Todo Esto

27 Jul

Coré, luego Proserpina, de Rosetti (s. XIX)

No acabo de ver con entera claridad de qué modo podemos asumir la idea de una “nada” anterior al Cosmos que conocemos, ni la idea de un final total del Universo, del Cosmos en su totalidad.

Me quedo en una situación como el caso aquel que refería J. L. Borges, ese gran domador del adjetivo en la lengua castellana, en el que alguien, (he olvidado el nombre chino del soñador), sueña que es una mariposa, y al despertar se pregunta si él es una mariposa que sueña ser un hombre o un hombre que soñó ser una mariposa. Bueno, decir que “he olvidado el nombre de…”, no es exacto.

Lo exacto sería decir que recuerdo haber leído la anécdota de una manera en Jorge Luis Borges, (en su “El Libro de los Sueños”), y lo leo de otra en el libro de Fraser Boa sobre la doctora von Franz. En “El Camino de los Sueños” el hombre se llama Ch`uang T`se, la anécdota se nos da referida a un famoso sueño de C. G. Jung, y además como resumida o sintetizada en la frase de M-L von Franz. Pero que me quedo en una situación mental de incertidumbre, eso sí es exacto:

Porque si todo esto, quiero decir que si este mundo, y los mundos que rodean y envuelven y acompañan a este mundo, alguna vez no existió y llegado o pasado un tiempo, no importa ahora que puedan ser cinco mil millones de años u otros quince mil millones…, si todo esto va a desaparecer, ¿qué sentido tiene “haber existido”? No lo sé. 

Se me ocurre que tal vez la pregunta que me hago esté mal formulada : en el sentido de que preguntarse por cosas que carecen de respuestas posibles es un uso desviado, (esto es, una mala formulación), del lenguaje. La cuestión ahora sería: ¿preguntarse lo que me pregunto ahora es “un uso desviado del lenguaje”? Si yo lo creyera, no habría formulado la pregunta: aborrezco todo tipo de “uso desviado”, con lo que estimo procedente la pregunta que me hago, al tiempo que a quienes esto lean se la hago.

Herman Melville, en tan sólo un breve relato sobre un amanuense de nombre Bartleby, – en efecto, me refiero a su magistral relato “Bartleby, el escribiente”-, nos ofrece una especie de singular parábola que podríamos aplicar enteramente al Cosmos con tan sólo hacer un minúsculo esfuerzo de imaginación. No es difícil, en especial si manejamos la edición que para Plaza y Janés tradujo Jorge Luis Borges y se publicó en la Colección “Relatos”, que dirige Ana María Moix. Se publicó en 1999.

Debo decir que en Melville y en Borges encuentro dos insuperables escritores, cada uno en su dimensión: no los confundamos. Melville me atrajo desde su “Moby-Dick”, que se había publicado primero con el título de “The Whale”, (La Ballena; en realidad, era un cachalote albino, de ahí lo de “La Ballena Blanca”), y ha conocido desde 1851 numerosas ediciones. Sin contar su paso por el cine. En J. L. Borges, además de su profunda erudición y el habilísimo manejo del suspense, destaca su fino sentido del idioma y el modo insuperable como sabe manejarse con el uso del adjetivo: calificar a la fina lluvia de “minuciosa”, ( “…la minuciosa lluvia”, escribe), es todo un hallazgo. Mi buen amigo Juan Gaitán me lo recordó un día, en charla amena sobre cosas de Literatura.

En Melville además me llama la atención, (esto es como una personal manía, sin mayor importancia; pero, hablando de Bartleby, nadie sabe a ciencia cierta qué tendrá y qué no tendrá importancia…), las fechas que enmarcan su vida: nace en 1819 y muere en 1891: en ambas cifras los dígitos suman 19, que es 10, que es 1… : Herman Melville ya nace, numerológicamente, “marcado”. Pero esto es otra historia, otro modo mío de manía que ignoro por qué más veces se me da bien, y “acierto en cosas”. Dejemos eso estar.  Volvamos al librito:

El relato, en la edición ya citada que manejo, empieza en la página 7 y termina en la página 115, (: que es 1+1+5=7…¡Vade retro, Número-daimono-logía!). Volvamos, volvamos al librito. Volvamos a la realidad.

La frase primera del relato es: “Soy un hombre de cierta edad.” Las palabras finales que escribe H. Melville para cerrar su historia, es decir, la del amanuense o escribiente Bartleby son éstas:

“¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!”

Es la ocasión de decir que lo primero, “ser de cierta edad”, y también lo último, (“¡oh humanidad!”), son cosas que podríamos afirmar de cualquier ser humano ya crecido, del planeta Tierra, del Sistema Solar, del Cosmos…, (todos, ya crecidos, también) y de Todo Esto. Ahora nos quedamos en especial con el Cosmos, pues es el eje de reflexión que hemos elegido hoy.

No sigamos adelante sin aclarar más el título, y la inicial referencia el Cosmos y la Vida en el Universo: en este caso la breve narración de H. M., “Bartleby el escribiente”, en otros casos podrían ser otros muchos y diversos libros de relatos sobre el ser humano y su condición, relatos literarios en su mayoría basados en modos de realidades existentes “fuera del mundo de las letras”, resulta que podemos leerlos y verlos como fantásticas parábolas de lo que es el Cosmos en su totalidad: el objeto-libro y su contenido narrativo de Melville es en sí todo un “cosmos”, antes del cual no hay ni “Preferiría no hacerlo”, como solía responder el escribiente Bartleby, ni hay oficina, ni jefe, ni final desdichado o infeliz: el libro es un “cosmos” que se basta a sí mismo, con independencia de sus contextos en la totalidad del mundo de la literatura, al igual que el Cosmos son mundos que se bastan a sí mismos: con independencia de sus problemáticos orígenes y sus aventurados finales. Estamos ante Parábolas del Ser.

Invitaría a todo lector a hacerse del singular y breve pero intenso relato del escritor americano, H. Melville. Si no puede ser en la edición de Plaza y Janés, no importa: está también en la Colección Austral, y aunque no sea en traducción de Borges, tampoco importe eso. Que la historia que relata Melville, basada por cierto en hechos reales ocurridos con balleneros de mitad del siglo XIX y un gran cachalote albino que los estuvo atacando durante años en aguas del Pacífico frente a las costas de Chile, se sobra y se basta para los propósitos que tenemos: ofrecer en tan sólo un objeto-libro, que contiene tan sólo un breve relato, toda una fantástica parábola del Cosmos.

Dicho con otras palabras: sólo con leer “The whale”, ustedes lograrían alcanzar eso que se dice en la lengua inglesa, en modo coloquial, to have a whale of a time, que quiere decir que “se lo pasarían bomba”. Y se me disculpe el juego de palabras tan a las claras que se me ha ocurrido sobre la marcha y no me he resistido a dejar fuera de este texto: resulta a veces tan sumamente agobiante reflexionar sobre cuestiones de azares y destinos, de futuros más o menos ciertos o inciertos, que un breve alto en el camino y una leve sonrisa nacida del mismo corazón de la duda, a nadie dañarán y podrían dar consuelo a muchos. Eso he pretendido hacer para conmigo mismo.

No voy a contar la historia de Bartleby. Ni tan siquiera a hacer el habitual resumen, o citar la famosa frase tras la que sistemáticamente se escudaba el impar amanuense o escribiente. Eso ya lo encontrarían ustedes mismos en la propia Red, que no se corta en absoluto a la hora de crear “rincones para vagos”. Pero sepan ustedes que si lo hacen, que si acuden a la Red, lo único que van a lograr, (y me alegro de que así sea esta vez), va a ser interesarse más aún por la lectura misma de “Bartleby, el escribiente”. Y de ese modo la parábola de que les hablo quedaría perfectamente enmarcada. Pues en el fondo, de eso se trata.

Yo mismo acudí a la Wikipedia y busqué en Google las palabras Mocha Dick, y no me arrepiento de haberlo hecho: existe un relato de un oficial de la armada de los EE. UU. , de principios del siglo XIX, que se publicó y narró lo que luego sería “Moby-Dick”, la famosa novela de H. Melville. Porque algo me sonaba, de cuando me interesó la historia del capitán Ahab y su obsesiva caza del Leviatán albino que le arrancó una pierna de cuajo. El relato se basaba en un hecho real, ocurrido entre bañeneros del primer tercio del siglo XIX y un enorme cachalote (: The White Whale, La Ballena Blanca).

Y se puede comprobar, una vez más, cómo gran parte de la Literatura, de la gran Literatura, nos viene de la vida real: parece que“El Quijote” se inspiró, entre otras varias fuentes de distinto origen, en un personaje de la época que existió realmente. “La Tierra de Alvargonzález”, de Antonio Machado, fue un hecho real. “Bodas de sangre” de F. García Lorca, también. Como la mayoría de las novelas picarescas del Siglo de Oro en nuestra literatura. Y las llamadas “novelas ejemplares” del propio Cervantes:

Ha habido “Licenciados Vidrieras”, y hubo y hay “patios de Monipodio”, y “La Lozana Andaluza” no es un febril invento o creación de la fantasía de Francisco Delicado: esa bella hetaira cordobesa, afincada en la Roma del XVI, no era una más entre muchas como ella misma sino reina, de carne y hueso, en el que dicen “oficio más antiguo del mundo”. Aunque el oficio más antiguo del mundo no sea exactamente la prostitución, sino el asesinato, como vemos en el episodio bíblico de Caín y Abel, antecedente por cierto del de Rómulo y Remo, y de otros muchos a lo largo de la mínima historia, para nosotros dilatada en exceso, del mundo ¿Y qué decir de la poesía, de la de Garcilaso de la Vega por ejemplo, o de las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, o de los sonetos de Francisco de Aldana?

Vida llevada a la Letra, pues es la letra la mejor receptora de sangre viva que el hombre en su tiempo puede encontrar.

Y esto que pasa en lo que se escribe, también pasa en lo que se pinta: ahí tienen, encabezando el texto de esta entrada una imagen del cuadro de Gustave Courbet, “El Origen del Mundo”, pintado en 1866, pero que no sale a la luz del gran público hasta 1995, cuando se expuso en el Musée D`Orsay, en París. Lo ponemos en honor a la famosa “lozana andaluza”, por un lado, y al propio Mundo o Cosmos, (palabras ambas que entre sus sentidos contienen el de “adorno”, como podemos reafirmar si pensamos en la palabra “cosmética”) por otra parte.

Pero, ¿todo esto para qué?

Estábamos hablando, allá al inicio de este post, de lo dificultoso que resulta admitir, o mejor dicho, asumir que el mundo en su totalidad no haya existido alguna vez, (pues si no había nada, ¿qué era esa nada? ¿Cómo concebirla?), o que alguna vez vaya a desaparecer y extinguirse, dejar de existir completamente pues, ¿qué queda entonces, cómo imaginar esa otra nada resultante? Y si todo es así, ¿cuál es el sentido final de la vida, del pensamiento, de la inteligencia, de la misma ciencia y de la religión misma? Sea cual sea la religión, y sea cual sea el momento histórico de la ciencia.

Llegados aquí nos parece oportuno proponer una visión diferente de todo esto. Una visión desde otra perspectiva: Todo Esto es lo que hay, y nada más. Nadamos en círculos o en línea recta, pero sobre un mundo o un mar que es esférico, con lo que nadamos en círculos siempre. Y la palabra clave es esa: siempre. Y parodiando un poco ( o un mucho, como lo quieran ustedes ver, pues la famosa frase-verso a que aludimos no dijo “todo esto”, sino “Hoy”) a don Antonio Machado, tendríamos que decir: “Todo Esto es Siempre Todavía”. Y punto: más, no nos es posible por ahora saber.

Intuimos que el sentido de la vida se encuentra en el hecho mismo de ir viviéndola, y que el sentido del saber consiste en ir conociendo, incluso con la seguridad de que a medida que más y más conozcamos, más aún nos quedará por conocer. Y en cuanto a la religión, algo por estilo: cada cual a su sentir interior se apegue y en su interior vivencia del hecho religioso se acune, y nadie quiera imponer nada a nadie, sino, como mucho, ( y hasta eso podría ser incómodo), invitar con gentileza a quienes se estime oportuno. Todo esto es hoy por ahora, y nada más.

Somos hijos de la tierra pero son los cielos nuestra aspiración, como dijo un famoso filósofo presocrático griego a quien le preguntó un conciudadano suyo que por qué miraba al cielo, y él respondió que “porque su verdadera patria estaba en las estrellas.” Dicen que para otros su destino es el Infierno: no importe, pues allá se encontrará no con demonios, sino con muchachas como Coré, luego llamada Proserpina.

No es mala ni es fea, y el infierno temible es el que se decía en un poema de Blas de Otero…: “Sí sí. Pero el cielo y el infierno está aquí…” Y comenta el poeta: “Y lo clavó con la ene que faltaba…” Cuenta B. de Otero que eso se lo oyó decir a una señora de edad, mientras él iba de paso por una estación, viajando… (Todo es muy simbólico).

Nosotros, como nuestros más fieles sueños, estamos fabricados del mismo material que las estrellas y los soles: y ése es nuestro más cierto destino: devenir seres celestes del mismo modo que las estrellas acaban por convertirse en seres humanos… ¿No resulta hermoso todo esto?

(Continuará)

4 respuestas a «Todo Esto»

  1. Como bien se me ha dicho, la imagen que se presenta no corresponde al famoso ( y tan largo tiempo oculto en manos privadas) cuadro de Gustavo C. En su lugar aparece este otro, también del XIX, pero en este caso es la bella muchacha que sirvió a Rosetti de inspiración para representar a Coré, que luego se quedaría en el Hades por haber probado el fruto de una granada, que lleva en la mano.
    Se me disculpe.

  2. Fue Shakespeare quien escribió que » Estamos hechos con el material que se fabrican los sueños» Quiero decir que no importa, porque no nos afecta y desconocemos las respuestas. Quizá seamos sólo eso, un sueño. Cioran, en su «Adiós a la filosofía y otros textos» dice así: «…Y yo sueño con una Eleusis de corazones desengañados, con un Misterio neto, sin dioses y sin la vehemencia de la ilusión»
    Parece que vivimos y eso a mí me basta.

    • Querido Rafael, a veces la vida, como los sueños, se convierte en pesadilla, nos quita el sueño, valga el aparente contrasentido. Pero coincido contigo en lo fundamental.
      Gracias por entrar a comentar el texto y dar tu opinión.

  3. Estoy bastante en tu onda, Rafael. Pero como en otro correo ya te he dicho, a veces la sensación de vivir ( o de soñar, me es ahora casi igual) eternamente como quien cruza puentes entre dos Nada…
    Gracias por tu comentario.

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