Joyas, Espadas, Tridentes

17 Jul

1)

Topacio aún no pulido

Cuando pusimos el sueño de Juan Eduardo Cirlot que decía : “Combato a espada con dos guerreros romanos. Yo uso una extraña espada en forma de tridente”. Ese era su sueño 79, y nada dijimos entonces acerca del tridente como símbolo. Es algo curioso, y merece la pena que se diga algo.

Como la propia palabra indica, a simple vista “tridente” vale por “tres dientes” o “triple diente”, en sentido figurado lo de “diente”, pues como sabemos es una punta afilada lo que ahí quiere decir “diente”. Su longitud y su forma, a veces curvada, varían. Pero atendamos a lo que dice JEC en su “Diccionario de Símbolos”, tantas veces citado en estos textos.

Empieza JEC citando la interpretación que le da Eliade, que lo asimila a la representación de los dientes de los monstruos marinos. Es atributo de Neptuno, el dios clásico del mar, y de Satán. (La palabra “satán”, tan mal vista por nuestra cultura, en su lengua originaria significa únicamente “fiscal”, pero de ahí a “demonizar” a los fiscales hay un gran trecho. Sigamos con lo nuestro). Luego dice Cirlot que también ha sido interpretado el tridente como una forma derivada y alterada, deformada, de la cruz. “Es decir, cruz alterada para darle agresividad”, textuales palabras de JEC.

Según Zimmer esa interpretación es válida, al decir: “tridente, triplicidad en el ataque”. La tercera punta pudiera corresponder al tercer ojo de Shiva, ya que también es atributo de este, el Destructor. Sigue explicando que es significativo que el tridente fuera el arma del reciario romano, cuya red lo identifica a la divinidad uránica, en contraposición al mirmidón, armado de espada. Parece así un atributo de poder arcaico y paterno, frente a la posibilidad única, heroica, del hijo solar. Diel lleva al máximo la explicación negativa del tridente al asimilarlo a la triple culpa, correspondiente a la perversión de los tres impulsos principales: nutrición (posesión, propiedad, dominación), reproducción (sexualidad) y espiritualización (que, en su aspecto negativo, se traduce en vanidad).

Por ello, -seguimos citando del Diccionario de Cirlot-, es atributo del dios del inconsciente y de la culpa, Neptuno, cuyo reino está poblado de monstruos y de formas de lo inferior. Su triplicidad es una “réplica infernal de la Trinidad, como las tres cabezas del Can, (o Perro), Cerbero. O las de Hécate Triforme, divinidad infernal que sin embargo, apunta Cirlot, “según Servio presidía el nacimiento, la vida y la muerte.”

Hay también valoraciones positivas del tridente: Charles Ploix, en “La Nature et les dieux”, lo asimila a la varita mágica que permite descubrir fuentes y corrientes de agua. (Estas cosas y más podrá encontrar el curioso lector en el citado Diccionario del gran poeta que estamos comentando).

Se refiere ahí JEC a esas varas de zahoríes que suelen hacerse con ramas de avellano, preferentemente, y que el zahorí porta sujetándola por dos extremos en que se bifurca la vara, que suele tener unos 50 a 60 centímetros de longitud, (sin contar con la bifurcación, que sirve para que el zahorí la sujete sin presionarla), y que en muchos casos, si la persona tiene el don que se le supone, la vara de avellano reacciona al pasar bajo una fuente de agua. La vara de zahorí típica tiene forma de Y, y el palo recto es el más largo, como se ha dicho, siendo los otros la bifurcación que sirve de agarre o por donde el zahorí sujeta la vara. También se usa una doble vara, ahora en forma de L, que se suelen llevar cruzadas a veces.

La palabra zahorí es un arabismo en nuestra lengua castellana, y ello indica que la “ciencia” de la radiestesia y la búsqueda de agua por medios de estas “varas mágicas” era cosa frecuente entre los árabes. De hecho, conozco a expertos radiestesistas que opinan que los árabes, de siempre, supieron más que el hombre de otras culturas de estos temas típicos del ocultismo y las diversas “mancias” o técnicas de adivinación y esoterismos diversos. Como la rabdomancia, de la que acabamos de hablar.

2)

Lo que ahora nos llama la atención es el hecho de que en su sueño sea Cirlot el que porta esa espada en forma de tridente, lo que le confiere a él, al propio soñador, una serie de posibles valores interpretativos que estarían en consonancia con algunas de las cosas  antes indicadas.

Y como resulta que en otros sueños ya el propio JEC apunta a cosas como ser juzgado o incluso condenado, como el sueño 68, que ya mencionamos en una entrada anterior, y donde escuchaba una voz que le decía aquello de “El espíritu es una prisión más monstruosa que la carne…”, y donde hablaba de “… una reunión de ancianos y gente de pueblo reunida en la plaza mayor tal vez (decía JEC) para juzgarme,” se nos queda en el aire una pregunta: ¿Se veía a sí mismo el poeta como culpable de algo, sólo por el hecho de convivir con una sociedad donde todo lo esotérico y cultural estaba sometido a censura, y también por el hecho de estar en una situación, intelectual y socioeconómica, que le permitía estudiar, investigar, indagar, escribir poesía, atender a la música, al cine? ¿O es que la propia naturaleza de muchas de sus investigaciones le hacían pensar que se inclinaba por probar los frutos del mítico árbol edénico “del Bien y del Mal”?

¿Significa esto que a veces en sus sueños JEC pasaba de ser el héroe que combate a dos enemigos con una espada en cada mano, o que es herido y de su carne brotan piedras preciosas, o que es capaz de reconocer lenguas y alfabetos muy antiguos, entre ellos hebreo, a ser persona a quien “muchos niños pobres le arrojan piedras”, (sueño 48), y tiene que refugiarse “entre ruinas de casas de un barrio miserable”?

Hemos visto que Cirlot camina en sus sueños por el aire, ve cosas de gran maravilla, y a la vez, (sueño 50), :“Tengo enfermedades incurables”. El cénit y el nadir de una personalidad plena de potencial y riqueza anímica. No la cara y la cruz, ¡ojo con la matización!, sino la cima y la sima, lo más alto y celeste y lo más abismal y oscuro. ¿No es así acaso como somos todos los seres humanos, aunque no todos tengamos la facilidad de mostrarlo en obra hecha y publicada?

Estamos, creo, ante un gran potencial onírico -el de Juan Eduardo Cirlot- que, en tanto lo tuvo en vida, supo utilizarlo y ponerlo al servicio de una actividad increíblemente fértil y valiosa. De ahí nace en gran medida buena parte de la rica y muy variada obra del genial poeta catalán, (Barcelona, 1916 – 1973), que no desdeñó fotografiarse con su colección,  (o parte de su colección), de espadas, arma a la que era muy aficionado: como coleccionista. Nos preguntamos qué podía atraerle de las espadas, y la respuesta está, seguro, en el fondo de su En Sí, más allá del Inconsciente mismo, entrevista por “su Sombra”, y afinada por esa conjunción “Anima/Animus” que él pudo o supo, o ambas cosas a la vez, conjugar y equilibrar: haciendo del dolor, armonía en la obra, y del conocimiento, cántico. La Espada es en Cirlot un puro Símbolo del ser humano en toda su integridad en este mundo. Lucha y justicia a un tiempo. Esfuerzo y equilibrio.

Por esos motivo pudo transmitir esos valores simbólicos que tan bien llegó a conocer, y los supo legar de manera elegante y sustancial. Pocas obras poéticas y de estudios de materias a veces dificultosas ha dado de sí la moderna Literatura en Lengua Castellano-Española, entendiendo ahora por “moderna” lo que va desde finales del siglo XIX y llega hasta la actualidad. Porque, (aclaro ahora), descreo de eso que llaman “posmodernidad”.

En modo alguno con lo dicho se considere nadie debidamente informado de ese mundo que anida y late en “En la Llama”, en el Ciclo dedicado a Bronwyn, o en sus otras obras y ensayos: no nos hemos asomado nada más que a una pequeña esquina de una grande y populosa ciudad viva hoy y comenzada a existir desde antes de que el hombre supo ponerle nombre a eso que llamamos ciudades y que vamos habitando y modulando generación tras generación, desde los orígenes de las culturas cuyas lenguas ya ni se conservan siquiera en estelas o tablillas de barro o pictogramas y mucho menos en papiros o pieles de mamíferos domesticados desde la prehistoria.

3)

Ahora vamos a las piedras. No a cualquier piedra, sino a las piedras que llaman “preciosas”. Esmeraldas, zafiros, topacios, diamantes, o el rubí. No atenderemos a ellas como objetos de rara perfección y alto valor material que una sociedad acomodada valora en “nummos”, en monedas, en dinero. Las veremos como símbolos que son de cuanto tiene valor y carece de precio. El tiempo, por ejemplo.

Entre otras muchas cosas inapreciables de la vida que sólo nos sonríen de lejos y nos enseñan su verdadero valor y significado más hondo cuando ya se van de nuestro tiempo, cuando ya nosotros vamos quedando lejos del tiempo de saber, del tiempo de decir, y del tiempo de poner el verbo justo en la justa acción. Lean qué dice JEC en su “Diccionario” del término “Verbos”:

“Todos los verbos, indicación de acciones, pasiones, operaciones, tienen un sentido simbólico inmediato que deriva de la simple transposición al plano espiritual de su significación material o directa. Así alimentarse simbolizará recibir un alimento en el espíritu o el intelecto; matar, suprimir mentalmente a un determinado ser; viajar, alejarse con la imaginación y la atención de un mundo para dirigirse a otro, etc.”

Entonces es cuando una piedra cobra su verdadero valor: cuando se te escapan los instantes para poderla siquiera tocar o mirar. El topacio, por ejemplo. El rubí. Los diamantes. O el zafiro. Nosotros atenderemos al valor simbólico de tales piedras, así como el de las en apariencia “simples rocas”, siguiendo de cerca el valor que e todo ese universo le da JEC en su obra poética y en su mismo “Diccionario de Símbolos”. Y no desdeñaremos lo que antes hemos dicho acerca del tiempo.

De momento, nos quedaremos con la Espada como ideal de nobleza y de justicia, como símbolo del “guerrero de alto y noble espíritu”. Y en sucesivas entradas ya iremos a textos donde puedan quedar más de manifiesto lo que decimos de la obra, de muy alto valor poético y simbólico, de Juan Eduardo Cirlot.

Textos como el titulado Poema perpetuo :

“He mirado despacio la grave lejanía

desesperadamente sólo la he mirado

hasta que he visto al mundo convertirse en topacio

hasta que el mismo espacio se ha transmutado en piedra.”

Nota.-

Cito sólo la estrofa primera del poema, de estructura circular, y de siete estrofas en total, con un verso de retorno, que apunta a ese carácter “circular” que hemos dicho:

“Hasta que el mismo espacio se ha transmutado en piedra”,

… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …


6 respuestas a «Joyas, Espadas, Tridentes»

  1. Anoten, por favor:
    Sería curioso que cualquier lector o lectora del texto indicara, si lo desea, cuál es su piedra favorita, y a ser posible, la razón de su preferencia, si la conoce.
    ¡Se podría hacer una especie de tour psicológico en torno al simple gusto por tal o cual piedra!
    A mí, por ejemplo, me gusta mucho la que llaman aguamarina. Y el zafiro.
    ¡Anímense!

  2. Un placer como siempre leer sus posts. Mi piedra favorita es la esmeralda, no tengo muy claro por qué, quizás sólo por su color…
    Saludos

  3. Seguramente por el color verde: sugiere vitalidad. Y selva virgen. Las esmeraldas despiertan -dicen-lo más salvaje ( en sentido positivo) del ser humano.
    O puede que en otra vida fueras pirata. O princesa. Todo es un misterio.

  4. Aparte bromas, prometo responder en la medida de mis datos a los posibles significados simbólicos de cada piedra, preciosa o no preciosa. A alguien puede serle muy grata, pongo por caso, la piedra caliza de origen orgánico, marino. A mí me ocurre. Amatistas, zafiros, piedras Luna, cuarzo en sus diversas variedades, rubíes, etc., tienen sus respectivas simbologías. Atenderé a todas las que sepa y pueda. Ha quedado prometido. Gracias.

  5. Verás, MLuisa:
    En el «Diccionario de los Símbolos» de Jean Chevalier y Alain G., publicado en Herder, hay un largo artículo sobre la esmeralda. Es la piedra de Hermes, el Mensajero de los dioses. Y la que atraviesa oscuridades y arroja luz sobre el conocimiento de las causas de las cosas. También, se asociaba al ave quetzal, pájaro con largas y bellas plumas verdes, a su vez relacionado con el dios benefactor Quetzalcoalt. Los españoles conquistaron México con mayor facilidad porque las tradiciones mejicanas asociaron a aquellos hombres barbados y blancos que venían en grandes casas flotantes de donde sale el sol, con ese dios de ellos, los aztecas: Quetzalcoalt. Y por el impacto que la visión del caballo y sobre él el jinete, más las armas de fuego, causó en aquella cultura aún anclada en etapas de maduración tecnológica y espiritual más propias de la Edad Media que no de la Modernidad.

  6. Muchas gracias Manuel por tus respuestas, me han gustado las tres significaciones que señalas. Me gustaría saber también el significado de las piedras preciosas que nombrabas como tus preferidas, mientras nadie aporte ninguna otra.

    Un saludo y otra vez gracias

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