El Vuelo del Lenguaje

12 Ago

Colibrí, ave mística

El texto donde Julia Kristeva, citando a Benveniste, plantea la distinción de dos planos de la enunciación en el sistema del uso lingüístico distingue entre la que se llama “enunciación histórica” y la “enunciación de discurso”. Se distinguen por el tipo de formas temporales del verbo que cada una admite o rechaza. Y dice J. Kristeva :

“El historiador no dirá nunca “yo”, ni “tú”, ni “aquí”, ni “ahora” porque no recurrirá nunca al aparato formal de discurso, que consiste primero en la relación de persona “yo – tú”. En el relato histórico seguido de manera estricta constataremos sólo formas de tercera persona.” (La letra en cursiva la ponemos nosotros; luego quedará claro por qué).

Benveniste da el ejemplo de enunciación histórica siguiente:

“Después de dar una vuelta el joven miró seguidamente el cielo y su reloj, hizo un gesto de impaciencia, entró en un estanco y encendió un cigarro puro, se puso ante el espejo, y echó una ojeada a su traje, un poco más rico que lo permiten, (aquí el presente -aclara J. K.- se debe a que se trata de una reflexión de autor que se sale del plano del relato), en Francia las leyes del gusto. Se reajustó el cuello y su chaleco de terciopelo negro sobre el que se cruzaba varias veces una de aquellas gruesas cadenas de oro fabricadas en Génova…” ( Balzac, Etudes philosophiques: Gambara.) Y dejemos claro ante los lectores que estamos citando una novela de Honorato del Balzac que pertenece a su magna obra “La Comedia Humana”.

El texto citado por Kristeva es más extenso, pero para nuestros propósitos, nos vale. Nosotros vamos a cuestionar la neta distinción que se traza entre esos dos planos de la enunciación. Todo arranca de una idea que pone en circulación Emilio Benveniste acerca de las personas gramaticales y del verbo, de los tiempos (y modos, añadimos) verbales que se usan en relación con el “yo, tú” por un lado, y el “él – ella” por otro. Sin entrar ahora en los plurales. Y de ahí se salta a los ya nombrados “planos de la enunciación lingüística”, donde se ven al cabo dos: el “histórico” y el “de discurso”. Las cosas  hasta aquí “parecen claras”, pero como suele ocurrir con las cosas del lenguaje, lo claro se torna cuando menos “problemático” apenas se rasca un poco en la superficie de la cuestión. ¿Qué pasa cuando el “yo” habla consigo mismo? En un monólogo, por ejemplo: O en un poema. ¿Convertimos en un “tú” a eso que con toda propiedad se llama “álter ego”? No creo que fuera razonable. Más : no es razonable, pues le privamos al Lenguaje de sus posibles “vuelos”.

Lo de llamar a la tercera persona (francés, il, elle) la “no – persona” apoyándose en expresiones como “il pleut” (“llueve”, un impersonal) sería algo parecido a llamar, a la segunda persona del singular en castellano, “no – persona” porque se usa en expresiones de tipo impersonal : “vas, y te encuentras conque la gente está ya toda en contra de tus ideas”, donde no hay un “tú”, sino un “uno va y…” Por otra parte está lo que se llama “presente histórico”, que no es “de discurso” : “Colón descubre América pero se cree que ha llegado a las Yndias Occidentales”. O el presente gnómico : “El ser humano es mortal”. Y más casos.

No se niega que sea factible, incluso teóricamente útil, distinguir entre “plano de enunciación histórica” y otro “plano de enunciación del discurso”; lo que se discute es, por un lado, que eso sea todo, y por otro, que eso sea aplicable en todo uso lingüístico: Me explico: eso puede no ser todo, quiero decir que podríamos descubrir más planos de enunciación, que no sean ni “de discurso” ni tampoco “histórico”; y también podemos toparnos con usos de las estructuras lingüísticas que “desdigan” con fundamento de la efectiva realidad de dichos planos. La propia evolución de las lenguas muestra que usos que en su momento fueron de suma actualidad, cayeron en desuso. Y nacieron otros. Pensemos en aquello que decía D. Alonso de “… este Siglo de Siglas”. Era el título de una obra suya: “Del Siglo de Oro a este Siglo de Siglas”. Y no es sino un nimio ejemplo.

Antes subrayamos lo de “relato histórico seguido de manera estricta”. Aclaremos ahora por qué: se está llamando “relato histórico” al contenido de una novela, que aun en el caso de que fuera tan histórica como “Trafalgar”, de don Benito Pérez Galdós, o cualquier otra del género, no deja de ser novela, es decir, creación artística, “fabulación histórica”, en el sentido más noble de las palabras “fábula, fabulación”.

Acudamos a un texto de Pedro Salinas. Está en su extenso y fantástico poema de amor “La voz a ti debida”.

“Mañana”. La palabra

iba suelta, vacante,

ingrávida, en el aire,

tan sin alma y sin cuerpo,

tan sin color ni beso,

que le dejé pasar

por mi lado, en mi hoy.

Pero de pronto tú

dijiste : “Yo, mañana…”

Y todo se pobló

de carne y de banderas.

Se me precipitaban

encima las promesas

de seiscientos colores,

con vestidos de modas,

desnudas, pero todas

cargadas de caricias.

En trenes o en gacelas

me llegaban -agudas,

sones de violines-

esperanzas delgadas

de bocas virginales.

O veloces y grandes

como buques, de lejos,

como ballenas

desde mares distantes,

inmensas esperanzas

de un amor sin final.

¡Mañana! Qué palabra

toda vibrante, tensa

de alma y carne rosada,

cuerda del arco donde

tú pusiste, agudísima,

arma de veinte años,

la flecha más segura

cuando dijiste : “Yo…”

Esos versos de Pedro Salinas, de su gran poema de amor antes citado, ¿acaso están en un “plano del discurso”, en uno “histórico”? ¿Esos “yo” – en “Yo, mañana…”- y “tú” – en “tú dijiste, tú pusiste…”-, ¿de qué son, del discurso, o de “lo histórico”? Y más: la misma palabra “mañana”, ¿qué es, nombre, adverbio de tiempo? ¿O no es quizá un elemento que de pronto se llena de cuanto Salinas menciona y de mucho más porque ese

“mañana…” ya no es un mañana cualquiera, sino uno muy concreto, preciso, individualizado, un  mañana convertido :

“¡Mañana! Qué palabra

toda vibrante, tensa

de alma y carne rosada,

cuerda del arco…

Y ahora, ¿qué? ¿Planos de la enunciación histórica, o planos del discurso? A veces  la Lingüística olvida casi todo cuando la humanidad ha ido descubriendo en torno al fantástico fenómeno del Lenguaje: el Vuelo Vivo de la Palabra, la posibilidad de la Poesía, su Alquimia intrínseca. O eso nos parece. Y otro día veremos lo hemos dejado atrás, con aquellos usos verbales del ¿relato, recuerdo, historia verídica o historia imaginada? donde un abuelo, ya mayor, respondía a su nieto y se plasmaban ante el lector paisajes del campo y campos de paisajes interiores. Otro día eso, que hoy, nos quedamos con ese simple nombrar el “Vuelo del Lenguaje”. Las palabras a veces son como pájaros místicos, de altos vuelos, casi alzándose como flechas a los cielos.


6 respuestas a «El Vuelo del Lenguaje»

  1. Nota.- Ese «conque» de «Vas y te encuentras conque la gente…» debe ser un con que, separada la preposición «con» del «que», pues de lo contrario tendría un valor diferente al que debe tener en el texto usado. Errata imperdonable por la que pido disculpas. ¡Y eso que he sido más de 35 años profesor de «la cosa»! Anoten bien, pues: es » … y te encuentras con que la gente…»
    Gracias.

  2. Está claro que el lenguaje es algo mucho más libre y mucho más vivo, como pones de manifiesto en este bello poema de Salinas, para poder encorsetarlo entre dos conceptos.

    “Conque” esas tenemos. Enhorabuena por esta entrada

    PD: El horario del post se rige por el de Canarias. Saludos

    • Gracias, MLuz. Es grato ver que las cosas que uno hace ( pues escribir también es un «hacer») no caen en saco roto, y gustan y se leen, o mejor dicho, al revés: se leen y gustan. ¿Conque esas tenemos, eh? Ha debido de tener un mediano profesor de Literatura: si le enseñó la poesía de Pedro Salinas y otros del 27, pase. Si no lo hizo…
      Gracias de nuevo por sus comentarios.
      Seguimos.

  3. Estoy de acuerdo contigo y con MLuz, y seguro que podrías, que puedes, poner otros muchos ejemplos. Y el caso es que, a la postre, el lenguaje cumple su función cuando nos hace creer que estamos viendo lo que dice (especialmente cuando nos cuenta una historia, verdadera o ficticia), y todo lo demás está de más.

    • Gracias, Carlos. En efecto, se podrían poner más ejemplos. Y algunos de ellos, por cierto, sacados de un libro tuyo, escrito no sólo desde la palabra y sus valores, sino además (y sobre todo) desde la sangre y el alma.

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