A propósito de unas “Variaciones” de Juan Gaitán
1.- ¿Podría medirse de manera absolutamente fiable cómo influye en un lector la serie de cosas que lee a lo largo de sus primeros veinte años de vida? Pongamos que desde que “se inicia” con Julio Verne, o Emilio Salgari, Karl May y sus héroes de las praderas, como Winnetou y Old Shatterhand. O desde que descubre “La Isla del Tesoro”. O desde que se comunica esos entrañables niños que son Tom Sawyer y Huckleberry Finn.
Mark Twain y Roberto Luis Stevenson son, quizás, más importantes escritores, más determinantes, que muchos de la categoría de un Roberto Musil, ese escritor austríaco de enorme talla y prosa densa. Y lo son, aparte las calidades indudables de todos ellos, por el notable influjo que en el alma de todo lector, aún “in albis” pero por eso mismo más receptivo, acaban dejando.
Se habla ahora de todo lo que se lea desde que se empieza a leer y nos atrapa la lectura. Prensa, literatura, estadísticas, descripciones de enfermedades, recetas de cocina, propiedades de productos farmacéuticos, libros de viaje, (de los que no son literatura), biografías, apuntes de facultades, grafitis de ciudades, etc. O carteles publicitarios, anuncios de cosas en largas telas volando por el cielo colgadas de una avioneta, subtítulos de películas de cine de ensayo, o de entrevistas a tal o cual relumbrón de turno en televisión, o los sms que ponen en programas diseñados para pedir sms a los ingenuos espectadores, etc. O sea, todo lo que haya leído en su vida, desde aquellos libros donde aprendió a leer, hasta esos otros que lee y se esfuerza en tratar de entender por qué han sido galardonados. O por qué no lo fueron, que esa es otra y quizá aún peor.
Está claro que, hoy por hoy, gran parte de la Ciencia se basa en sistemas de mediciones y cómputos de cosas, estadísticas, cálculos diversos que a la postre le van a permitir acercarse a procesos que acaban dando cuenta y razón de cómo son los fenómenos que componen y aceleran o ralentizan el mundo que habitamos, y parte de aquellos otros a los que aún no tenemos más acceso que el que permiten complejos artefactos capaces de observarlos y hasta de llegar a ellos y enviar fotografías, análisis de suelos, detecciones de hielo, cambios de temperatura o velocidades de vientos y violencias de tormentas varias y de índoles diversas: no es lo mismo una de arena en el Sáhara que otra de partículas más o menos “elementales” en el espacio exterior.
¿Sabían los chamanes de la prehistoria que existían tormentas de partículas, vientos solares, sistemas galácticos? Posiblemente sabían muchas cosas que hoy están en hondo olvido, y seguro que ignoraban otras que ahora son casi un saber común, pero que no nos enseñan a coordinar la aventura de vivir como, por ejemplo, lo hacen los pueblos Senoi, que estudió, para la Antropología, Kilton Stewart, allá hacia 1935, y que sí que sabían qué hacer con los sueños y cómo armonizar el día a día del grupo con lo que cada uno, no importando edad o condición o sexo, soñaba. Alguien dijo que los Senoi estaban en ese terreno de la valoración y manejo de lo onírico a la altura que la civilización occidental actual está a la altura de la física de partículas. Ahí quede eso.
La cuestión que hoy se me hace afán es en apariencia simple: ¿es posible medir quiénes sabían más y mejor de sus mundos y medios, si los chamanes prehistóricos o si los científicos de hoy?
Aquello del Árbol de la Vida y el Árbol de la Ciencia, al parecer, podría ser algo más que una simple metáfora: Es también un enigma. Pero planteado de manera directa, sin mediar pregunta, sin que parezca enigma. Un símil que sea a la vez un enigma, (o que lo contenga) es, para empezar, todo un prodigio del lenguaje, y los libros sabios están llenos de cosas así, al margen la credibilidad (o incredulidad) que nos susciten.
Toda belleza, de hecho, es un enigma insoluble, pues no nos es posible medirla. “El Cantar de los Cantares” es bello. Y lo es también el Gita Bhagavad. Y lo es, (dicen los que saben de eso), la fórmula E=mc2. Pero no podemos establecer las mediciones que nos den como resultado cuál sea la belleza más bella de todas. ¿Por qué?
Es posible dar a esta pregunta una respuesta repentina, que sería la siguiente: no se puede medir la Belleza porque no se puede medir el Alma Humana, y es ahí, en el alma humana, donde reside la belleza como “intuición innata con que se nace”. De acuerdo, aceptemos esa primera respuesta, pero…, ¿nos quedamos con ella satisfechos? Lo dudo. Debe de haber más, mucho más y más hondo, en todo esto de poder medir o no medir todas las cosas.
2.- Llegados aquí es el momento de decir que en esas “Variaciones” de la parte segunda del Poemario “Libro de Familia” de Juan Gaitán, sobre ser de gran belleza, son o contienen, -yo ignoro si el autor hace esto con plena consciencia de ello; es cosa a la que él mismo tendría que responder, si oportuno lo estimara-, en sí mismos lo que hemos llamado “enigmas”. El propio lector juzgue esta “Variación 9” :
“No es la otra vida
la que me intranquiliza.
Es la otra muerte.”
La expresión “segunda muerte” nos viene de la Biblia. Está en el Nuevo Testamento y aparece también en el controvertido Libro del Apocalipsis. En el verso de J. Gaitán creo encontrar, en esa “… la otra muerte.”, un eco bíblico, una alusión, velada o directa, consciente o no, pero para mí evidente, a esa “segunda muerte” de la escatología que heredamos en nuestra cultura del “Libro de todos los Libros”, La Biblia.
Debo confesar que “la otra muerte”, -e insisto: soy yo mismo quien asimila esa expresión a la otra, la que dice “la segunda muerte”-, o “la segunda muerte”, por mucho que haya podido leer al respecto, por muy autorizadas que sean las palabras de quienes se han ocupado de razonarnos y tratar de explicarnos qué es lo que significa, a mí no me dejan en absoluto convencido del todo. Para mí sigue siendo un verdadero enigma cuya solución sólo veremos “cuando no veamos como a través de un espejo, sino cara a cara”, si es que llegados “allá” hay algo que ver… Y al mismo tiempo, esos tres versos, en apariencia tan simples, están cargados de sentido y también están cargados de belleza.
Y añado: en el seno de lo que los seres humanos podamos escribir con palabras o dejar pintado en lienzos o paredes o sobre rocas al aire libre, todo cuanto contenga en sí sentido debe a la vez contender algún modo de belleza. (En este punto podría decir (disculpen mi deliberada inmodestia) que me sé platónico. Hasta cierto límite: justo el que mis propias luces intelectuales me permiten, que más allá de ellas, ¿cómo iba yo a llegar?).
¿Puede alguien decirme cómo mediríamos ahora esa belleza que en esos versos se percibe? Del sentido podríamos hablar desde muy diversos puntos de vista y perspectivas, siguiendo a A. J. Greimas, o a J. Kristeva, o alguna otra autoridad filosófica o lingüística en la materia. Pero de la belleza, no. O al menos, no desde la particular perspectiva como abordo el eterno problema de “lo bello”.
Nos podremos poner de acuerdo sobre el peso, la calidad, las medidas y las proporciones de una estatua como “El David” de Miguel Ángel, e incluso sobre su posible valor en monedas contantes y sonantes en un mercado que tiende a medirlo y valorarlo todo en función de precio y dinero (: ¡por eso es mercado!), pero ¿sobre su belleza?
Y quien dice esa escultura en mármol podrían decir unos zapatos rotos pintados sobre un lienzo. O sobre “Los Girasoles” : ¿cuál de los cuatro cuadros pintados por Vincent Van Gogh, allá por 1888, es más bello? ¿Son “Los Girasoles” más bellos que “La Noche Estrellada”? ¿Tiene importancia para el Arte saber si La Dama de Elche era un varón o era una mujer? ¿Cómo la veríamos más bella, como hembra o como hombre? ¿Y el dato de que en el año de 1889, cuando Vincent van Gogh concibe y pinta “La Noche Estrellada”, estaba entonces el artista recluido en una Clínica, aquejado de una profunda depresión? ¿Tiene ese dato valor para el Arte, cambia el sentido y el significado y todo lo que sea materia de cualificación en el cuadro? Creo que entre Arte y Sociología, entre Medicina y Antropología, y en general entre una serie de disciplinas que se ocupan de cuanto atañe a la naturaleza humana existen límites. O si no, cuando no los marquemos, deberemos de señalarlos y saltarnos ahí ese Principio de que “el Todo está en las partes y en cada una de las partes está a su vez el Todo”. Saltarnos ese “principio” para que puedan fijarse esos límites que, al cabo, al cabo, por el mismo Lenguaje y su naturaleza vienen impuestos: somos prisioneros de una doble cárcel, valga la metáfora: la de la carne, y la del lenguaje. Desde el punto de vista del “espíritu”, lo somos. Y quizá por eso existe el Arte, y quizá por eso se suele afirmar que el Amor es un “estado de locura”.
Y dichos límites marcan siempre que es preciso lo que se puede medir de lo que no es mensurable, lo que se puede valorar de una manera u otra, y de lo que carece de patrón valorativo. ¿Cuánto vale una hora de vida de un ser humano? ¿Tiene ese modo de tiempo, -lo que un ser humano pueda o no hacer, sentir, padecer o gozar en una hora-, de nuestras vidas posible valoración? No creo que sean muchos los que ignoren que el tiempo es algo elástico, por así decirlo, y que se estira y alarga cuando somos infelices y en cambio vuela cuando somos felices. ¿Por qué, si no fuera así, cuando estamos dormidos profundamente, sin pesadillas ni sueños tortuosos, sin dolor alguno ni cosa que nos preocupe, despertamos a las ocho horas de habernos quedado dormidos y no hemos sentido el paso del tiempo? Es un simple ejemplo lo que acabo de poner.
La belleza carece de medida, no es cuantificable. La Belleza, por su propia naturaleza, es Cualidad, y ahí topamos con un muro donde la Cantidad se retira y calla. O debe hacerlo, creemos. Sigamos con los poemas, veamos otras “Variaciones-Haikus” de J. Gaitán.
3.- En “Variaciones 8” leemos:
Nada hay más
poderoso que mi
esperanza.
Vamos a detenernos un instante en esta “Variaciones 8”. Vamos a leerla de nuevo, a leerla pensándola hacia adentro, entrándonos en sus resquicios, los que las palabras nos permiten, e incluso aquellos que parecen prohibirnos. ¿Cómo puede una persona decir que lo más poderoso que existe es su esperanza? Parece una exagerada manera de situarse uno en el mundo por encima de toda circunstancia. Es más: aquello de “yo soy yo y mis circunstancias”, tan orteguiano, tantas veces repetido, aquí se nos queda no ya “tamañico”, (que diría en su hermosa lengua del siglo XVI Teresa de Cepeda y Ahumada, “la pobre Teresa” que recordara Antonio Machado, en su Poética. Es Santa Teresa), sino que se nos esfuma y desvanece.
Merece la pena hacer un breve inciso, puesto que, como el lector intuirá viene a cuento. Y es sólo esto: recordar las palabras de Machado hablando de su “Antología” y su visión de lo que es la palabra poética. Don Antonio se muestra en desacuerdo con los poetas de su tiempo por el proceso de “des-temporalización” de la lírica y sobre todo por “el empleo de las imágenes más en función conceptual que emotiva.” Y se muestra -dice el poeta- : “Muy de acuerdo, en cambio, con los poetas futuros de mi “Antología”, /…/, cultivadores de una lírica, otra vez inmergida en “las mesmas aguas vivas de la vida”, dicho sea con frase de la pobre Teresa de Jesús. (La llamo “pobre” porque recuerdo sus comentaristas).” Y añade el autor de “Campos de Castilla”: “Ellos devolverán su honor a los románticos, sin serlo ellos mismos…”
La cita de Antonio Machado no es adorno ni casualidad. No es engrosar un texto por engrosarlo, (pues que mucha tinta se me queda en el tintero: ya llegará a hacerse signo gráfico, si es su destino llegar a serlo), sino que si leemos esto que cito ahora de Machado, incido en algo que estamos tratando a propósito de su “Libro de Familia”.
Escribe don Antonio Machado:
De su raza vieja
tiene la palabra corta,
honda la sentencia.
¿Quién que haya leído a Machado ignora esa etapa de su poesía, la de Proverbios y Cantares, la de “De mi cartera”, y todos esos poemas-haikus que salían de su alma lo mismo que salieron los Elogios o todo el resto de su obra?
Pues bien: en J. Gaitán entiendo que tenemos fundido en un solo tipo de criatura poética mucho de Juan Ramón Jiménez (: esa búsqueda del “lenguaje/intelijencia” que proporciona “el nombre esacto de las cosas”), y no poco del modo de temporalidad captada emotivamente, a lo machadiano, en un par de pinceladas léxicas. Y eso “también” son los haikus.
Como es lógico, todo ello ya en la propia voz del poeta que comento, J. Gaitán, que la tiene y muy consciente es tenerla: por eso no cede a presiones tales o cuales de las actuales exigencias editoriales. Pero este tiempo pasará, y la obra de Juan Gaitán quedará, y en su día ocupará el lugar que por derecho propio le corresponde y que hoy, quiero ignorar por qué, no se le reconoce como debiera.
Volvamos al hilo de lo que se venía diciendo. Volvamos al texto antes citado, y reflexionemos: apenas demos un paso más, apenas nos detengamos ante el poema, salta la pregunta: ¿puede haber en mí algo más poderoso que mi propia esperanza? No, no podemos tener nunca nada que sea más poderoso que nuestra esperanza. Nunca.
No sé si habré sido capaz de llevar al lector a la situación de un cierto estado mental meditativo donde, la re-lectura del poema y su demorada reflexión, le lleve a comprender que se contiene en esos tres versos tan breves y tan aparentemente simples una verdad grande como un mundo:
Nada hay más
poderoso que mi
esperanza.
Bien, pues eso es haiku.
No lo sé, pero intuyo que en cierta medida sí nos hemos acercado a lo que el autor ahí nos dice y transmite, como quien apenas dice nada. Y como se sabe ya además que en toda palabra sub-yace una “información silente”, un como “eco callado” que viene del inicio mismo del Lenguaje, y que estudiosos como J. Kristeva y otros han señalado de manera muy explícita en la propia literatura bíblica, en la palabra de Dios al pueblo hebreo, por un lado, y también en la tradición greco-romana por otro, acudimos a la palabra “esperanza” y nos encontramos con que en su raíz misma “esperanza”, (spes, en latín), y “espiga”, (spica), son palabras hijas de la misma madre lingüística: SPE-, que es raíz del indoeuropeo.
Y encontramos en M. T. Varrón:
“Lo que las sementeras producen (ferunt) se dice “fruges” (cosechas); fructus (fruto) deriva de frui (sacar provecho); spica (espiga), de spes (esperanza)…” (“De Lingua Latina, V, 37).
Y me pregunto si esa “intuición de la propia lengua” no será algo que necesariamente ha de estar también en la raíz misma de lo que son los poemas en general, la alta poesía, y los “poemas-sentencias” o “textos poéticos-haikus” muy en particular. Y me respondo: tiene que estar, eso es algo que también es cosa que pertenece por su esencia misma a lo que es haiku.
De manera que aquello que le es al hombre en nuestra cultura, desde los más lejanos tiempos, la base de su alimento corporal, el “de re frumentaria” que hacía perder o ganar batallas a las legiones romanas, el “panem nostrum cotidianum”, el fruto de la espiga, es también lo que alimenta al hombre en su alma, es su esperanza. ¿Hay o no hay ese modo de sabiduría honda en la sentencia, en el proverbio, en el breve poema-haiku que estamos considerando? Llegados aquí, que lo juzgue el lector.
¡Qué salto tan fantástico hemos dado: de la Belleza hemos pasado a la Verdad intrínseca de todo ser humano, aquello que más en su fondo está y permanece como último reducto inalienable: el mundo ilimitado de la Esperanza!
La “Variaciones 10” tiene una pequeña-gran historia. Corresponde a un lugar muy específico de Málaga. Un lugar que Alfonso Canales, según el propio Juan Gaitán me refirió en su día, calificó como “la única cala renacentista de Málaga”, con esa característica manera tan acertada y concisa que tiene ese grande de la poesía en nuestra lengua que es también Alfonso Canales.
Aquí se va a reproducir, pero su comentario lo haremos en próxima entrada (como el lector podrá ver, los textos nos crecen en las manos: ante la serie de cosas que en ellos vamos encontrando, ¿podemos acaso callar todo?), que será breve, un par de folios tan sólo, y que contendrá una especie de postura personal acerca de cómo entiendo la lectura crítica (o de “inmersión profunda”, diría mejor) de un poema, de los poetas. Servirá esta especie de declaración de principios para todos y cada uno de los poetas que vayamos a tratar aquí, en este espacio comunicativo que es “Palabras, bosques”.
Y a partir de esa “declaración de principios”, que cada lector pregunte o contradiga o argumente lo que estime oportuno, que uno por su parte estima cosa de honradez intelectual dar estas pistas o datos para que, llegado cada momento, sepa cada cual desde qué óptica se le está contemplando. De ese modo los poetas vivos que comentemos, como Lucas Martín o el propio Alfonso Canales y otros más que ahora no es preciso nombrar, como ya se ha dicho en anteriores ocasiones, sabrán con entera claridad (espero ser capaz de expresarme así, claro y, esta vez, breve) cuál es la perspectiva desde la que leemos sus textos.
He aquí el poema de J. Gaitán que abordaremos a fines de esta semana lo más tarde:
Desde otro tiempo,
plaza de la memoria,
tu luz me alcanza.