1.-
La contemplación de las cosas y los seres desde situaciones límites no es traducible a palabra. Tampoco se pueden esas cosas cantar o pintar. Y ni siquiera intentar contarlo sería acertado, me temo. Se trata de experiencias que al estar en una de las lindes de la percepción y ser, además, de naturaleza única, (por la misma única e insustituible naturaleza del sujeto que contempla y experimenta), su posible revelación se nos convierte en re-velamiento: queremos destapar algo y lo que logramos es ocultarlo aún más.
Cabe aquí decir lo que en cierta ocasión dijera sobre el Tiempo San Agustín, que si no me le preguntan, sé lo que es, pero si me preguntaran, no sabría expresar qué cosa sea “tiempo”. Cito su frase según la recuerdo, con lo que no hay literalidad en mis palabras, y si remarco estas palabras con cursiva es sólo para destacar la idea del sabio autor de “La Ciudad de Dios”.
En ese sentido lo único que el artista, poeta o pintor, puede hacer es señalar con un dedo al infinito sobre una página o un lienzo en blanco, y esperar a que se produzca el muy improbable milagro de una ósmosis entre el dedo, su tacto sobre la tela o papel desnudos, y el/los posibles «visionantes del milagro”. La tarea del artista es quizá el polo opuesto a la del misionero, pues éste trata de llevar certezas a quienes se supone “desorientados”, en tanto que el artista moderno, al menos el tipo de artista que ahora estamos considerando, tratar de creárselas (las certezas) en sí mismo. O incluso de poner en duda todas las que podamos tener.
Desde esta perspectiva el arte es siempre un fracaso. Pero un fracaso que contiene un modo infinito de gloria : se constata la naturaleza única de cada ser, de cada alma, ya sea la de un artesano medieval o la de un gorrión que vimos pasar al vuelo un día ante nuestra ventana… Lo inimaginable del mundo está contenido en muy poco espacio. Como diría Stephen Hawking, “El Universo en una cáscara de nuez».
Pero ese mínimo espacio con-tiene ya en sí un tiempo infinito: el tiempo de toda naturaleza viva, hecha ya «naturaleza muerta», pero contemplada, una y otra y otra vez, por un número, a su vez infinito, de seres: todos únicos (¿Quién puede saber cómo percibe un pájaro carpintero las notas de un piano?)
2.- La sospecha de que «todos los mundos posibles» estén de hecho contenidos en todos y cada uno de estos «únicos mundos multívocos» que somos cada uno de nosotros, (: tú, usted, aquella que pasa por allá, el vecino que se fue del barrio hace años y nada más ya supimos de él, yo, ese mendigo que duerme en un portal ruinoso precisamente ahora que son las 17.35 de una tarde de junio, otra vez yo, que recuerdo ahora al mendigo y al vecino esfumado y esto escribo, y usted otra vez, y también otra vez tú, que lees esto…; o que no, pues que te afanas en acabar el trayecto a casa y ducharte…), esa sospecha, en el caso de que llegue a insinuársenos siquiera de manera velada, sostiene en realidad la posibilidad de que un día nos lleguemos a entender. Y hasta de que un día lleguemos a ver «sin espejos interpuestos y sin enigmas». Y pudiera ser que sin muerte también.
Y esa sospecha es la certeza (posiblemente) de que sea posible el tipo de arte pictórico y poético que buscaba H. Michaux. Bueno, si es que algo de eso buscaba Michaux, que puede que en el fondo fuera sólo un indagador de su mundo interior, de que en realidad lo que quiso fue usar su propio espíritu para indagar sobre sí mismo, aun a sabiendas de que el espíritu nos está dado para indagar “otros mundos” interiores o menos interiores. Como dice el propio belga universal (pero de París):
“Al igual que el estómago no se digiere a sí mismo, porque es importante que no se digiera, el espíritu también está hecho de tal modo que no es capaz de percibirse a sí mismo, de captar directamente, constantemente, su mecanismo y su acción, pues tiene otras cosas que percibir.”
“Les grandes épreuves de l’esprit”.
(Tomo la cita del Prólogo de Chantal Maillard en la pág. 37 de “Escritos sobre pintura”. De la obra citada en francés hay traducción al castellano: en Tusquets, “Las grandes pruebas del espíritu”, donde la cita, en Traducción de Francesc Parcerisas, está en pág. 13. Es obvio que Ch. Maillard citaba directamente de la obra en francés).
3.- La creación de una pintura que a la vez sea un alfabeto, y el intento de huir de la palabra y buscar refugio en la pintura para acabar produciendo al cabo lo que hemos llamado “pintura-alfabeto”, es algo que merece la pena reconsiderar despacio.
Lo mismo que antes veíamos que el propio H. Michaux sabía que “el espíritu está hecho de tal modo que no es capaz de percibirse a sí mismo, /…/, pues tiene otras cosas que percibir”, como vimos que escribía, y sin embargo se empeña en lograr llegar a la observación del propio acto de percibir, de observar, así también la constante oscilación entre pintura y poesía, o poesía y pintura, entre la “letra que dice”, o alfabética, y la “letra que representa”, o ideográmmica, es algo que en sí deberá tener un motivo, una razón de ser que de ningún modo, (estimo, desde mi perspectiva del asunto), deberíamos dejar de lado. Ideográmmica : palabra que uso a conciencia de que no quiero escribir “ideograma”.
Ante todo significa que no estamos ante alguien que busca en su actividad expresiva, artística en los modos que elija y trabaje, no un reconocimiento por parte de los demás, sino que más que nada lo que está haciendo es una búsqueda interior, y una búsqueda de la que en muchos momentos él mismo podría sospechar que, además de ser infinita, era inalcanzable. Pero no inalcanzable por su posible infinitud, (que con ello ya lo sería), sino por su propia naturaleza, la naturaleza de la búsqueda.
También llegar a ser sorprendente las similitudes que llegamos a encontrar con descripciones que nos ofrece Michaux de sus percepciones bajo los efectos de tales o cuales sustancias alucinógenas con alguna de las observaciones que sobre la mente del ser humano nos llegan desde textos de las culturas del Oriente más lejano a nosotros, como tendremos ocasión de poner ante los ojos del lector.
Nosotros tenemos pendiente ahora ya más de una cuestión : primero, la indagación en torno a la posible naturaleza “material” de la propia mente, y luego, caso de aceptarse eso, la de si las leyes de la Termodinámica afectan la mente humana y en qué modo podría ser eso. Hay materia para dilucidar al menos ciertas cuestiones al respecto, y la tarea de “buscadores de fondo” como ha sido Henri Michaux, entre otros, nos marcarán lo suficiente el camino a seguir.
4.- Ciertas observaciones de H. M. sobre las partes de su mente que se iluminan o se apagan según el tipo de actividad en que se implique -no tengo ahora a mano el texto- tienen singular interés. Por un lado, se asemejan a descubrimientos que, muy posteriormente a sus experiencias, ha realizado la ciencia con sofisticados instrumentos de captación y mediciones que él, H. M., no conocía. Y por otro, nos ponen en la pista de que ningún cerebro humano ni tampoco por lo tanto «su función mental», deben verse como » tablas rasas» : ya vienen con algo en sí, ya portan determinada información.
Si a eso unimos la naturaleza propia de algunos de los elementos mínimos de carácter físico, (: partículas sub-atómicas), como los electrones por ejemplo, y que son elementos que están en las bases mismas de muchos de los funcionamientos del pensamiento, los impulsos, las diversas actividades mentales y también algunas de sus perturbaciones, tenemos que se va dibujando ante nosotros un cuadro donde pensar en la posibilidad de que determinados fenómenos, hasta ahora sólo estudiados y confirmados en el campo de lo orgánico y físico a niveles no micro/nano-orgánicos, puedan estar también de algún modo actuando en niveles de actividad mental y cerebral que hoy por hoy no podemos afirmar. Ni tampoco negar tajantemente: a este respecto, la Historia de la Ciencia es muy clara, pues muchas cosas que se negaban resultaron luego ser verdades incontestables. Se podría decir que en ciertas ciencias los “a priori” no son más que lastres y demostraciones de incapacidad imaginativa y/o creativa.
Cuando se va a explorar un territorio nuevo son muy útiles los mapas, pero para que haya mapas han de haber habido antes exploradores que entraron en dichos territorios sin mapas, y que fueron ellos los que nos los fueron trazando. En gran medida, Michaux es uno de esos iniciales exploradores, como lo fuera también A. Huxley y otros.
Sus relatos y “rutas trazadas” tienen un doble valor para nosotros : el del aventurero que entrega a la posteridad un tesoro de experiencias, y en el caso del » belga, de París», además, sus indagaciones en el terreno de la escritura y la pintura. Y se puede añadir un tercero; tal vez, gracias a gran parte de la obra de Michaux, se nos pueden hacer más inteligibles algunas de las manifestaciones de esos pueblos injustamente, (: por el deje despectivo que se pone en la adjetivación), llamados «primitivos».
Nota.-
De este modo, poco a poco, nosotros tratamos de poner cerco a nuestra especial ciudadela, que es la posible “naturaleza física-sutil” de la función-mente del órgano cerebro, y a partir de ahí su posible dependencia de alguna de las Leyes de la Termodinámica. Y además, eso lo iremos tratando de ver sobre los adecuados textos creativos, pintura, poesía, ensayos. Con la esperanza de no hacernos en demasía pesados a nuestros lectores. Gracias.