Desde otro tiempo,
plaza de la memoria,
tu luz me alcanza.
1.- Esta es la última de las “Variaciones” del Poemario de Juan Gaitán que íbamos a presentar a los lectores. Hablar de “crítica literaria” me parece inoportuno: me considero lector, un lector más o menos apasionado con las cosas que lee, pero no soy crítico literario. Como tampoco soy poeta, aunque alguna vez haya escrito, e incluso publicado, algo que algunos pudieran llamar “poesía”. En general, esos rótulos, por así llamarlos, con que solemos presentarnos en sociedad ante los demás, me son ajenos. Acepto aquellos que atañen a nuestra necesaria función en el seno de una comunidad, y lo demás es cosa que estimo mera superficie: el misterio del ser se manifiesta con entera nitidez en todas y cada una de las criaturas que pasamos por este mundo. Pero vamos al poema.
Recordará el lector que se hablaba de algo que el propio autor me contó en su día, y que era una anécdota donde había, por así decirlo, tres “actantes”, como se dice en determinada corriente de la Lingüística. Eran : ese grande de la Literatura Castellana que se llama Alfonso Canales, este otro magnífico poeta que comentamos, y la malagueña Plaza del Obispo, aquí llamada “plaza de la memoria”. Volveremos sobre este particular.
Comentó Canales a Juan que esa Plaza, vista desde la esquina donde estuvo un tiempo la sede del Ateneo, y mirando hacia la fachada del Palacio del Obispo, era una única “cala” de una Málaga que podría llamarse plenamente renacentista. Aislado ese lugar que cualquier lector podría memorizar, y hecha la correspondiente operación mental, lo que se ve desde allí podría ser un rincón de Florencia.
Conocemos bien el lugar. Durante un tiempo, en un piso superior de la casa esquinera de que hablamos, vivió un estupendo pintor que se acomodó a ser malagueño cuando su patria de origen estaba en la costa norte de la Península, en el Cantábrico. Hablo de esa magnífica persona que era don Luis Molledo, que trabajó durante años como restaurador de cuadros en el propio Palacio del Obispo. Le visité con cierta frecuencia, hasta que ya la edad venció al hombre y hoy, sin duda, otros cielos y flores eróticas pinta. Porque pintaba unas magníficas flores llenas de sentido erótico y de una excelente factura. (¿Qué habrá sido de la obra pictórica de Luis Molledo? Esta ciudad debería recuperarla y darle su lugar, su espacio conveniente). Pero a lo que íbamos.
Tengo que volver a recordar algo que ya comenté, semanas atrás, desde otra perspectiva a la que hoy se abordará, y que se puede leer en ese magnífico libro que tantas veces hemos citado aquí, en este espacio. Hablo del “De Lingua Latina”. Cito:
“Por ello sucede que casi todas las cosas se vinculan a esta cuádruple categoría y se muestran eternas. En efecto, jamás existe el tiempo al margen del movimiento, ya que el tiempo es el transcurso del movimiento; tampoco existe movimiento donde no hay espacio y cuerpo, porque el uno es el objeto que se mueve, y el otro donde se realiza ese movimiento; en fin, cuando un cuerpo se mueve, en ese momento tenemos la acción. En resumen, el espacio y el cuerpo, el tiempo y la acción son la cuadriga de los principios fundamentales.
Por tanto, dado que cuatro son las categorías básicas de las cosas, otras tantas lo son las de las palabras.”
Hasta aquí, nuestra cita de hoy de Marco Terencio Varrón. Y ahora volvamos al texto “Variaciones 10” arriba reproducido. Tenemos en él un lugar, un sujeto, un tiempo, y una acción. Parece un texto “sencillo, fácil”. Y en cierto sentido puede que lo sea. Pero es un texto hondo y de una extraordinaria riqueza vivencial. Además, la acción que en el texto hallamos no es una acción simple, sino que es a su vez como algo que ocurre entre dos “sujetos”, uno que recibe en sí el acto de ese “tu luz me alcanza”, y el otro es la propia luz de “la plaza de la memoria”. Y el tiempo a su vez es también un “tiempo dado en dos”, o como escindido: el del momento en que se escribe el poema no es el tiempo mismo de la acción pasada cuya luz alcanza la memoria del poeta.
Por eso que se ha dicho antes lo de “doble sujeto” ( el poeta, y la luz que le llega e ilumina su memoria, haciéndose “plaza” en su recuerdo), uno que es “receptor de algo” y a la vez “actor en primera línea”, pues que es él quien recuerda y quien escribe el texto poético, y ese otro “sujeto-luz”, por ese motivo se habló de “actantes”, palabra que en Lingüística. Pero dejemos esas cuestiones ya tan específicas, que el lector interesado podrá encontrar en la obra de L. Tesnière, en la de A. J. Greimas, y otros estudiosos de la sintaxis estructural, y por ahora nos conformaremos con señalar que los elementos que intervienen en una acción, seres u objetos, son llamados así, “actantes”, que serían como los “actuantes” de una acción.
La identidad entre cosas y palabras que las designan, que como hemos visto nos viene ya de muy lejos, (el filólogo latino es del siglo I a. de C.), es un elemento que consideraremos, en otro tipo de texto que no en este de ahora, como “altamente perturbador”. Lo veremos cuando, como digo en otros textos o entradas, repasemos cosas que están dichas y estudiadas por Chantal Maillard, y también contempladas desde muy curiosas ópticas por un ¿pintor, escritor, “buceador de realidades del espíritu”? francés : Henri Michaux. Hoy, quede todo esto aplazado.
2.- Pero…, ¿no hay como un tercer tiempo, que se nos cuela por entre las rendijas de las palabras, y nos cala muy adentro desde ese mismo verso primero “desde otro tiempo”? Tomemos como hipótesis que uno es el momento en que el autor del poema, J. G., está hablando con otro gran poeta, A. C., y éste le hace la observación sobre ese “fragmento de Renacimiento florentino” que tenemos en el mismo centro de Málaga. Otro momento es el de la ( o las ) veces que el autor de “Libro de Familia” recuerda la conversación, la plaza, la fuente, la fachada del Palacio, el antiguo Ateneo… etc. Y un tercer momento o tiempo es el de la composición misma del poema, del texto. ¿Cuántos son los tiempos actuantes en los textos literarios, si ahora incluimos además el tiempo, los tiempos mejor, de los lectores de los textos? Se nos torna todo como eterno, las cosas parecen infinitas y además de eso están como ocultas en sí mismas, las creemos ver, pero no las vemos en su íntima y más secreta realidad.
¿Cree el lector que este texto, tan breve, tan sencillo en apariencia, es un texto que se queda en la superficie de lo que se es en sí, ya sea la plaza o su luz, ya sea la memoria o su impronta en nosotros, ya sean las personas con las que un día intercambiamos ideas, frases, opiniones, o ya sea la propia naturaleza de eso que llamamos “poema”?
En cuanto a lo de “tu luz me alcanza” está situado al final del texto, es el verso que cierra los dos anteriores, y en él reside una clave que, además, no elude una cierta ambigüedad: ¿es la luz de la plaza la que alcanza la memoria del poeta, o es la luz de la memoria de la plaza lo que le alcanza y atraviesa, lo que le ilumina y traspasa? No son la misma luz la una y la otra, al menos no lo son en mi percepción de la serie de planos vivenciales a los que el poema logra hacernos llegar. Y más: ¿dónde ubicamos ese deje de nostalgia, esa como muy escondida tristeza que late en el poema, una tristeza apacible, se diría, una tristeza esbozada en una sonrisa que ya sabe del tiempo y de los espacios que nos rodean y cercan y acechan, dónde ponemos a ese como “actuante final”, como “nota musical que cierra el texto”? Observe el lector la disposición de los versos: está primero el que alude al tiempo, un tiempo que es “otro tiempo” y que admite todo tipo de elucubraciones ( : ¿otro tiempo en esta vida, o bien otro tiempo en una vida anterior e intuida?), la plaza se sitúa en el centro de todo, y el verso final es quien pone la acción definitiva: tu luz me alcanza.
3.- Se diría que hemos alcanzado una quinta categoría a las cuatro que nos enumeró el latino ilustre: es esa quinta categoría o elemento nuevo que añadir a los cuatro antes reseñados, y que es esa delicada operación del espíritu que consiste en fabricar desde su interior esas cosas que se hacen, en apariencia sólo con palabras, y que se llama “Poesía”. Y en este poema, ¡cómo y de qué modo tan sutil se nos ha colado, con la luz misma de la plaza y de la memoria, la tristeza tan implícita en tantas y tantas cosas cuando desde cierta altura ya de la vida las recordamos!
Los haikus, que nacen inicialmente como poemas para festejar o hacer gracias de cosas y hechos y circunstancias, se van luego decantando hacia unos modos de expresión espiritual donde al parecer, si repasamos nuestra literatura, desde el inicio mismo, con las jarchas allá antes incluso del Cantar de Mío Cid, y hasta Juan Ramón Jiménez, o Antonio Machado, o estos poemas mismos de Juan Gaitán, parecen como calcados para convertirse en sentencias, en acordes con palabras que traen una propia resonancia que traspasa la sensibilidad del lector.
Nota.- Habíamos prometido una especie de personal ideario sobre estas cuestiones en la anterior entrada. Pero también habíamos prometido máxima economía de espacio, “dos, como mucho, tres folios”. Renunciamos ahora a lo del ideario, que siempre puede exponerse en otro momento, y respetamos la promesa de la brevedad. Y termino: no poco se me queda en el tintero, quiero decir que entre las teclas del ordenador y las yemas de los dedos, dando mi cabeza vueltas por seleccionar qué dejar para más adelante y qué dar ahora a la lectura del público interesado en estas cosas, y sólo digo esto: espero haber dado en la yema del asunto con cuanto aquí se ha dicho ya. Gracias.
Nota.- Pueden participar simplemente relatando alguna experiencia grata luego de leer un texto de gran belleza, o de visitar un lugar de especial armonía y que transmitiera sensaciones del ánimo que fueran positivas.