I.-
Si vamos a utilizar un determinado par de palabras para en-marcar un concepto como “espacio mítico”, lo tenemos que hacer dándole, (: al sintagma “e. m.”, que acabamos de nombrar), el sentido en que lo concebimos. Hay que explicar qué entendemos por “espacio mítico” en este texto.
Llamo Espacio Mítico a todo tipo de marco o “locus” ( esto es, “lugar”) que sea capaz de servir de sustentación a una serie de acciones y sucesos, de procesos activos entre seres, sean del carácter que sean: “reales”, como la pantalla de su ordenador, o como usted que lee esto o yo que lo dejé escrito, y “no reales”, sino virtuales, imaginarios, parabólicos, o simplemente hipotéticos.
Un espacio mítico puede ubicarse en un periodo de tiempo “real en el pasado”, como el tiempo casi infinito de la infancia, o “ideal en todo momento”, tal el Monte Olimpo en tanto morada de los dioses griegos primero y luego también latinos. Pero un lugar “real” geográfico, como el Cañón de Ordesa, puede eventualmente sernos un “espacio mítico”. O el Lago de Sanabria : y más, después de la novela de Miguel de Unamuno. Gran parte de la misma Ciencia, mientras sea sólo hipótesis aún no demostrada, caería dentro de lo que estamos considerando “espacio mítico”. Lo mismo podríamos decir de Las Religiones. Jesucristo es un ser real, pero sus Parábolas sin embargo, podrían estar en lo que ahora llamamos “espacio mítico”, del mismo modo que lo estarían las Fábulas de Esopo. Como vemos, lo de “mítico” no afecta aquí a la realidad de lo que en ese tipo de espacio se sitúe, sino al modo como concibamos y tengamos asumida tales realidades.
En ambos casos se trata de usar un relato (: mythos) para ejemplificar una enseñanza. La clave como se puede ver está sobre todo en el sentido o valor significativo que le damos al término griego clásico “mythos”, a saber: el de “relato más o menos breve, de algo, normalmente con la intención de ejemplificar algo: en este sentido, todo mito es instructivo, o tiende a serlo.
Las grafías de una lengua son entidades reales, pero muchas de las construcciones de palabras, frases, obras enteras que pueden producirse con esas grafías y en esa lengua pueden caer dentro de lo que llamamos ahora “espacios míticos”.
Puede también un espacio mítico estar situado en una creación “ad hoc” : la Sefarad, de Salvador Espríu; o la Sansueña, de Luis Cernuda; o Región, de Juan Benet, (en “Volverás a Región”); Macondo, la de “Cien años de soledad”, o Comala, de Juan Rulfo, (en su “Pedro Páramo”).
“El Sermón de la Montaña” es un poema de carácter religioso, una oración de tipo programático, (si se me permite el adjetivo aquí), puesto que quiere bendecir determinados tipos de conductas éticas y maneras de actuar los seres humanos. Más o menos como el poema, -“programático y ético”-, “IF”, del escritor británico Rudyard Kipling: Ambos se ubican en un tipo muy especial de “espacios míticos”.
Con lo dicho y con los ejemplos puestos creo que se entenderá suficientemente qué queremos decir con lo de “espacios míticos”. Obviamente, cualquier matiz nuevo que surgiera, ya fuere por la naturaleza misma de lo que se esté argumentando, o por cualquier otra razón, sería inmediatamente aclarado. Porque la variedad de posibles espacios míticos es muy amplia, como veremos. Y se complica la cosa cuando nos topamos con “espacios míticos” tales como ese “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” , donde Miguel de Cervantes sitúa la aldea o pueblo donde hace nacer al hidalgo Alonso Quijano que se convertiría luego en Don Quijote.
a)
El Espacio Mítico que podemos considerar representado por la Infancia, dadas unas ciertas condiciones en dicho periodo de la vida de los seres humanos, no debe confundirse con el «Espacio Mítico» que los pueblos construyen o crean en el transcurso de los procesos que, finalmente, llega a con-formarlos como pueblos con tal o cual identidad, ya se trate de irlandeses que reconozcan en los celtas sus antepasados más próximos en la Historia, o de romanos del Latium que se identifiquen con sus más directos, o quizá muy lejanos antepasados: Eneas, que llega al Latio desde la destruida Ilyón o Troya, Rómulo, (Remo, asesinado por su hermano), La Loba Luperca, Numa Pompilio…
Nos asalta sin embargo una duda, a veces muy persistente: ¿se puede contar la historia sin caer en la trampa de la “perspectiva ideológica”? Creo que sí, que se puede : siempre que se tenga verdadera talla de historiador, que igual que muchos artistas, poetas, escritores, pintores… etc., no se han dejado seducir por el Poder, y se han ceñido a su arte y a sus íntimas creaciones como se ciñen al viento los buenos veleros : de verdad, con sinceridad, sin artimañas para agradar al poderoso en espera, tal vez, de recibir de él honores y prebendas. Lo han hecho y hacen muchos, a los largo de la Historia.
Sin alejarnos mucho de esto, hay en los “Pensamientos” de Blas Pascal reflexiones que podrían avalar lo que decimos, pero no es preciso: que cada cual piense por sí mismo qué es más verdad, si la historia narrada por los contemporáneos de los hechos, o la contada de oídas por quienes vivieron mucho tiempo después : La distancia entre un modo de verdad y el otro, puede ser la misma que separa al Mito de la Historia. “Un modo de verdad y el otro”, he escrito. Porque el mito también contiene verdad : en proporción inversa a como la historia contiene medias verdades.
Si nos preguntan qué es más verdad, si un libro de historia sobre la Guerra de la Independencia contra Napoleón o si las novelas de don Benito Pérez Galdós sobre la Guerra de la Independencia, no podríamos decir con certeza que aquél, el libro de historia, sea más verdad. O que lo sean las novelas de Galdós : Porque se trata de maneras de verdad diferentes : Algo así ocurre con la confrontación entre Mito e Historia.
b)
Hay pues, para empezar, dos modos de «espacios míticos»: uno, es de carácter individual, aun cuando en una determinada colectividad participen del mismo muchos individuos. Éste es el que asignábamos a la infancia. El otro es ya colectivo y se reviste de características más o menos genéricas que son re-conocidas y aceptadas, normalmente de manera tácita, por todos. Gran parte de la cultura que recibimos está ubicada, se desarrolla, en sus respectivos “espacios míticos” : desde los cuentos infantiles hasta las novelas de nuestra más alta madurez lectora.
Pues bien: todo espacio mítico, por su propia naturaleza, se acerca a lo que en la psicología de Jung se llaman Arquetipos, los que de un modo u otro acaban creando una especie de substrato en las colectividades humanas que constituyen parte importante de lo que llamamos «el modo de ser, o el carácter» de un pueblo. O su folklore mismo, inseparable muchas veces de su propia “mitología para andar por casa”. ¿En qué sentido decimos que los “e. m.” se acercan a los Arquetipos junguianos? En éste: sin un previo “e. m.” interior, mental, ideal del en-sí-mismo de cada individuo de la espacie, el arquetipo no encuentra con facilidad tierra abonada donde crecer y fructificar. Lo que llamamos “Inconsciente Colectivo” es en gran medida un Espacio Mítico.
Es lógico pensar que si existen «espacios míticos» necesariamente han de estar en el pensamiento, ya sea el del adulto, o ya en el de las vivencias infantiles: En determinadas vivencias de la infancia y en ciertos modos de pensar propios de los adultos. Fuera de los cuentos escritos para niños, los espacios míticos pertenecen por su propia naturaleza al mundo del pensamiento.
E incluso los cuentos infantiles no son en definitiva sino una “bella argucia” para transmitir conocimientos que a veces rozan lo esotérico.
c)
Es posible que la fascinación del valor del número y la importancia del nombre actuaran muy pronto en la mentalidad del hombre a lo largo de sus procesos de socialización, y de ese modo llegara a convertirse, de «señor del lenguaje» que estaba destinado a ser, en «esclavo del lenguaje», que en buena medida somos más de lo que inicialmente sospechamos.
El primer filósofo moderno del siglo XIX detectó que el hombre se había convertido en “esclavo del lenguaje”, y se rebeló contra eso, fue Federico Nietzsche. Su obra es un ejemplo casi paradigmático de lo que W. M. Urban llamó en, “Lenguaje y Realidad”, “valoración inferior del lenguaje”, que se basa en una profunda desconfianza acerca de que éste pueda reflejar las cosas en sí. Su polo opuesto, el de Nietzsche, bien pudiera ser Platón, pese a sus devaneos con la dos valoraciones (: no es el mismo Platón el del “Cratilo”, que el de la “Carta VII”).
Desde esa perspectiva, las valoraciones que podamos hacer en el seno o en los caminos que las distintas filosofías nos propongan, bien pueden caer en lo que ocurre finalmente en el caso de Friedrich Nietzsche: sus «Aforismos» son posibles no sólo por la pertenencia histórica de F. Nietzsche a una etapa post-hegeliana, en filosofía, sino por su profunda «valoración inferior», (esto es, desconfianza suma), del poder, la capacidad del lenguaje como «espejo de lo real». Y por su rechazo de gran parte de la “Historia Ético-religiosa” recibida.
Algunos de sus aforismos parecen indicar ese estado de cosas en la noción del mundo que transmite el a veces tan controvertido filósofo del siglo XIX, (: Nietzsche vive entre 1844 y 1900), y tratar de reducir su pensamiento al «Dios ha muerto», -creo-, es un modo absurdo de impedir la más cabal intelección de su pensamiento.
Sus “Aforismos”, su “Así habló Zaratustra”, o su cualquiera de sus obras, contienen una tan gran cantidad de reflexiones y pensamientos : y por eso, sólo el mero hecho de quererlo reducir a una frase, es casi como un crimen. Pero esto es otra historia, que, como no queremos dejar a medias, sino bien enfocada hacia el sentido en que orientamos estas palabras sobre F. Nietzsche, podemos citar, a modo de ejemplo, estas palabras suyas que tomamos de la obra “Más allá del bien y del mal” :
“Hay en la moral de Platón algo que en propiedad no pertenece a Platón, sino que simplemente se encuentra en su filosofía, a pesar de Platón, podríamos decir, a saber: el socratismo, para el cual Platón era en realidad demasiado aristocrático. /…/. Platón hizo todo lo posible por introducir algo sutil y aristocrático en la interpretación de la tesis de su maestro, introducirse sobre todo a sí mismo…- /…/. Hablando en broma y, además a la manera homérica: ¿qué otra cosa es el Sócrates platónico sino
prosthe Pláton opisthen te Pláton mésse te Xímaira ( : “Platón por delante, Platón por detrás, y en medio la Quimera”)?
Vayamos poniendo fin a este texto, con esta breve reflexión sobre una frase del filósofo alemán y un consejo del poeta español Luis Cernuda:
“Por lo que más se nos castiga es por nuestras virtudes.” ( Federico Nietzsche).
“Aquello que te censuren, cultívalo: porque “eso” eres tú”. (Luis Cernuda).
Me pregunto si en el fondo de ambas frases no late una idea muy similar. Me parece que de algún modo apuntan a una misma diana. Ésta, en nada mítica, por cierto.
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