Mito e Historia se solapan y sus lindes coinciden allí donde «lo que dice el mito es historia del espíritu, que la historia no sabe o no puede decir».
Esto ocurre por motivos diversos: unas veces porque el Mito habla desde un tiempo que carece de lo que hoy llamamos «Historia»; otras, porque la Historia no sabe admitir en sí determinados contenidos del espíritu de un pueblo, una etnia, una sensibilidad determinada, y es entonces la voz del mito quien transmite «lo que se cuenta». Sin olvidarnos del valor etimológico que también tiene el término “mythos” en griego : “relato, manifestación, cuento o narración” : el consabido “ó mythos delói oti…” ( : “el mito muestra que…”, donde el significado del verbo griego “delomai” refuerza el sentido “mostrativo” del mythos).
El Mito es relato (vivo) parabólico y la Historia es relato de hechos ocurridos al margen de la parábola. Aquél, el mito, es referencia poética, y ésta, la historia, acta notarial. Entiéndase ahora «poética» en su sentido más amplio de «palabra que dice del espíritu de un pueblo o una sensibilidad colectiva», ya sea a través de una sola voz narrativa, ya a través de una anónima relación simbolizante.
«Un tiempo que carece de lo que hoy llamamos Historia», se ha escrito antes. No es que no exista «historia» en ese tiempo, sino que no hay consciencia de ella: el ser vive en una consciencia de eterno presente, donde no se puede dar lo del eterno retorno porque no hay partida, marcha, o huida. Sólo ese «solvet saeclum in favilla», que nos llega con el “Dies irae, dies illa”, donde testificarán tanto David como la Sibila.
Llamamos aquí «eterno presente» no a un modo ingenuo de incapacidad de percibir el paso de los días y las generaciones, sino a ese sub-sumirse en el acto vivo de cada instante que logra desviar la mirada perceptiva del paso del tiempo. No estamos ante una posible «memoria o recuerdo de lo vivo lejano», (R. Alberti), sino ante un persistente vivir en acto lo vivo inmediato.
Hainuwele, al asumir su entrega al Señor de los bosques, lo que hace es potenciar su “destino” de ser origen de vida, y hasta la tragedia natural de toda vida: gacela atacada o rama arrancada, – por el guepardo, por el gorrión.
Y ser ya ella en sí la amante eterna del Señor de los bosques que será también todos los cereales de la humanidad. En el mito, quizá esté latente el paso de la vida de subsistencia que se nutre de caza y presa, a la que se organiza en cultivo y cosecha. Pero eso, es ahora anécdota.
Conviene no olvidar lo que la propia Chantal Maillard deja muy claro en sus escritos reunidos en un volumen y editados en la Colección Pre-textos en 2009 con el título de “Contra El Arte y otras imposturas”. Destacaré algunos párrafos que nos valdrán para precavernos de ciertos errores que serían muy de lamentar: caer en la des-contextualización, por ejemplo. O el uso de términos con su significado impropio o desviado de aquello a lo que como lenguaje se supone que deben decir y dicen.
des-contextualizar.-
“Desgajada de su contexto, una pequeña parte de la realidad puede insertarse fácilmente en otro ámbito e interpretarse de acuerdo con éste : es el fenómeno de la descontextualización.”
“Basta disponer el marco, trazarlo o imaginarlo para que, desprovista de contexto, la imagen se reinterprete de acuerdo con los datos inmediatos de los que el espectador disponga.”
(páginas 42 y 43 de la obra antes citada)
el lenguaje como muro.-
“Conviene que tengamos claras las ideas o, más concretamente, la significación de las palabras que empleamos. Si algún hilo conductor subyace en todos los escritos aquí reunidos es mi convicción de que el acuerdo en la significación de los términos que utilizamos evitaría no pocos conflictos, al tiempo que nos ayudaría a comprender que, por la misma regla de tres, a quienes (individuos u gobiernos) necesitan conflictos para mantener su equilibrio, les baste, para generarlos, con propiciar la aparición de significaciones terminológicas oportunamente inadecuadas.”
(página 13. op. cit.)
Y es que ya en el “a modo de prólogo” donde Ch. Maillard explica el sentido del título del libro, y razona cómo ha de entenderse el adverbio “contra”, que es la primera palabra de dicho título, (“Contra El Arte…”), entramos de lleno en el mundo de las representaciones cabales, esto es, las no descabaladas, – como era aquella ciudad, Madrid, que describía Luis Martín Santos en su “Tiempo de silencio”, y acababa por dárnosla entera en la cuasi-imagen “…tan descabaladas que no tienen catedral”-, en las que podemos posarnos con el pensamiento reflexivo con la total seguridad de que estamos sobre terreno firme.
Algo semejante ocurre cuando nos entramos en la lectura de los poemas que componen “Hainuwele” : estamos leyendo un poemario concebido en torno a un mito de creación indonesio y en torno a “alguien” que: “Hainuwele se construye a sí misma, poema a poema, como lo hacen los personajes cuando se les deja abrirse camino en la escritura. Ella es mi álter ego más querido. Vive en mí aun cuando la pierdo. Para recuperarla, me basta con percibir el olor de lso helechos en los bosques europeos o el sonido de las hojas secas, olfatear el viento del norte cuando llega a la costa cargado de olores…” (Son palabra de Chantal Maillard que están destcadas en la solapa misma de la edición de Tusquets, que citamos en la anterior entrada o texto-post de este blog, y que seguiremos manejando…)
…Y a la vez que estamos empapándonos de la poesía vivísima “entretejida” o “con-textuada”, (la palabra latina “textum” vale propiamente por “tejido”; que todo texto, al cabo , no es sino una urdimbre construida con palabras), en torno a Hainuwele, nos vamos percatando del modo como los poemas se entreveran unos con otros, nos van envolviendo en una especie de halo que, -pronto nos damos cuenta de ello-, ha recuperado por entero la magia que posee por su propia naturaleza la palabra, y sobre todo la palabra poética, cuando está propia y debidamente por aquello otro a lo que quiere de veras designar. Estamos donde como lectores queríamos estar: en el ámbito particular de la poesía que “al ser leída, sangra”.
“Hainuwele” se torna Mito llevado, o por mejor decir, traído a Vida por obra y gracia del arte, que es en sí un modo muy específico de ciencia pura del espíritu humano. No en vano su autora, Chantal Maillard, es una conocedora profunda de la Estética y de la Filosofía. Y más aún : desde sus mismas raíces célticas: ésas que tal vez le llaman a los bosques, -bardo y druida a la vez-, como actora última, –”mi álter ego más querido”, recordemos que advertía Chantal-, del drama implícito en el Mito-Hainuwele, que nos lo recupera y “restaura” con su verbo en sí vivo que, a un tiempo, des-vela y re-vela.
La naturaleza del arte tiene en común con la actividad de los científicos, entre otras cosas, esto: implica de lleno a quien se entrega a su práctica. Un científico es un artista de su saber, o tiene que procurar serlo, del mismo modo que un poeta o un pintor necesita ser un “profundo, casi científico, sabedor de su arte” : desde el Renacimiento, por lo menos, hasta hoy, eso viene siendo así. Muy patente en Leonardo da Vinci, : en su “Trattato della Pittura”, por ejemplo. Pero,(apenas se hurga un poco), real y efectivo en todos los pintores, poetas, escultores o músicos, por sólo nombrar algunas de las formas con que se re-viste (o se nos desnuda) el arte.
Hay algo mistérico tanto en la ciencia como en el arte: no en vano, en los inicios de la una estuvo durante siglos la alquimia, (y otras magias), como en los comienzos del otro, el arte, también estuvo de lleno ese modo de “buceo en sí mismo” que todo creador pone en juego si quiere hacer obra que vaya más allá de un mero decir sin voluntad de estilo.
Aquí “lo mistérico” es lo que destila del mito la obra misma que comentamos: aquella que se nos transmite, “gratia verbi”, desde la visión íntima de la naturaleza re-vivida en la palabra que se sabe habitada de un modo muy específico de espíritu, que llaman muchos “arte”.
Chantal sabe mejor que nadie que lleva en sí el fuego interior del lenguaje habitado por un modo de magia creadora: el que el mismo lenguaje trae desde el inicio del “fiat lux”, que está en el Mito genésico. (¿Acaso no nos recuerda y remite al valor etimológico de los términos claves cada vez que es preciso?).
Se llame “espíritu de la época”, o espíritu a secas, es el arte una forma de conocimiento más, un modo de aprehensión de “lo real” : tanto lo real fuera de uno, (si es que eso es posible de ser aprehendido), como lo real interno, tan patente en los mitos. Y, a veces, en los sueños. Y en el delirio mismo que alguna vez acecha como un abismo a quien roza las lindes de lo que se vive como cosa de cada día, y es ilusionada ficción : nunca nos repetimos, pues somos seres temporales con una inmensa ansia de esencial-realidad, – : por evitar aquí el término, tan contaminado ahora para este menester que abordamos, de “esencialidad”.
¿Un modo, el arte, de un “carpe diem” junto a un “sic transit gloria mundi”, que le añaden urgencia al fuego mismo en que se nos consume cada hora? Pudiera ser, pero no nos dice gran cosa si lo fuera: porque hay mucho más en estos poemas.
Transitorios seres con ansia de eternidad, en el mito y en el arte nos sentimos un poco más a salvo…, ¿de qué?. Eso nos llevaría a otros territorios, y ahora lo más urgente es ver de darle un mínimo modo de contexto propio a los textos que se comenten, advirtiendo, cuando sea posible con palabras de la propia Chantal, del peligro nunca del todo conjurado, de caer en lo falaz si nos precipitamos sin más en el comentario fácil de los textos. Eso es tarea primera.
“No es tristeza, es asombro mi llanto”
“No es tristeza, es asombro mi llanto:
sentir que me desprendo de una rama y me lleva un gorrión
hacia su nido,
que me envuelve una luz de cáscara opalina y la quiebro y
soy pájaro y el aire aprende a soportarme,
que soy aire y que rozo como el fuego las crines de los potros
y su pelaje es suave y sabe a polen
en mi lengua de yegua
que combate los vientos, me combato,
lucho mordiéndome las corvas
de macho oscuro
y derramo
su semen, me derramo sobre helechos
que se pudren. Más tarde,
estallo como un feto de gacela
entre mis propias fauces.
Es mi llanto el rocío:
en cada gota
uno de tus rostros
se desliza,
reluce
y se evapora.”
Este texto es el poema ( el quinto, en su orden en el libro) que se lee en la página 29 de “Hainuwele”. En el poema anterior, (pág. 27), los versos primeros decían:
“Hoy atacó el guepardo
a una gacela a punto de parir.
En un claro del bosque he visto
su vientre desgarrado
y aquel cuerpo pequeño
que sin nacer obtuvo su muerte” /…/
Estos versos últimos son inseparables del anterior: “ … Más tarde, / estallo como un feto de gacela / entre mis propias fauces.”
Estamos entrando de lleno en un aspecto del poemario ineludible para su intelección : el engarce, o armazón, el entramado poemático, que nace casi como necesidad de la expresión de todo lo que es un bosque en toda su latente vida: un universo pleno de misterios, de vida emergente. Es el bosque el mito, también, en su plenitud de marco ancestral. Y druídico: casi como la autora de “Hainuwele”.
Si en el poema, (que, -decíamos-, era el quinto del libro “Hainuwele”), se pasa de ser pájaro a ser aire que aprende a soportar en sí los vuelos de las aves, y se entra uno, al leer, en una estructura medida, ya desde el primer verso :“ No es tristeza, es asombro mi llanto: ”, que se retoma al final : “Es mi llanto el rocío: / en cada gota / uno de sus rostros / se desliza, / reluce / y se evapora.” Y entre “llanto-asombro” y “rocío-llanto” se vivencia : el polluelo que rompe la cáscara opalina, y el aire, y el ave, y los potros, y la yegua, y el semen, y los vientos… Y se es a la vez la gacela atacada, y las fauces felinas… Y se es además y a la vez la rama arrancada y el gorrión que la lleva a su nido…, en el libro entero se vive el mito en la plenitud del bosque, palabra a palabra, imagen a imagen. Con esa, (casi repentina y, casi como siempre, latente), apelación:
“Señor de los bosques,
y aún me sabe a sangre
la nube que aquel día descendió sobre mí.”
Lo que desciende sobre uno desde una nube, tradicionalmente, suele ser algún modo de “Theo-phanía” , o Teofanía : manifestación de la divinidad, “iluminación”. O de “Daimon-phanía”, que ahora y para el caso sería semejante. Como ocurre en algunas obras claves y muy concretas de William Blake, por ejemplo.
O como cuando la voz con que decimos algo propio, nos suena como venida de un sueño, y es entonces que sabemos que sólo debemos escucharnos desde adentro, pero “en el otro”. ¿No es eso acaso lo que se hace en la poesía cuando es ese desesperado intento de ir más allá del poema y llegar a la fuente misma de donde nacía?
Sr.Laza,es un placer poder leerlo desde Valencia,siempre tan inteligente y tan claro en sus coentarios
Muchas gracias, Dama Blanca. Para su información, así como para el resto de lectores, tengo que decir que la ilustración que aparece al inicio de este texto es un caldero de plata labrada con inscripciones de divinidades de la mitología celta. Es una pieza de gran belleza, de origen danés.
Como se sabe, los celtas, a quienes los griegos llamaron keltoi ( de donde lo de «celtas»), procedentes del este de Europa y zonas de Asia, se extendieron por el centro y todo el oeste del continente europeo; en la zona occidental ocuparon amplias regiones desde el norte del continente y las islas, hasta el sur, donde alcanzaron incluso las costas del Mediterráneo. En nuestra Península se fundieron con los autóctonos iberos, y tuvieron gran fuerza sus asentamientos en Galicia.
Es mágica esa especie de “toma de conciencia” de Hainuwele al fundirse con la naturaleza, su asombro al ir pasando de “ser” árbol, a pájaro, aire…, cómo va impregnándose de la esencia de cada uno en cada leve roce para acabar integrándose de tal forma, que en sus lagrimas se refleja el rostro del Señor de los bosques. Hermosa imagen.
El poema 31, que está en la página 81 del libro de Tusquets Editores, 1ª edición de noviembre del 2009, dice así:
«La sombra de una flor movida por el viento:
eso eres tú, cuando el sol resplandece.
La sombra de una flor movida por el viento:
eso soy yo, cuando las nubes pasan.»
Y si atendemos al texto que hay un poco antes, en página 75, leemos:
«El tiempo es una flor
que brota entre los cuerpos
separados.
Cuando esa flor se cierra,
los ríos se detienen, los colores se apagan
y los seres regresan a ti
para dormir el mismos sueño.
La luz hace a los cuerpos. La oscuridad, Señor,
los devuelve a tu boca.»
Unos poemas se solapan con otros. A veces con sólo una imagen, a veces con sólo una palabra, y siempre como los hilos que entretejidos forman la urdimbre de la túnica o del simple (¿simple?) pañuelo.
En efecto. M Luz, en efecto: es mágica. Y una imagen muy hermosa. Todo el libro lo es, y en él viajamos por textos que son como túnicas de colores entretejidos que podrían parecer «complejos», pero que en el fondo son sencillos por razón y gracia de su misma magia, y por textos que en su misma «simplicidad» podría sorprender. Simplicidad aparente: la poesía honda carece de simpleza: es también un mundo, desde el que se alcanza o se pueden alcanzar niveles de «visión de lo que es y de lo que somos» de suma hondura. Como ejemplo de lo que digo te cito este texto, que está en la página 81 de la edición que ya se dijo en entrada anterior. Observa qué maravilla, ( : observen todos los que lean qué maravilla) :
«La sombra de una flor movida por el viento:
eso eres tú, cuando el sol resplandece.
La sombra de una flor movida por el viento:
eso soy yo, cuando las nubes pasan.»
Y repara (reparen) en la construcción misma del «sencillo» poema. Y, por dar un ejemplo nimio, en esas comas separando el «tú, …» y el «yo, …» del resto. Separando : para más unirlos, al destacarlos como aparentes opuestos.
Como en el largo ( ojalá que no penoso para nadie) comentario que precedía a los textos de Chantal ya dije, estamos ante la obra de una poeta que es bardo y druida a la vez. Maga del decir y del expresar y conocer. Gracias.
Disculpen los lectores, disculpa, M Luz.
El comentario publicado a las 5.30 pm debería haber aparecido firmado por mí, pues era respuesta que daba al anterior comentario, el de la 1.09 pm, que sí es de M Luz. Ha sido ( ¡otra vez! Este calor me aturde) un error mío.
Disculpad todos,
Manuel Laza
No te preocupes Manuel, no creo que sea error tuyo la usurpación de la firma. El blog a veces falla y aparece el nombre y el correo de otra persona y, si no estás pendiente, puede pasar. Creo que ya ha sido advertido en otras ocasiones por otros blogueros de la Opinión de Málaga y espero que puedan solucionarlo. Un saludo
Gracias, M Luz. La verdad es que a veces «se me va la olla», entre el calor, ciertas fiebres y las muchas cosas por hacer aún pendientes. Espero que el próximo texto vuelva a la poesía comentada y a un curioso aspecto del soñar, que deseo sea un tanto sorpresivo para algún que otro lector. Y ahí, espero, podrás poner tu grano de arena en lo que a comentar el texto atañe.
Saludos, M Luz
«La luz lo malo que tiene
es que no viene de ti :
quiero más tu oscuridad»
Eso escribió -si mal no recuerdo- Pedro Salinas en un poema extenso que se titula «La voz a ti debida».
Un bella historia de amor entre el poeta y una muchacha que debe dejarlo… Algo que ver con Hainuwele? Poco, y mucho.
Ya acudiremos a Salinas, a Neruda, a Pérez Estrada, a José Agustín, el de triste destino ( : se suicidó años atrás, no muchos), y a otros. Es mi modo de darte las gracias.