imaginación más de lo que inicialmente pensamos. Nos damos cuenta de ello siempre después que el fenómeno ha tenido lugar, en donde o quienes se haya dado el tal fenómeno, que no necesariamente tiene que ser cosa universal, por muy extendida que esté. Ese “parar la imaginación” es clave, pues sólo así permite y propicia la entrada en ella de contenidos simbólicos que nada o casi nada tienen que ver con las aves mismas, sino que nos catapultan hacia otros sentidos, a mundos significativos diferentes, tal vez nos lanzan a más altos vuelos, valga el símil.
Tanto en el Mahabharata como en el Ramayana aparece una ave solar, Garuda, en lucha con la gran serpiente Naga: ya tenemos ahí un modo de simbología muy explícito, pues ave y serpiente representan respectivamente lo espiritual y los terrenal más directo. El mismo término Roc sería una abreviatura del simurg, que alude a un pájaro gigantesco capaz de levantar a un elefante con sus garras. El mito adquiere diferentes formas, a medida que se va extendiendo, y recorre toda la literatura fantástica llevando consigo los aspectos de su simbolismo más adecuados para representar la idea con que se quiera transmitir algo.
El sentido de las aves en los textos literarios es muy variado, pero siempre apunta a cosas de un tipo de conocimiento de muy especial índole. Ya sea de manera genérica, como esas cornejas que vuelan a derecha o a izquierda, según presagien bonanzas o posibles contratiempos, o ya sea de modo personalizado, las aves o los pájaros nunca son material desechable en el sentido de los textos, en su interpretación y conocimiento. En el Cantar de Mío Cid, la corneia (corneja) vuela a la diestra del héroe o la izquierda, según lo que en cada caso le vaya a suceder:
“A la exida de Bivar ovieron la corneja diestra
e la entrada de Burgos oviéronla siniestra”,
dice el Poema de Mío Cid, si mal no recuerdo los versos. “Exida”, (de exitus, exita), es “salida”, y se conserva con ese sentido en muchas lenguas actuales. “Ovieron” vale por “tuvieron”. La palabra “auspicio” viene del sintagma “avis spicere”, “mirar las aves, auspiciar”, del termino latino auspicium.
En textos que traeremos a esta páginas tendremos la ocasión de ver hasta cierto punto o grado los papeles que las diversas aves juegan en el seno de la imaginación humana, y sus distintos valores simbólicos, desde los más obvios hasta los más sofisticados. Y todo ello, en su momento, deberá ser elevado a la consideración del sentido más hondo que pueda tener en relación con la psique humana. El simbolismo tiene su lugar en la estricta cronología de los movimientos filosóficos del hombre actual, pero su fondo continúa siempre intacto y activo, como veremos. Y como soñamos, tantas veces.