1.- Desde los inicios mismos de la Literatura Occidental, puede que incluso también de las otras Literaturas, la ciudad ha sido eterna compañera del poeta, del viajero, del que se aventura, del que huye y del que busca. Ahí está Troya, en el inicio mismo de nuestra más antigua y clásica de las obras literarias. Ahí está también la Ítaca de Ulises, de Odiseo, en Homero igualmente. ¿Cómo olvidaremos a Jerusalem? ¿Cómo a Jericó, a Gaza, a Sodoma? Bagdad y La Habana, México-Tenochtitlán y El Puerto de Santa María, Madrid, Londres, París… Parece como si nombrando ciudades el mundo se nos quedara más pequeño. O
Marco Polo llega al Celeste Imperio y escribe sus “Viajes”. Italo Calvino se inventa ciudades y casi se obsesiona con ellas. Podría escribirse una pequeña Enciclopedia con la Historia, no de dos, sino de dos mil ciudades de todos los tiempos. Como también una Historia no de personas que fueron de carne y hueso, que hicieron cosas y sudaron y sangraron y murieron, como mendigos o como reyes, como anónimos campesinos o como héroes aclamados, sino de personas inventadas, creadas, como lo son Pedro Páramo, o Sancho Panza, o Garabombo el Invisible, o el propio Marqués de Bradomín, cuyas “Memorias” hace inmortales don Ramón María del Valle Inclán.
¿No es más fácil inventar una ciudad que crear a un individuo literario? ¿Qué, quién persiste más en la memoria colectiva de un público lector, don Quijote de la Mancha o esa ciudad “de cuyo nombre no quiere acordarse”, (: ¿Argamasilla de Alba?), su creador? ¿Quién más perdura en el recuerdo, Jim Hawkins, Long John Silver, Tom Sawyer, Telémaco, Penélope…etc., o Macondo, Comala, Jefferson y el Condado de Yoknapatawpha, la Heliópolis de Ernst Jünger, o la Santa María / Montevideo de Juan Carlos Onetti?
Quizá cabría hacer alguna excepción en favor de las ciudades : pensando en la Santa María de Juan Carlos Onetti y en la propia Jefferson, o incluso “ese Universo, el Condado de Yoknapatawpha”, de W. Faulkner. Juan Carlos Onetti y W. Faulkner, dos escritores claves del mundo de la creación novelística más “mítica”, en el sentido noble y digno del término, (lo digo por si alguien pensara que no lo son todos sus sentidos), claves para entender el siglo XX y la misma evolución o renovación del género.
“Santa María” , ciudad mítica, empieza a hacerse en 1949, cuando Onetti tiene cuarenta años, y es en 1950 cuando queda del todo ya culminada. Es el tiempo que va de la obra “La casa en la arena” (1949) a “La vida breve”, del año siguiente.
La cuestión ahora es: ¿por qué? ¿Por qué los escritores, novelistas o simples viajeros, o poetas, periodistas, militares y aventureros tienen que caer, alguna vez, inevitablemente, en los brazos de una, de mil ciudades? Seguimos preguntando lo mismo: ¿por qué? Es posible que aquí también, como decía en su canción B. Dylan, “la respuesta flota en el viento”.
Si salimos de la Literatura y nos vamos al llamado Séptimo Arte, otro tanto encontramos: París, Nueva York, Chicago, Casablanca, Marrakesh, Roma, San Francisco, Londres, Madrid, Berlín, Praga, o la mítica Cíbola, según unos ciudad en sí, según otros región con siete fantásticas ciudades repletas de riquezas.
Parece ser que el nombre de esta ciudad imaginaria, Cíbola, viene de la palabra que se usaba en el castellano del siglo XVI para nombrar al bisonte, que en las praderas cercanas a la ciudad vivían a millares, y que los españoles de la época llamaban “cíbolo”. En su Diccionario Etimológico (en 5 volúmenes, publicado en Gredos), Joan Corominas dice que “civola” ya se documenta en textos hacia 1590, donde se cita un “cuero de civona” y deriva la voz del vocablo “siwona”, con lo que la palabra es un americanismo, como canoa o caimán, sólo que éste no de la América del Sur, sino de la que está al Norte del Golfo de Méjico, concretamente de Arizona y Nuevo México.
Pero volvamos a las ciudades y a su enorme “peso anímico” en la intra-historia de las creaciones humanas y de los propios hombres con ellas fundidos.
¿Por qué los directores de cine y los guionistas de películas también se obsesionan con las ciudades, a veces con una sola, a veces con varias? Es posible que el ser humano haya acabado por ver en toda ciudad una especie de “segunda piel” que le hace finalmente llamarse, por encima de todo, “ciudadano”.
En la cultura occidental, desde la Atenas del siglo de Pericles e incluso antes, la condición de ciudadano era algo sólo accesible a personas elegidas en virtud de determinadas cualidades y condiciones, y entre los contemporáneos nuestros eso de llamar “la patria chica” a la ciudad donde se nace siguen siendo algo común que todo el mundo entiende y acepta.
2.- ¿Qué ciudad no es poesía?
Don Miguel de Unamuno escribió este verso :
“Vives en mí, Bilbao de mis ensueños…”
Y en otro momento compone un poema que empieza:
“Ávila, Málaga, Cáceres,
Játiva, Mérida, Córdoba…”
Y que acaba diciendo:
“sois nombres de cuerpo entero,
libres, propios, los de nómina,
el tuétano intraducible
de nuestra lengua española.”
Italo Calvino, en su libro “Por Qué Leer Los Clásicos” nos cuenta cosas muy interesantes de la obra de Balzac y de París, ( en los escasos cinco o siete folios que componen esa parte de su ensayo citado y que se titula “La ciudad-novela en Balzac”, entre las páginas 146 a 151; las tengo a la vista). Y además, se inventa un repertorio de ciudades a las que llama “invisibles” y a las que les pone, a todas, un nombre de mujer. Es una obra que se titula así: “Las ciudades invisibles”.
Carmen Laforet en su novela “Nada” se entra en la Barcelona de la posguerra española. Era el año de 1944 y con “Nada” nacía la nueva novelística en lengua castellana y el primer Premio Nadal. En esa obra C. Laforet describe las cosas no como se ven, sino como a ella les llegan, como las capta y como les “parece”, es decir, que dentro del realismo un tanto tremendista de la época, (el que luego Camilo José Cela llevará a su culminación), ya la joven escritora se anticipa a su tiempo y pone una fina sensibilidad al servicio de la observación literaria. El Nadal, premio que como saben todos se concede el día de reyes del año inmediatamente siguiente a la presentación y selección de obras, se lo conceden en 1945; pero la novela es de 1944.
La elección de esta obra, de su enfoque, y de la revolución literaria que sin proponérselo logra C. Laforet con su novela, no es cosa gratuita ni de azar. Por esta razón: en los poemas con nombre de ciudad que veremos en “Libro de Familia” de Juan
Gaitán, es un rasgo que creemos esencial precisamente eso, mutatis mutandis, que se acaba de decir de la manera como la autora de “Nada” describe lo que ve: desde su personal subjetivismo y sensibilidad.
3.- En la parte del poemario que su autor subtitula “Primos lejanos”, como se dijo en el texto, (entrada o post), que precedió a este, hay ocho Ciudades y hasta diez “Variaciones”.
Nosotros vamos a citar aquí sólo tres de esos “Poemas-Ciudad”, (y también, en posterior entrada sobre la poesía de Juan Gaitán, tres de esas diez “Variaciones”), aparte de razonar lo que ya se dijo acerca de retener el autor su propio eco al modo como retiene la infancia en sus ojos, en su retina, los primeros paisajes, soñados o leídos o directamente experimentados en la piel misma del día a día, y ya luego nunca se van de uno. Son, por así decirlo, nuestro personal “historial de identidad”, el más hondo e intransferible, ése que es “la monedita del alma, se pierde si no se da”, que decía don Antonio Machado.
Bruselas
Hermosa plaza
muda bajo la lluvia
y la tristeza.
Aracena
Piedra que duerme
echada al sol en una
calle callada.
Suzdal
Silencio blanco.
Una iglesia nevada
y un sol vencido.
Estas tres ciudades, ¿están vistas como son, o han sido previamente “metidas dentro de sí” por el poeta que las visitó y miró y contempló, sintiendo un qué, (que tal vez ignoraremos siempre), en ellas? La poesía, en realidad todo tipo de lenguaje que aspire a algo más que un mero intercambio de triviales informaciones, es necesariamente parábola, metáfora, “visión intelectual”. Y eso es cosa que el poeta sabe sin que nadie se lo diga, o por mejor decir, lo sabe sin mediación : se lo dice la propia sangre. Pues que el poeta, nace, no se hace. Creo que cualquier crítico literario, o un simple lector de poesía de mediana entidad, (como pueda ser mi caso), ante estos tres poemas no tiene más remedio que reconocer en ellos la voz de un poeta auténtico. Porque ni los poemas se miden por rimas y ringleros de versos, ni las novelas por números de páginas y largos diálogos insulsos que narran cosas de cada día como quien numera melones para cargar en una carreta.
Cuando en la próxima entrega hablemos de los haikus, ocasión habrá de volver sobre la totalidad de lo que es, desde esta perspectiva que vengo adoptando, la obra poética que conozco del autor de “Libro de Familia”. Ahora casi me limito a un simple “poner ante los ojos del lector el texto”. Que lo que se dice y parece ajeno a los poemas, no es por amor a la erudición, (que no soy erudito), sino porque estimo necesario crear un mínimo clima de lectura que haga, a quien esto lea, más capaz de entrar-se en sí el texto poético. Estas ciudades así vistas en este poemario de que estamos ocupándonos, son ciudades que el autor se ha entrado en sí con la mirada, se las ha metido en el alma, y es por eso que puede, con dos trazos, perfilar sus esencias.
Medítense estos tres poemas, y no nos engañe su aparente sencillez, pues es precisamente eso algo muy propio de la gran poesía : que lo que parece sencillo, a la postre resulta ser la culminación de un modo de arte de exquisita factura. Algo sólo al alcance de un don Antonio Machado, un Juan Ramón Jiménez, o de esos versos dorados por el tiempo y que hoy llamamos “Jarchas”. ( A propósito de “Las Jarchas”: Hay una reciente publicación en Editorial Trotta. Es el libro “Romania Arabica”, del catedrático de árabe de la Universidad de Zaragoza don Federico Corriente, publicado en el pasado 2008. F. Corriente estudia la serie de jarchas árabes, no las hebreas).
Comprendo que otros puedan pensar al respecto de manera diferente, pero siempre que se me venía al pensamiento, me decía a mí mismo que una cosa es “hacerse uno autor de versos, o versificador”, y otra muy distinta es “ser poeta”. Y la prueba está en que rara vez un mero versificador llega a concebir siquiera la grandeza de lo que es un poema.
Es como un gran escultor: ya en el mismo bloque en bruto de mármol “está viendo” la forma, (del David, del Moisés, de La Pietà…), que va a esculpir. La razón, para mi entender, es simple: el arte “viene de adentro”. Es como el canto: el aire está afuera, como afuera está el mármol. Pero el canto, (¡y el cante!), es ya la modulación que hace del aire quien lo echa afuera y “canta”.
No puede ser de otro modo porque cuando el pensamiento se pone en voz, (que decía Emilio Lledó y recordábamos en el texto anterior a este de ahora), y se hace “phoné”, sonido, ya hay una primera materialidad de lo pensado o sentido. Y cuando este sonido, esta voz se nos convierte en “gramma”, en letra que es ya posible grabar sobre piedra o en estelas, al modo como se grabó el Código de Hammurabi, ¿no es acaso un salto fantástico, una parábola, literalmente hablando, lo que ha hecho el ser humano?
Pues es con esa materia de metáfora, con esa “arena parabólica”, con la que el escritor, y más sobre todo cuando es poeta, se faja y en lo que se entra a fondo.
La razón de esto esté tal vez ya insinuada en la propia Biblia, sobre todo en textos del Antiguo Testamento, y muy en especial en el Génesis, como con acierto señala Julia Kristeva en un libro cuya excepcional sabiduría y facilidad de acercamiento al lector no especialista no se cansa uno de señalar. Hablo de “El Lenguaje, ese desconocido”, que se publicó primera vez en francés ( : “Le Langage, cet inconnu”, en 1969) y se tradujo en la Editorial Fundamentos en 1988, en traducción de María Antoranz.
En las páginas 105 a 110 de la obra de divulgación de J. Kristeva se razona, con nítida visión del asunto, todo lo referente al nacimiento de la escritura, al “dedo de Dios”, a la Cábala hebrea… No es cosa de repetir aquí las cosas que están ya escritas, pero sí señalaremos dos puntos: uno, el fantástico salto que supone el paso del habla sonora a la letra inscrita, al alfabeto que convierte la voz humana en signo posible de inscribir; y el otro, esa noción (metafórica) hebrea de que el hombre tiene que “comerse literalmente” las palabras que Dios le transmite en signos para que, entrándolas en su sangre, sea capaz ya de la fiel transmisión del mensaje divino.
“Tú, hijo de hombre, escucha lo que te digo. Abre la boca, come lo que voy a darte.” Miré. Vi tenderse una mano que asía el rollo de un libro. /…/ “Hijo de hombre, come esto, come este libro: hablarás a la raza de Israel”. Abrí la boca y me lo hizo comer. En mi boca fue dulce como la miel”. (pág. 108. op. cit.)
Lo que ha ocurrido es que se ha producido el gran salto: la escritura se impone como dominio sobre “lo real”. Luego, ya a partir del año 1200 (d. de C.) se extendería la Cábala por España y el sur de Francia. Pero esa es otra historia.
Y en la obra poética, tal imposición es de una naturaleza tan intensa y fuerte que desde el comienzo mismo de los tiempos el pueblo ha visto en los poetas, mejores o menos buenos, más conocidos o más encerrados en sus íntimos círculos creativos, estén o no están del todo cuerdos, la llamada “gente llana”, ha visto en sus poetas una especie de “enviados del más allá”. El poeta es profeta, o está muy cerca de serlo. ¿Es por eso que a veces los pueblos matan y asesinan a sus poetas, y luego, -eso, siempre o casi siempre-, lo alzan poco menos que a las más altas dignidades, y les erigen estatuas y les dedican museos, y ven de conservar las casas donde nacieron y vivieron o murieron? Pudiera ser, pero esto es también otra cuestión.
Nota.– Quedan, finalmente, por ver de J. Gaitán esos poemas que llama “Variaciones”, y están también concebidos como haikus. Y acabaremos, en la próxima entrada ya, con unas notas sobre ciertas conexiones más o menos implícitas entre las obras que conozco del autor que vengo comentando.
Y luego, con extensiones adecuadas a cada caso y pormenorizando donde veamos que sea preciso o interesante, iremos pasando por las obras de otros poetas, los ya nombrados antes, y también algunos que no se mencionaron. Que no es cosa de hacer ahora un listado completo, pues no son pocos.
Enhorabuena a Juan Gaitán por su «Libro de familia», donde pueden leerse sus poemas-ciudades que, en una pincelada, llegan al núcleo de cada espiritualidad urbana. Y a ti, Manolo, por tan fino y documentado análisis.
Me preguntaste por mi ciudad poética, pues bien, como curiosidad o por fatalismo melancólico podría decirte la «Brujas» de Rodenbach, sin embargo me atrae mucho Barcelona por su versatilidad poliédrica, por la variedad de miradas diversas que suscita como si diese de si más de una, como si fuera muchas ciudades en una sola; está la tremendista de Carmen Laforet, pero tambíen la paupérrima y entrañable de Mercé Rodoreda, la de Eduardo Mendoza, la de la burguesía esnob de Gil de Biedma y Juan Marsé. La de barrio y vecindongas, de Terenci Moix y Maruja Torres. La mágica de Esther Tusquets. Cuántas Barcelonas y, siempre, memorables.
Gracias, Lola, por tu pronta y oportuna respuesta a estas entradas, o textos de blogs, que nos llenan un poco el tiempo y a veces también el alma. Sí, en Juan Gaitán hay un gran escritor, a mi modo de ver, que creo no es ni partidista ni tampoco indocumentado. Lo mismo que en tu persona late una estupenda escritora de quien, (algo me lo dice), algún día leeremos poemas, no sólo ese buen periodismo que pones en circulación.
Un cordial saludo y muchas gracias, Lola.