1.- La obra de Erwin Schrödinger “¿Qué es la vida?”, al igual que otro tipo de preguntas de similar entidad y amplitud de ámbitos, cambian mucho de perspectiva según la manera como se formulen, en primer lugar. Y también, y sobre todo, según los caminos posteriores que a partir de la cosa preguntada se emprendan.
Si preguntamos si hay vida en el Sistema Solar, la respuesta necesariamente tiene que ser que sí : hay vida en la Tierra, y como ésta pertenece al Sistema Solar, hay vida en el Sistema.
Pero si hacemos de la Tierra un “lugar único”, una “singularidad”, y no ya dentro del Sistema Solar, sino en el seno mismo de lo que llamamos Cosmos, la respuesta anterior dada (: “sí, hay vida en el Sistema”) tiende a hacerse problemática y claramente parece llevarnos a la hipótesis de que “no hay constancia de vida fuera de la Tierra”. Se buscará, cierto. Pero en ocasiones parece que se busca más para comprobar su inexistencia que no para hallarla. En ese sentido, -me pregunto-, ¿no seguimos acaso siendo tan centrados en nosotros mismos como los que persiguieron a los astrónomos del XVII que defendieron el heliocentrismo? Y luego resultó, que hasta el propio heliocentrismo se nos quedaba corto: nuestro Sistema es un punto perdido en el “Cinturón de Vida” de nuestra llamada “Vía Láctea”. (Por cierto: muy próxima, en distancias estelares, a la llamada “Galaxia Caníbal”, o sea, “Andrómeda”. Esta “depredadora de estrellas y galaxias “enanas” se nos acerca, según los astrónomos, a la velocidad de 400.000 kilómetros por hora. Su próxima víctima es una galaxia muy pequeña llamada “Triangulum”).
Ahora no vamos a entrar en ese libro (una colección de Conferencias) del Nobel de Física de 1933, pero sí rondaremos en torno a algunas de las ideas que anidaron en él y en otros espíritus o pensadores de su tiempo. Todos igualmente guiados por una visión del mundo y del ser humano en el mundo. Todos con ideas que acaban por dejar desnudas, o como cosecha a la espera de ser recolectada, para sus coetáneos y para la posteridad, (: ahí, estamos nosotros). Pensadores como André Leroi-Gourhan, o como Kilton Stewart, o el propio Einstein.
Y llegaremos a las concepciones de un René Weber, Rupert Sheldrake, Teilhard de Chardin, o David Bohm. Y, sin hacer de todos ellos una especie de “totum revolutum”, sí tratar de ver qué es lo que nos lastra todavía para aceptar una idea que estimamos central, clave, inexcusablemente básica: “la identidad de suelo (: materia y espíritu)” de todos los seres vivos, más allá de las diferencias, al cabo mínimas y desde luego fáciles de someter a crítica y poner en situación de “inestabilidad relativa”, y que son las diferencias de visión del mundo que cada lengua marca a sus hablantes. Tratar de ver qué pueda haber de cierto y hasta dónde se funden y complementen lo que llamamos “materia” ( que a los físicos cada vez se les “espiritualiza” más) y “mente”, junto con ese extraño “tertium non datur” , el espíritu, creo que no es asunto de poca monta. Cuando Rafael Pérez Estrada decía que si un libro de poemas se abre, se lee algo, y el poema “no sangra”, es que no hay poesía. Eso, apunta a “espíritu”. Hay poemas que sí son poesía, y poemas que sólo son elegantes, ingeniosas, cultas, y hasta divertidas, (a veces, ni eso), palabrerías.
2.- Lo que pintan los chinos con suave delicadeza se parece a las realidades de la física cuántica y de ciertas imposibilidades matemáticas que razona Erwin Schrödinger en un librito de gran interés: «Ciencia y Humanismo». Está en la Coleccion Metatemas, de la Editorial Tusquets. E. Schrödinger fue Premio Nobel en 1933 y además de físico y humanista era un gran conocedor de la Filosofía desde la época de la Grecia Clásica hasta la de su tiempo. Conoció tan perfectamente a Demócrito o Leucipo como a Ernst Cassirer. Y desde su gran sabiduría fue capaz de enseñar a su tiempo y a los tiempos que le han sucedido algo esencial: los sabios deben ser humildes, y aceptar que el conocimiento humano posee límites infranqueables.
En realidad, la base de todo o casi todo lo que vengo tratando de mostrar en las sucesivas entradas en «Palabras, bosques», está en esa idea. O por decirlo de otro modo : mi meta no es mostrar tal o cual tipo de saberes, (o de ignorancias), personales, sino que es tratar de llevar al ánimo de los lectores esta idea: vivimos en el seno de un fantástico misterio, y sólo » cosas» como el amor, la poesía, la intuición o la ayuda a los prójimos hecha en momentos claves y de manera desinteresada pueden dar sentido más pleno a nuestras vidas. Precisamos acentuar en todos los órdenes la solidaridad.
3.- La razón de este “Intermezzo” en nuestros habituales textos de entradas a este blog, más allá de cuestiones estrictamente personales, es la convicción de que en las actuales circunstancias el ser humano tiene que hacer un mayor esfuerzo por asumir que es de todo punto imprescindible incrementar lo que en nosotros, hijos de este final del “homicida siglo XX” ,(como lo llamó H. Michaux), y seres ya de lleno asomados al convulso siglo XXI, exista o pueda existir del sentido más cabal de solidaridad: para con nosotros mismos, para con el propio planeta y sus especies y modos de vida, y para con nuestros venideros descendientes.
No centrarnos en esa solidaridad y en el esfuerzo por construir un mundo más justo y alejado de esa barbarie de “el pensamiento único” es, en mi modo de ver las cosas, un peligroso camino, un muy peligroso camino que podría asimilarse a una especie de solapado suicidio de la Humanidad como especie. Sería muy lamentable que del “homicida siglo XX” pasáramos al “suicida siglo XXI”.
Una muy lúcida y sabia conocedora de la obra del “belga, de París”, Chantal Maillard, persona con una perspectiva del mundo muy superior en muchos sentidos a la de muchísimos de nuestros contemporáneos, tal vez esté ya marcando pautas hacia una más elevada concepción de la ética, que deberíamos asumir. Estoy pensando, entre otras, en su obra “La Tierra Prometida”. Sobre todas estas cosas volveremos con más detenimiento. Ahora, pondremos fin a esta breve entrada con un poema.
Nota.-
A otros trabajos, conferencias y ensayos nos iremos remitiendo a medida que los temas y circunstancias del tratamiento que se les dé nos pidan. De momento, me quedaría hoy con un poema de Vicente Aleixandre, de título “Los dormidos”, y que pertenece a su hermoso libro, (¡qué precisado está don Vicente Aleixandre de un estudio más en profundidad de su poesía!), de recuerdos entrados en su alma y que se llama “Ciudad del Paraíso”.
Los dormidos
¿Qué voz entre los pájaros de esta noche de ensueño
dulcemente modula los nombres en el aire?
¡Despertad! Una luna redonda gime o canta
entre velos, sin sombra, sin destino, invocándoos.
Un cielo herido a luces, a hachazos, llueve el oro
sin estrellas, con sangre, que en un torso resbala:
revelador envío de un destino llamando
a los dormidos siempre bajo los cielos vívidos.
¡Despertad! Es el mundo, es su música. ¡Oídla!
La tierra vuela alerta, embriagada de visos,
de deseos, desnuda, sin túnica, radiante,
bacante en los espacios que un seno muestra hermoso,
azulado de venas, de brillos, de turgencia.
¡Mirad! ¿No veis un muslo deslumbrador que avanza?
¿Un bulto victorioso, un ropaje estrellado
que retrasadamente revuela, cruje, azota
los siderales vientos azules, empapados?
¿No sentís en la noche un clamor? ¡Ah, dormidos,
sordos sois a los cánticos! Dulces copas se alzan:
¡Oh estrellas mías, vino celeste, dadme toda
vuestra locura, dadme vuestros bordes lucientes!
Mis labios saben siempre sorberos, mi garganta
se enciende de sapiencia, mis ojos brillan dulces.
Toda la noche en mí destellando, ilumina
vuestro sueño, oh dormidos, oh muertos, oh acabados.
Pero no; muertamente callados, como lunas
de piedra, en tierra, sordos permanecéis, sin tumba.
Una noche de velos, de plumas, de miradas,
vuela por los espacios llevándoos, insepultos.
Si la imagen de Gaia, ( o Gea: es la misma Entidad ) tuviera que ir alguna vez acompañada de un texto poético, yo sugiero éste de “Ciudad del Paraíso”, donde Aleixandre, entre otras muchas imágenes deslumbrantes llenas de potencia sugeridora y vigor erótico, arroja a la cara de los que no sienten la viveza del mundo en su plenitud ese modo de vivir desganado, “dormidos a lo real”, que es lo que nos consume y puede un día derrotarnos. El poema, creo, no precisa ser comentado. Sólo leerlo otra vez. O más veces. Y seguir leyendo (amor y poesía) hasta despertar del todo a la vida: algo que ya, sin un mínimo de solidaridad, empieza a hacerse cada día más duro y difícil. Para todos.