“En el centro de todo lo que vive
hay un lugar, un hueco transparente al que llaman espíritu.
Es allí donde viertes tu poder
y te transformas,
es allí donde haces
a cada ser distinto de los otros.
Y es por eso que el espíritu es un don,
el don de ser sí mismo,
aquel que nos otorgas cuando la luz despunta
y vienes a habitar los huecos transparentes.
Sé que eso ocurre cuando oigo tu risa
bajar como una ardilla desde los altos cedros.”
El poema pertenece a “Hainuwele” (1988) del que dice la autora, Chantal Maillard :
“Hainuwele se construyó a sí misma, poema a poema, como lo hacen los personajes cuando se les deja abrirse camino en la escritura. Ella es mi álter ego más querido. Vive en mí aún cuando la pierdo. Para recuperarla, me basta con percibir el olor de los helechos en los bosques europeos o el sonido de las hojas secas, olfatear el viento del norte cuando llega a la costa cargado de olores…”
Hainuwele, una mítica joven que es “desmembrada y enterrada viva y sobre la que unos hombres ejecutan una danza ritual, hasta que de su desmembración nacen los cereales”.
El mito, vivo en Indonesia, es conocido por Chantal en uno de sus viajes a la India y re-creado para convertir a la joven Hainuwele en una cabal “enamorada del Señor de los bosques, ofreciéndose en sacrificio y perdiéndose en el encuentro con su amado” : Lo explica Ch. Maillard en la solapa de su libro, en la edición de Tusquets de 2009. Nosotros hemos entrecomillado las palabras de la autora, en la medida de lo posible y de modo que no creáramos confusión posible en un lector que no tenga a mano los textos originales de la citada edición. Considero clave hacerse de esa edición, que no contiene únicamente el poemario en torno al “Mito-Hainuwele”. Quien sea lector de poesía, procure hacerse del libro; y quien no lo sea: ¡qué ocasión para empezar a serlo!
Más cosas interesantes explica la autora en la Nota a la Edición, (de páginas 9 a 15), pero ahora todo eso queda fuera de nuestro propósito, que no es otro que “saltar”, de un texto poético de una gran belleza e inusitada fuerza, “dar un brinco sobre el vacío”, y ver de allegarnos a otro tipo de texto, éste ya de carácter científico, e intentar posarnos sobre él con la intención última de tratar de abrir una pequeña rendija por donde podamos asomarnos a eso que llaman “Misterium Entis”, (o sea, “Misterio del Ser”), entrándonos en ese espacio sagrado donde, “Todo está en todo”, y nosotros, desde ese Sí Mismo de que habla el propio texto del poema, ver de abordar de algún modo la comprensión “de lo que pasa”: con la certeza de que “nosotros somos esto que pasa” : porque, -ahora no acierto a decir cómo-, tanto el Mito como el Teorema o la Hipótesis, “nos dice”.
Mas ese salto, que pudiera tener en sí algo de “salto cuántico”, no será cosa del texto o entrada de hoy, enteramente dedicados como queremos estar al poema con que hemos iniciado lo que se está leyendo. Porque el texto antes citado, que está en la página 61 de la edición citada de Tusquets, incide de lleno en ese Mito de los Marind-Anim de Nueva Guinea y en la renovación radical del mito que Chantal Maillard ejecuta como si fuera sacerdotisa de un extraño lenguaje poético capaz de decirnos a la vez mucho más que una cosa tan sólo.
Invito al lector a leer, (o por mejor decir, re-leer), el texto poético arriba reproducido y hacer este intento de (relativa) abstracción: detener la lectura donde dice : “ ... el don de ser sí mismo, / aquel que nos otorgas cuando la luz despunta / y vienes a habitar los huecos transparentes.”
Quiero decir que leamos el texto poético como si terminara en esos versos antes dichos, “sin” los dos definitivos (¡y casi alquímicos!) versos finales:
“Sé que eso ocurre cuando oigo tu risa
bajar como una ardilla desde los altos cedros.”
Estos dos versos que cierran el texto poético, tal vez de los más líricos del conjunto, con ese inevitable eco, (en nuestra cultura: del “Cantar de los Cantares”, de los cedros del Líbano), que contienen las palabras últimas : “desde los altos cedros”, cambian de pronto el sentido, el discurso total del poema, que hasta llegar a ellos, bien podría ser un poema metafísico. O la expresión poética de una Teoría del Ser, ya fuera de la época de Parménides y otros poetas del Ser y de la Physis anteriores al socratismo.
O incluso de algunos físicos de los Quanta, próximos, en tiempo y actitud ante Ciencia y Vida, a Erwin Schrödinger; por no citar sino sólo al que más nos llega, en estos sentidos que ahora nos ocupan, y el que con más intensidad aborda, desde múltiples ángulos, -: todos cuantos él sabe, o “ve” por intuición-, todo esto que pasa y que somos.
Antes de esos versos, no estábamos tan inmersos en el Mito, ni tampoco tan “empapados de la vida” que late en el verbo poético, como lo comenzamos a estar a partir de los dos versos finales, con esa tu risa que baja como una ardilla desde los altos cedros… (¡Magnífico!).
Y no lo estábamos a pesar del contexto en que quizá se haya empezado a leer el poema, si es que no se ha tomado el libro como de paso, y se ha abierto como al azar, y se ha iniciado ahí la lectura: muchos libros de poesía se acaban haciendo una cosa con uno mismo de este modo que acabo de decir. Se toman porque sí, al paso, se hojean en la misma librería, sin más pretensión que echar una ojeada a unos versos antes desconocidos, y se produce el milagro: un verso, una imagen poética, un texto nos atrapa, quedamos “enganchados”, y seguimos leyendo. Al final, estamos comprando el libro.
Y a partir de ahí, a veces, nuestra historia misma empieza, insensiblemente, a ser “un poco menos igual” a como era antes. ¿Son los libros como vientos solares que nos empujan a veces? ¿Son como fuertes flujos de átomos que nos modifican y obligan a cambiar? Ya veremos algo de esto cuando se comente, en posterior ocasión, ese librito de Erwin Schrödinger, “¿Qué es la Vida? “, que tomaremos como punto de partida en otro texto.
Pero ahora hemos pasado de lo que se hubiera empezado a entender como una poesía de honda reflexión sobre el Ser mismo, -del que participamos como efímeros humanos-, a ser expresión, (: lo somos, al leerlo, en el poema de Ch. M.), ya inserta en la intemporalidad vivísima del Mito, por obra y gracia de la re-encarnación que de éste hace, en feliz instante ya fijo para siempre en el tiempo y como dispuestos a escaparnos un instante de sus febriles, desgarradoras garras del “tempus fugit”.
“Alquímicos”, dije. Porque la verdadera palabra poética es como una alquimia de la palabra a secas, del Verbum. Es en ese tipo de versos donde, -como decía Rafael Pérez Estrada-, “sangra el poema”. Y son esos versos que cierran el texto de Chantal Maillard los que estaba esperando todo lo anterior, los que logran la transmutación de cuanto antecede, y los que dan vida al poema entero, al mito que retoma Ch. M. y que vivifica. Y al lector mismo que comienza su recitado con ese vibrante inicio:
“En el centro de todo lo que vive
hay un lugar, un hueco transparente al que llaman espíritu.”
Ignoro hasta dónde podré llegar en el próximo asalto al texto de Ch. Maillard, así como a determinadas “zonas vírgenes” de su Hainuwele, pero intuyo que sin tener que recorrer un trecho demasiado largo van a ser muchos los paisajes interiores que lograremos vislumbrar. Y ya diré a qué acabo de llamar “zonas vírgenes” del poemario. Pero adelantaré lo que sigue: nosotros somos parte esencial de todo esto que pasa. Más: nosotros somos esto que pasa. Y a veces parece que cruzamos un puente entre dos “Nada”…
Será muy interesante seguir sus reflexiones sobre este bello libro. Siempre se encuentra un matiz nuevo en esos comentarios. Gracias
Cada libro, un universo, cada lector, un mundo. Todo dependerá del «perfil» de los poemas que se comenten. El libro de Chantal M., «Hainuwele», es un mundo y un universo juntos. Difícil escribir algo más intenso y vivido desde la propia experiencia que lo que ha escrito Chantal.
Gracias, muchas gracias, por tus lecturas y estos comentarios que van saliendo en «Palabras, bosques». Anima la presencia lectora, y más cuando es «beatrix» dicha presencia.
Hermoso poema desde el principio al fin,es tan dificil hablar del espiritu,que la escritora lo desarrolla sabiamente al decir¡¡¡¡es allí donde haces a cada ser distinto a los demas!!!!!,creo sr,Laza que sus comentarios son magnificos.
Tiene razón un libro ó un comentario sabiamente hecho,nos hace cambiar.Le espero
Gracias, Dama Blanca. También MLuisa espera los comentarios de lo que sigue del libro: es todo un hermoso libro el de Chantal Maillard. Espero poder poner un nuevo texto, también de comentarios sobre poemas de Chantal. Tengo la enorme ventaja de que, al ser autora en plenitud de su carrera, si metiera la pata ( yo: el poeta nunca se equivoca; o en este caso, la poeta) e hiciera algún desafortunado comentario pienso que no faltaría quien me lo haría saber. El lector de literatura, si quiere ser sincero con su tarea y puede hacerlo, debe «mojarse» en la crítica o comentario de lo que lea, cuando entre o caiga en su ámbito más o menos «profesional» : al fin y al cabo, quien ha sido años profesor de una materia, y de paso ha practicado la crítica, ante casos como este excepcional libro de poemas, creo que tiene que decir lo que ve en los textos. Eso, es también una fase del poema: cómo es recibido por los lectores.
Creo que Chantal es una de las voces más íntegras y puras de nuestro actual panorama literario y poético. No la única, pero sí una de las primeras ( y muy pocas ) voces líricas y comprometidas con una causa doble: la ética (ahí está su «La tierra prometida», por ejemplo) y la estética.