1.- Recuerda E. Lledó esa hermosa metáfora con que el Diccionario de la Real Academia define » intimidad» : » zona espiritual íntima». Y esto es algo que, en Poesía, en la Literatura de creación en general, es cosa no siempre fácil de lograr. Hay muchos libros en prosa que son poesía, y muchos libros de versos que no son poesía, pero todos, unos y otros, nacen sin duda de una manantial interior, y manantial o venero de las mesmas aguas vivas, ( que diría “la pobre de Teresa”), al que sólo se llega desde la auto-interiorización.
Seguro que los verdaderos poetas y escritores entienden esto que digo. Sigue E. Lledó hablando de la cualidad especulativa del Lenguaje, y dice que en un puro tiempo no podría articularse nada como sentido o significado al ser, ese tiempo puro, hijo del aire, etéreo, inaprensible, y hasta que no se encuentra ese “algo” con la voz , (phoné), o con la letra, (gramma), no logra esa articulación como sentido. Y añadiríamos : como sentido “interpretable”.
La cita no es literal sino recordada, pero el libro y el articulo donde lo leí sí que los cito sin ese peligro del olvido que trastoca el significado de lo dicho. El libro ya se citó en anteriores entradas: es «Imágenes y Palabras». Y es el capítulo II, hacia las páginas 190 ó 191 donde están las palabras que creo recordar con cierta precisión. Su sentido, desde luego, puede estar seguro el lector de que ni ha sido por mí trastocado, ni mucho menos traicionado.
Las páginas las recuerdo porque de siempre el número 19, y ahora importa poco ese cero que lo convierte en 190, ha sido, (junto con el 7, el 10, y el 17), una cifra, un número en mí un tanto “obsesivo”. En el mejor sentido del término “obsesivo”.
Puede que más adelante, cuando disponga del “objeto-libro” de E. Lledó y lo tenga en mis manos, dé las palabras exactas: porque han de venir a cuento de otros textos, tanto de Juan Gaitán como de otros poetas más de quienes se hablará.
Y debo aclarar algo: acudo a un filósofo del lenguaje antes que a un crítico literario para mejor abordar estos poemas, (que yo prefiero contemplarlos como puros paisajes del alma de sus creadores), por una elemental razón : la fiabilidad que me da el profesor Emilio Lledó es justamente la que busco: la de un sabio que habla de algo sin los “atascos” de quienes escriban acerca de otros apremiados por agradarles. No es mi caso, nunca lo ha sido, nunca lo va a ser. Siempre pensé que el verbo propio debe ser libre. Y más aún: libérrimo. Como el verbo de todos y cada uno de los seres que tenemos esa divina facultad del habla traducible a letra, esto es, la que puede pasar de “phoné”, que es el sonido, a “gramma”, que es la figura que lo representa, la letra.
Diré de cada poema y poeta lo que vea en los textos y lo que de su «zona espiritual íntima» perciba. Y para ello mis fuentes necesariamente han de ser los textos, ante todo, y junto con ellos, el » material teórico de abordaje» que mejor convenga a este menester tal y como lo pretendemos enfocar. No podría hacerlo de otra manera.
2.- Por lo pronto podemos ya señalar que desde el título mismo del poemario, “Libro de Familia”, el autor muestra esa predilección suya por irse a, por acudir y asentarse en, precisamente, ese espacio: la zona espiritual íntima que a él le habita.
Creo que esta zona no es la misma para todos: hay escritores que no saben estarse en sí sin un más o menos frecuente encuentro con otros, y se hacen amigos de tertulias y frecuentadores de reuniones más o menos numerosas de artistas, pintores, otros escritores, críticos…, etc. Se diría que sus “zonas espirituales íntimas” están en la pertenencia a esos grupos de sensibilidades afines, siempre electivos y no siempre del todo selectivos. Es una opción tan respetable como otra cualquiera, pero no sé si resultan, cuando nos excedemos en ello, provechoso para la naturaleza misma de la creación literaria. Tengo mis dudas.
Y hay otros tipos de escritores cuyos ámbitos de íntima espiritualidad son, por naturaleza y no por decisión propia, “cerrados”. No buscan el bullicio y el intercambio de opiniones propios de las tertulias, sino el silencio, la soledad, y el irse de alguna manera entrando en sí mismos y ver qué hay allá en el fondo, siempre insumiso, del ser propio. Estas cosas son así por su propia condición, y no son materia de elección posible. Vienen ya dadas con uno, o no están ni nunca estuvieron, y nada más. ¿Quién puede decir que elige, deliberadamente, sus propios gustos y amores, sus preferencias y estados? ¿Se despierta alguien enfadado o alegre o triste o eufórico porque le da la gana, o más bien porque algo en su interior, – quién sabe qué -, a esos estados del alma le lleva?
Y es curioso esto: siendo la poesía de J. Gaitán “abierta”, ( en realidad, y según E. Lledó, a quien sigo en estas apreciaciones muy de cerca, toda poesía lo es: en función de que todo cuanto alguien haga o diga o escriba es materia de interpretación, hasta el extremo de que el ilustre sabio y políglota llega a afirmar que “interpretar es vivir”), su modo personal de hacerla tiende a ser “cerrado”.
La cuestión es: ¿puede ser de otra manera? Personalmente, creo que no. Una eventual reunión de poetas y artistas, bien. Tiene o puede tener su razón de ser. Pero un constante estarse los unos con los otros formando grupos más o menos afines, más parece bohemia que no estado apto para la creación literaria.
Hay en el poema “Eternidad número 3” algo que estimo digno de resaltar. Al menos es algo que ha llamado mi atención, y que me crea una doble sensación: por un lado, la certeza de que estoy tocando una de las múltiples fibras del texto poético dicho, y por otro, la duda de si no estaré viendo más allá de mí lo que sólo es figuración propia y no realidad ahí afuera, ahí estante en el poema, en “Eternidad…” Que juzgue el lector mismo, y sobre todo, que juzgue el propio autor del poema.
Resulta que cuando llegamos a la parte central del texto, esa donde se lee:
“/…/
en el verso,
el verso limpio
/…/”
En esa parte nos encontramos de pronto con que se funden y confunden, en un sólo y único ser, el poeta (que es José Antonio Muñoz Rojas, y a quien se le ha dedicado el poema), “y el verso, / el verso limpio / al que se podía mirar / porque allí estaba, / entero y cierto, / dando con humildad de labrador / trascendencia espiritual a los objetos”.
Poeta y obra, autor y verso, poema y persona se nos dan unidos de manera tan indisoluble e imposible de separar que cuando el poeta no quiere ya esperar a octubre y “se hace a la luz” como los navíos se hacen a la mar y a los vientos, cuando José Antonio se nos va a la eternidad, “como una palabra / que de pronto vuela” es como se nos va.
3.- Y es en esa zona donde el texto poético de Juan Gaitán se afina, se torna cintura de torero que brinda su último toro de su última tarde y se gira, montera en mano, centrado en el ruedo, brindando su suerte, en un giro donde se mueve con elegancia todo: salvo los pies, que están ya clavados en tierra y en tierra van a seguir clavados por los siglos de los siglos hasta que unos nuevos ojos vean una nueva tierra y en ella una una nueva eternidad: esa que los dioses conceden a sus hijos : la de la inmortalidad por la gracia del Verbo.
Y es así, en ese giro donde el poema de Juan funde en uno a José Antonio y a su obra entera, ( y con ella, como homenaje justo, el poema que se comenta ahora), es así como la tierra por el poeta pisada y cantada se nos hace de pronto lo antes dicho: Tierra de Eternidades.
Aquí dejo hoy este final de comentario de un poema del inédito libro de J. G. y ya sólo nos resta, para acabar por ahora con esta primera entrada en “Palabras, bosques” que ahora va de comentarios y lecturas sobre poemas y poetas de hoy, y dejar para próxima, espero que antes de dos o tres días, una entrada más sobre otros aspectos del mismo poemario que venimos citando, “Libro de Familia”.
Y luego, tras de pasar por textos y versos de un muy especial creador y sabio y polígrafo impar, que es ese catalán universal de nombre Juan Eduardo Cirlot, volver sobre poetas de la tierra y del ahora. Que, como dije, no nos vamos a ceñir a la cronología de los autores, sino que iremos pasando de unos a otros de acuerdo con criterios distanciados de los habituales en estos casos. Y vamos a lo que vamos, que ya sabe: “ars longa, vita brevis”. Y son muchos los que nos quedan por visitar y comentar.
Para llegar a la “zona espiritual íntima” disecciona los textos con la destreza de un experto cirujano.
Y para seguir la metáfora torera : ¡Olé!
Espero que sigas entrando en «Palabras, bosques». Y en los otros blogs del periódico, que los hay muy buenos.
Gracias por tus comentarios