1.- “Cuando «lo otro» no entra en tu espacio anímico, se produce la inconsistencia del espíritu del arte y de toda creación intelectual”. Son palabras de Víctor García de la Concha. La cita sigue sin ser literal, pero también sigue fiel al espíritu de lo leído un día y reflexionado muchos otros. Como quien trata de entrar en su ánimo la idea que el teórico, el poeta, el filósofo o el sabio quieren transmitir. ¿Quién, que sea amigo de los poemas, no recuerda alguno de memoria? Pero ahora no hablamos de lo memorizado, sino de lo hecho “cosa interior”: de Poesía y Mundo Interior.
Es en el decir, es por la palabra, como el poeta encuentra su «otredad», y la manera de poner afuera de sí su «íntima espacialidad anímica». Y a la inversa: si no pone adentro de sí “lo otro”, si no hace hace de lo exterior “mundo interior”, su fracaso está asegurado. Llamo fracaso no a que en tu tiempo te lean y reconozcan, que eso es sólo fama y, a veces, paga que te deben por reverencias no exigidas pero siempre pensadas como precisas. Llamo fracaso a la obra frustada, cosa que está muy lejos de ser el caso ni de el poeta y escritor que ahora estamos comentando, ni de los que vendrán en textos o entradas sucesivas en este mismo espacio de comunicación “Palabras, bosques”.
El poema es como el chiste: si no se cuenta, nadie lo ríe y disfruta. Ya Carlos Bousoño, en su “Teoría de la Expresión Poética”, marcaba las concomitancias entre poesía y chiste. Y lo razonaba con notable acierto. Lo hizo en un final de capítulo que tituló, a modo de parágrafo terminal, “poesía, chiste, absurdo”.
Puede consultarlo el lector en la página 130 del volumen 1º del citado libro. Acúdase a ese tan certero libro, que hay en él muchas cosas que nunca debe echar en saco roto un crítico, o un mediano lector de poesía, y menos si se decide a hacer de sus ideas comunicación pública.
Y anoto que la “Teoría de la Expresión Poética” recibió el Premio Fastenrath, y cuya primera edición, en un sólo tomo, era de 1952. La que ahora consulto y cito es Reimpresión, (: de la 7ª edición, ya definitiva, de 1985), que se hizo en 1999. Doy estos datos al lector para que con ellos se haga una idea de la vigencia de esta obra de ese también gran poeta y mejor crítico literario, discípulo que fuera de Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre. Los libros críticos de Carlos Bousoño están publicados en Editorial Gredos, Colección Románica Hispánica.
Si no nombro la cosa que está afuera de mí, seré incapaz de «hacerme uno con la otredad del mundo». Y entonces, ni yo mismo seré mundo, porque nadie a solas es mundo nunca. Tómese esto como una manera de explicar con otras palabras lo de la “otredad”. Y si no nombro la cosa que está en mí, tampoco me haré “mundo” para los otros. He ahí la aparente paradoja que todo poeta acaba resolviendo: siendo fiel a su mundo interior, se hace mundo para los otros: porque previamente ha hecho algo íntimo y propio de lo que de afuera parecía venirle.
El poeta necesita “ser mundo” para poder “ser en el mundo” y eso es algo que obtiene y logra a través de la metáfora integral que es el Lenguaje.
Y ahora pido al lector que tome las palabras que ahí arriba acabo de dejar en cursiva, y que no son cita de texto alguno sino cosa que pienso como necesaria para situar mi propia postura ante estas cuestiones que voy abordando, en consideración y no las deje pasar como algo que se lee y olvida, sino que las estime como una especie de otero desde el que se contempla el “en sí” de una obra y un poeta, de unas obras y de unos poetas, más bien, pues tras de Juan Gaitán han de venir otros más. Y sigamos:
Música, Lenguaje, Imagen : he ahí la Tríada con la que el ser humano se convierte en » creador de mundos» a la vez que en buceador de interiores espacios espirituales propios, o mundos personales, mundos mudos mientras no sean mundo a secas. Y resulta, -¡oh magia de la letra, oh creación por la palabra! – que basta con que el poeta ponga su interior en letras escritas, su visión interna en figuras que pinta sobre una pared muy escondida de gruta, para que ya aquello se haga “mundo fuera de uno”. Y por ende, al alcance de los demás. ¿Qué ha sido, si no, el recorrido histórico del Arte Rupestre? ¿Cómo llegó a nosotros la obra de F. Kafka? ¿Cómo esos poemas que llaman jarchas?
– ¿Por qué escribes?
– No lo sé, tal vez busco algo en mí. Algo que aún ignoro.
Este imaginario diálogo entre un imaginado poeta y su entrevistador, o su biógrafo, o su vecino con quien a veces cruza palabras, tiene mucho en sí que no podemos dejar de lado sin más. Lo abordaremos, quizás, al final de este texto, luego de ver algunos poemas.
2.- Hay unas palabras de L. Wittgenstein que dicen: “la significación de una palabra es su uso en el lenguaje”. Tal idea ha sido largamente debatida, pues si por un lado todo lenguaje ha de tener un cierto carácter de univocidad para poder servir de instrumento o vía de comunicación en el seno de un conjunto social, por otro lado el uso debe a su vez poseer una determinada cualidad de variación, de matiz que capacite a las palabras para la expresión de lo personal e íntimo, el arte de la Literatura en general y hasta el mismo habla viva en su plenitud expresiva de lo personal, (que es por naturaleza propia intransferible), serían poco menos que inviables.
Y así, la tarea del poeta es doble: por un lado, debe atenerse a la común valencia de las palabras en el seno de una lengua, y por otro, debe atender a ese matiz que le haga o capacite para hacerse “nombrador de mundos”, antes nunca expresados. Se es “nombrador” sólo cuando se alcanza la capacidad de la enteriza y clara nombradía, y esto es algo que no todos los que escriben, (novelas, poemas, relatos…), tienen ni logran tener: porque es como un don que con uno nace y con uno acaba.
Pasa aquí como con los chistes: ¿todo el mundo tiene la misma capacidad de contar un chiste y hacer reír, o es algo que cada cual tiene o no tiene, y no hay remedio? Y otra cosa: el ser más o menos conocido por los contemporáneos. Ahí, estamos en unas aguas donde muchos naufragan por falta de capacidad para diferenciar entre lo que tiene un valor intrínseco como obra ya escrita, hecha, acabada, y lo que se publica por razones que no son estrictamente de valor literario.
¿Son los poemas de Francisco de Aldana menos valiosos, menos “poéticos”, porque no sean tan conocidos de muchos como lo son los de Garcilaso de la Vega? (¡Fantástico disparate sería pensar tal cosa!).
Pues bien: siguiendo la estela de aquellas palabras de L. Wittgenstein, podemos afirmar que las palabras, los versos, los poemas aislados o en su conjunto de un autor no encuentran su pleno valor y sentido nada más que en el seno de la obra y en su uso concreto en la poesía y creación de dicho autor.
Pero una de las máximas “justificaciones” (eso, si es que hay que justificar a la actividad literaria, en cualquiera de sus manifestaciones) que encuentro ahora de la poesía como actividad está expresada en estas palabras de W. von Humboldt:
“Hay, pues, que considerar la tarea suprema de nuestra existencia, tanto durante nuestra vida como más allá de ella, por el rastro de las obras vivas que dejamos detrás de nosotros, y dar así el mayor contenido posible al concepto de humanidad en nuestra persona. Y esto sólo se consigue por la unión de nuestro “yo” con el mundo, y por medio del cultivo más universal, activo y libre de esa unión.”
La cita no es “inocente” : hay en la obra de Juan Gaitán un nunca buscado, (hablo desde mi estricta perspectiva, y el propio Juan puede rectificarme si así lo estima oportuno), pero siempre aleteando sobre su obra literaria en su conjunto, digo que hay un nunca buscado tono o poso o como eco lejano y puro de una especie de brisa que, -creo yo, como simple lector-, puede que le llegue de ese romanticismo, siempre existente en la infancia, y que unas veces nos abandona con el tiempo, y otras veces permanece. (Y cuando permanece, ya permanece para siempre).
Lo veremos en el poema “Entonces” y en el siguiente, “Fatiga”. Y cuando repasemos algún breve fragmento de obras suyas anteriores, éstas en prosa, -aunque la
prosa en Juan tiende a hacerse poética, “en cuanto se deja ir”-, será el propio lector de estos textos quien con su propio parecer confirme ( o desmienta ) esta apreciación mía. De ahí que haya acudido a una cita de Guillermo von Humboldt.
Creo que Juan Gaitán podría suscribir aquellas palabras de don Antonio Machado, en su “Retrato” (que es el poema que abre su magnífico libro “Campos de Castilla”) que decían:
“¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.”
La razón de esto que digo es para mí clara: hay ecos en los poemas de “Libro de Familia” que vienen de obras anteriores, como ese niño que corre por la calla para ver la última puesta de sol, que recuerda al niño de los eternos veranos pasados al amor de la lectura de un libro como “La Isla del Tesoro”, y hay además, un modo de entender la obra literaria donde lo primordial, en gran medida, es el Lenguaje. Para Juan Gaitán es el Lenguaje uno de los ejes de su creatividad y, desde una postura que podemos en él intuir, es la Palabra, sobre todo el matiz que pone el Adjetivo sobre todo aquello que toca, algo que si no está en la obra, no hay obra literaria realmente.
Y así, sus “visiones” de ciudades varias, ya en la segunda (la habíamos llamado parte segunda, posible de aceptar para un lector del poemario) mitad del “Libro de Familia”, donde el autor en tres versos deja su visión de Bruselas, de Aracena, de Dublín… Lo veremos en los textos mismos.
Pues bien: esas visiones son el resultado de una fusión entre el contemplador que es el poeta, y la cosa contemplada. Y es a ese modo de visión a lo que he llamado “romanticismo”. Y la cita de W. von Humboldt encaja en todo esto pues resulta que el autor de quien ahora nos ocupamos, “escribe para ser leído”, como suele el ser el caso de cuantos escriben. No todos: Franz Kafka llegó a pedir a su amigo y albacea Max Brod que destruyera la totalidad de su obra. Por fortuna para la Literatura, esta vez el albacea no consideró oportuno obedecer esa petición, que hubiera sido realmente un “crimen de lesa literatura”.
Si Juan Gaitán escribe textos sobre cuadros donde aparezca La Luna, es la luna vista por Juan la que vemos, sin por ello dejar de ver la que el pintor puso sobre el lienzo. Y en nuestro actual concepto de lo que es la gran herencia que nos dejó el Romanticismo es precisamente ese modo de “ser mundo en el mundo”, que se aleja del relato desnudo de adjetivación que matiza, o sea, que huye del realismo puro y duro y a nuestro entender mal entendido, y que incide una y otra vez en la palabra fácil y por ello estimada ( creo que desde un error de perspectiva) como más cercana al lector, es la interior visión del poeta que al mirar “la cosa” la intuye en su más íntima esencia, y ahonda en sí mismo y en lo que mira hasta ver “el en sí” del objeto o ser contemplados, pues que las ciudades son seres antes que simples cosas u objetos.
Nota.- Todo cuanto aquí se ha dicho, en un texto ya más breve y con los poemas de “Libro de Familia” citados para que el lector pueda por sí juzgar, será razonado y se tratará de justificar con los textos y sus ecos literarios.