1.- La idea de la esencial identidad de todos los seres humanos es antigua, estaba ya en el teatro clásico y llega a nuestros días como por ensalmo, y eso tiene sus razones
a) No sé si ustedes lo creerán, pero hay quienes están convencidos de que los objetos nos pueden llamar. Algunas personas hablan de ello con la mayor naturalidad del mundo, y así nos encontramos con que dicen, como quien dice que se lleva para casa un pollo asado y una botella de Ribera del Duero, cosas como ésta: “Me he tenido que comprar este colgante porque me estaba llamando”. Y lo curioso es que sí, que la persona a quien se lo dice le puede responder: “Es verdad, ya había notado yo que el cocodrilo era para ti, seguro que te llamaba.” El colgante, claro, tenía forma de cocodrilo.
En las culturas de muchos pueblos estas cosas tiene su propia sistematización, un tanto ambigua a veces, al menos para nuestra mentalidad y nuestros lenguajes, tan dados a no dejar ni una í sin su punto. O su tilde, como la de antes. A ese “poder” de ciertos objetos les llama en muchos pueblos “mana” y también “imunu”, y hay quienes relacionan esa “mística sustancia” Mana (o Imunu) con la palabra latina Numen. Es discutible, pero si fuera cierto, tendríamos que pensar en una manera de ver el mundo muy similar, y extendida en la práctica, por casi toda la geografía del planeta, incluidas Australia y las Américas. Y eso necesariamente nos lleva a tener que pensar a su vez en pueblos con mucha materia cultural en común y diseminados por toda la faz de la tierra, o casi. Pueblos anteriores a los tiempos históricos. Lo de Numen lo veremos más despacio.
b) Por lo general son piedras, rocas, y árboles los tipos de “seres” que son capaces de poseer ese potencial de fuerza interior, mística o de carácter sagrado. Y como consecuencia de ello se convierten en objetos de culto que son cuidadosamente tratados y colocados en lugares específicos: sobre un pedestal más o menos tosco, en el interior de un nicho, natural o fabricado ad hoc, o guardados por personas a su vez dotadas de poder: los brujos o chamanes de la tribu, o los sacerdotes en culturas más cercanas a nosotros, como los druidas entre los celtas. ¡Y eso era casi ayer, para el tiempo mítico!
Esto del “mana” (o Imunu) lo explica con palabras cálidas y amables de leer el filósofo y antropólogo francés Lucien Levy-Bruhl en un libro, “Alma primitiva”, digno de cualquier biblioteca de historia de las culturas humanas y de sus creencias. L. Levy-Bruhl,(París, 1857-1939), sabe dar a sus palabras ese don de la comunicabilidad que es tan difícil y raro de encontrar en muchos científicos y filósofos. Es posible que llegados aquí se esté más de uno pensando para sus adentros que hay que ver cómo ha avanzado la humanidad en un par de siglos, y qué “infantiles” eran nuestros antepasados. Si es así, un consejo: háganse del librito de Jeremy Bernstein, “Quarks, chiflados y el cosmos”, y lo van leyendo, a ver qué piensan entonces cuando señores muy serios les hablen del Huevo Cósmico. O de los tres primeros minutos del nacimiento del Tiempo y el Universo.
c) Volviendo a lo de que las cosas nos llaman, (que se dice a modo de metáfora pero que contiene un vago resto de ancestral creencia ya casi del todo dormida), parece algo bastante común y nada de extrañar que cada generación, que cree tener sus propios mitos y moldes y maneras y hasta sus léxicos altamente personalizados, en definitiva no se diferencia de las otras generaciones, ya sean anteriores o ya vengan a resultar posteriores, en casi nada. Hacen lo mismo y tienden a hacer lo mismo. Cambian las modas pero persisten los modos. Nos comportamos, a nivel generacional, como las grandes y como mansas olas del mar, ésas que parecen dunas de líquidas arenas plateadas bajo la luz del sol o negras, en las noches de poca o nula luna. Vamos y venimos como si la fuerza de unos númenes nunca vistos nos llevaran de un lado a otro. Y es el caso que nos tenemos que empezar a mover, y pronto, pues la que se nos viene encima, si estos señores de la cosa pública no se ponen de veras manos a la obra…, mejor no pensar mucho y hacer algo. Ah, y antes de acabar: para Varrón, “Numen” viene de “nuo” (asentir): pues Los Poderes, con leve movimiento de cabeza, otorgan. O niegan.
2.- Poesía : Cantos y Cánticos
a) El reciente descubrimiento de que el hombre actual lleva en su ADN un cierto material genético que le viene de los Neandertales ha sido una especie de bombazo. Eso de que los Cromagnones, (o Cromañones; nosotros aquí usaremos los términos “neans” y “croms” para referirnos, respectivamente y en los sucesivo, a Neandertales y Cromañones), llegaran a cruzarse, que entre ellos hubiera habido un natural flujo de material genético, fruto sin lugar a dudas de emparejamientos entre las dos especies de “homo”, ha sorprendido a muchos. Aunque otros no pocos ya lo sospecharan.
Hasta cierto punto es normal: porque prevalece entre nosotros, a veces de manera muy directa y estridente, y otras menos visibles porque están como soterradas, prevalece (digo) una “latente pulsión racista”. Del patio de mi casa para afuera, todo el mundo es peor que nosotros, los del corralón N. La gente de mi calle, es la mejor del mundo. Mi barrio, es el no va más. “¡Málaga, Málaga, Málaga!”. Y así hasta el infinito.
Si me apuran, hasta los dedos de nuestras manos son “racistas” los unos para con los otros, y así, uno es “gordo” y otro es un “enclenque meñique”, un alfeñique de dedo, vamos. Y para qué contar cuando a un dedo lo tildamos poco menos que de chivato, por aquello de andar señalando a todo lo que se le pone a tiro, como es el índice, y en cambio están los que son como los ojitos derechos de nuestras múltiples caras: el dedo del corazón, y el dedo del anillo o anular. Aunque, curiosamente, es con el del corazón con el que se hace el gesto que pretende ser grosero, y que unos llaman “la peseta”, y ya más adornado, “hacer una higa”. De los dedos de los pies no suele hablarse: son los enanos del grupo. Racismo lingüístico hasta en los dedos.
Pero esa “normalidad” nos da la espalda en cuanto reparamos en que “neans” y “croms” convivieron en los mismos espacios naturales, tanto en Europa y la Cuenca del Mediterráneo como en Asia, durante milenios. Los últimos, datados entre otros estudios por los realizados por Cecilio Barroso Ruiz y Henry de Lumley, (ambos, co-directores), en la Gruta del Boquete de Zafarraya, convivieron durante unos 10.000 años en lo que hoy es Andalucía, o gran parte de ella. ¿Es impensable que se dieran casos de cruces entre ellos? Si un grupo de neans encuentra a una niña “crom” sola y en peligro, y la salva y adopta, ¿tan difícil es de creer que con el tiempo esa niña hallara pareja entre los “nenas”? El caso inverso vale igual : son los “croms” los que salvan a un niño de los “neans”, y con el tiempo la naturaleza, el apego, la eliminación de toda inicial extrañeza, hacen posible la pareja. ¿Por qué no? El sueño de la razón no produce monstruos, sino mundos nuevos.
b) Pero a lo que íbamos: Cantos y Cánticos como primer acto de presencia de la Poesía entre los seres humanos. Cantos y Cánticos que sin duda eran ya coetáneos de la Pintura: están paredes de Cuevas y abrigos naturales a cielo abierto desde hace unos 35 ó 40 mil años. Que se sepa hasta ahora: nada impide que se lleguen a encontrar un día pinturas rupestres con cincuenta o sesenta mil años de antigüedad. Esa “historia” de los bailes de fechas y cifras y datos a lo largo de toda de toda la Historia de la Ciencia es ya cosa de cada día. Nos asomamos a un libro de historia de la geología y nos enteramos de que hubo tiempo en que a la Tierra se le asignó día hora y año de nacimiento: en 1654 el teólogo irlandés James Ussher, basándose en estudios de cronología bíblica, anunció que la Creación había ocurrido el jueves 26 de octubre del año 4004 antes de Cristo a las 9 de la mañana. Y Newton, contemporáneo del buen obispo irlandés, dedicó horas de estudio a la Cábala y a la Alquimia, entre otras cosas. Estos datos están en la página 105 del libro antes citado de Jeremy Bernstein.
No se rían: la Historia de la Ciencia está llena de disparates. Son como chistes que pasado un tiempo, en su día habían sido enseñados desde muy cualificadas cátedras de las principales Universidades de toda Europa y América como realidades científicas de las que sólo dudar podría convertirle a uno en poco menos que un cretino. Para que a un meteorólogo se le aceptara la idea de la deriva de los continentes y la hipótesis de una inicial masa de tierra toda agrupada en una zona, a la que se llamaría Pangea ( o sea, “todo tierra”), completamente rodeada de las aguas del mar por todas partes, algunos tuvieron que sudar tinta. Estamos hablando de Alfred Wegener y del año de 1912. Y ya en el año de 1960 La deriva continental sobre el manto de la Tierra y La teoría de las placas tectónicas quedaron unidas y aceptadas de manera firme. Y eso fue ayer. Cuando posiblemente usted, lector, aún no había nacido pero sus padres eran ya novios.
c) Esos Cánticos de que hablamos, que en muchas ocasiones acompañarían a Danzas rituales, y que eran objeto luego de reproducciones pictórica en las cuevas de nuestros antepasados, estarían sin duda alguna asociados al Lenguaje mismo, que es como decir la Poesía, la cual, sin todo eso, tal y como hoy la entendemos puede que no hubiera sido posible. El primer sonido humano con sentido y significado pudo haber sido el recitado de un cántico ritual y tendría carácter, a la vez, poético y de petición o imprecación. Si eso fue así en los orígenes no es en absoluto descabellado pensar que “eso” era algo que podrían hacer con casi la misma habilidad y solvencia Neandertales y Cromañones. Y mi hipótesis es que si podían cantar y bailar ambos tipos de “homo”, también les era posible formar parejas: en raros casos, por razones sin duda de racismo más o menos innato a casi todas las especies. Pero “raros” no significa ni pocos, ( a lo largo de los milenios), ni muy aislados. En alguna Cuevas y otros tipos de abrigos se han hallado por los arqueólogos rayas como arañazos hechos en la piedra con lo que debió ser la garra de un oso o gran animal cazado y muerto. ¿Qué sentido tienen esas marcas de indudable intencionalidad que persisten en Cuevas? ¿Son todo cosa hecha por el Cromañón, o en algunas de ellas lo que tenemos es la huella de una actividad ritual (y puede que hasta chamánica) del Neandertal?
Los arqueólogos aún discuten sus hipótesis, y los libros de David Lewis Williams, “La Mente en la Caverna”, y también el de Jean Clottes y el propio D. L. Williams, “Los Chamanes de la Prehistoria” son muy esclarecedores. Pero hay algo de lo que parece que podemos estar seguros, y es que la tríada Lenguaje, Canto/Poesía, y Pintura, todo ello asociado a las danzas y a los rituales de iniciación, están en la base del primer balbuceo artístico de la actual humanidad. De ese balbuceo ahora nos interesa sobre todo el que toca a la palabra poética, que es inseparable del sentido de la musicalidad y de la imaginería implícita en toda palabra o formulación lingüística. Podemos creer que estamos muy lejos de todo aquello, pero la verdad es que no debemos estar tan seguros: hay muchas cosas, como nos contaba Ismaíl Kadaré en su “El Palacio de los Sueños”, que se van pero no del todo, sino que quedan como sumergidas en una especie de sopor o de estado de latencia, y de pronto, retornan, vuelven. Nosotros volveremos, después de esta no demasiado extensa Introducción a nuestros poetas de hoy, a lo que primero se prometía: ocuparnos, junto con las palabras en sí y los sueños, que en todo este conjunto juegan un papel de primer orden, de textos poéticos de autores de ahora la mayoría. Así no eludimos el riesgo de que nos den su propia versión de atisbos que en sus palabras creamos entrever.
Epílogo
Del mismo modo que la raíz KAN- da “canto, cantar, canoro, gallo” (en el antiguo alto alemán ), y ya en los inicios de las literaturas románicas, ( francés, castellano), los poemas épicos se llamaban Chanson, o Cantar, ( de Roland, del Mío Cid), y también del mismo modo a como la palabra «druida» está directamente emparentada con la voz déndron, griega, que vale por «árbol», así también las raíces o los inicios de muchas cosas que hoy nos aparecen como en compartimentos estancos, en realidad formaban un todo. La esencial unidad de todo lo humano se corresponde con la esencial coherencia de todos los actos significativos humanos. Y de todos esos «actos significativos», ¿cuál nos puede hoy aparecer como más prometedor para unificar música, canto, danza, que el propio lenguaje, capaz de sugerir imágenes imprevistas sólo con unir de pronto dos o más palabras antes nunca juntas?
Pero no cualquier lenguaje, sino aquel que nos “hace”. Observen que en griego el verbo poiéo, “hacer”, da de sí la palabra “poésis, poiétikós”, “poesía, poético”, con lo que ahí se funden la “palabra que canta” y la “palabra que hace”, y hasta la misma obra hecha: el poema. Nos resta ir pasando ya a los textos mismos. Como anunciamos en la anterior entrada, donde en un comentario citábamos un poema de Lucas Martín.
Pueden verlo, con la cita de su libro, en ese texto anterior de “Palabras, bosques”.