1.- El sueño.-
Estábamos en una acampada abierta. Recuerdo que el lugar creía yo que era en el pueblo de Archidona. Un grupo de amigos habíamos decidido acampar en una tienda de campaña cerca de una casa en ruinas, bastante alejada del pueblo, que llamaban “de las almas en pena”. Queríamos saber. Una persona amiga, que reconocí como el doctor don Ricardo Conejo Ramilo, me dijo en el sueño : “no veréis nada, todo eso son patrañas”. Pero no recuerdo ni su cara, (sólo su voz; y yo sabía, en el sueño, que era él), ni las de los que me acompañaban. Desperté con una sensación extraña: como si en la realidad, cuando hace años yo era profesor del instituto de ese pueblo, hubiera llevado a cabo la tal excursión. Una sensación muy viva de cosa ocurrida, con la absoluta certeza de que nunca ocurrió, ambas sensaciones a la vez. Y ya despierto, pensé para mí “Descansa en paz, Ricardo.”
2.- La reflexión y las preguntas.-
Cada vez va siendo más raro hallarlas en las cercanías de las grandes ciudades, pero las viejas casas de campo en ruinas y abandonadas, cuentan a veces historias increíbles, y sugieren músicas, pinturas, y cómo cambia todo. Del sueño antes referido, surgió este relato breve, que es también, o lo pretende, una reflexión sobre estas preguntas: ¿somos siempre uno solo en los sueños, o a veces nos llegamos a desdoblar? Y si es así, ¿tenemos realmente un “cuerpo onírico”, un “cuerpo de sueño”, con el que podemos manejarnos dentro del mismo soñar, sólo que bajo parámetros y con límites distintos a los de la vigilia? Porque, ¿quién no ha volado en sueños alguna vez? ¿Sólo con la imaginación, o quizá con algún “elemento sutil” que posee nuestra psique y aún no ha sido detectado por la Ciencia?
3.- El relato.-
Por el camino alto que saliendo de la aldea toma el rumbo de los montes, a unas dos leguas como mucho, está una casucha de piedra y adobe, que se mezclaron los dos tipos de material en la construcción de sus muros y paredes, con techumbre en parte ya derruida, en parte aún conservada, y que consiste (lo que se mantiene todavía) en largas vigas de madera, las unas en paralelo al suelo, y yendo de muro a muro, y las otras formando ángulo sobre éstas, sosteniéndose unas a otras. La techumbre, esas vigas, ya parecen mero esqueleto de los restos que quedan de la casa.
Apenas quedan tejas pero hay señales de haber habido abundante ramaje, lo más seguro que puesto en su día por quienes hayan aprovechado, tiempo atrás, la construcción segura de muros, paredes, y techumbre sólida de vigas de la casona o casucha, (pues, según se mire, es ya ambas cosas), a fin de adobarla y servirse de ella para resguardo, envigándola con ramas. Hasta es posible que se re-habitara durante algún tiempo, pero hoy es sólo ruina lo que se puede ver, y sería cosa de mucho esfuerzo tratar de ponerla en mínimas condiciones de habitabilidad. Ni tan siquiera pájaros anidan en esos restos, que desprenden de sí un como aire de siniestros sentires. Apesadumbra mirar lo que fuera casa viva en su día. Somos misterios: tanto nosotros, como muchas de las cosas que nos rodean.
Las lenguas de los que quedan en la pedanía cercana, o callan. cuando se les pregunta por la vieja casona en ruinas, o aluden a historias que hablan de trágicos sucesos habidos, muchos años atrás, en torno a ella. “La casa de las almas en pena” la llaman, y pocos son los que se aventuran a pasar la noche en sus cercanías, y hasta en los días de fuertes vientos y lluvia rehuyen resguardarse entre sus restos, que tan fuerte es la creencia de que algo maligno persiste en sus ruinas. Yo, la verdad, sólo daría testimonio veraz del sonido del viento por entre sus muros abiertos a todos los aires, aún duros y en pie, pero ya como cansados de estarse así en el mundo, tan sin gente en sus resguardos y tan a la intemperie en los campos.
Llevados de la curiosidad, y animados a saber qué pudiera haber de verdad en todo eso, un día de finales de verano un grupo de otras tres personas y yo mismo acordamos acampar en una especie como de pequeño altozano, a unos metros de la casa, que bien hubiera podido servir, antaño, de era donde separar paja de grano. Yerbas abundantes crecían entre las pocas piedras del suelo, casi todo él de tierra muy apelmazada y como con señales de haberse aplanado adrede mucho tiempo atrás. Y un solitario árbol, muy añoso ya, pero con ramas que conservaban la vida de la savia en ellas, daba sombra a nuestra tienda de lona que montamos, orientando hacia la fachada lateral de la casona, la puerta o salida de lo que había de ser nuestro habitáculo durante, (así lo habíamos previsto), al menos un par de noches. Las voluntades de los hombres muchas veces planean lo que no está en el tiempo reservado para ellos. Como digo, los seres somos un misterio.
No es cosa de contar ahora los sucesos de aquella memorable noche. Quede de momento constancia de que, ni se ven todas las cosas que son reales y de veras existen, ni todas las cosas que vemos tienen real consistencia: sólo son lo que parecen ser a la vista, que entrados un poco en sus respectivos quid, apenas nada son, salvo apariencias.
Sé que hablamos de la muerte, quizá demasiado. Recuerdo que alguno trató de imaginarla como un ente “real”, cuando el hecho es que la muerte sólo es real en dos de sus caras: para el que muere, que ya no puede decirnos qué sea morir, y para el que contempla o ve o siente al que muere, que sólo conoce una muerte que no es la suya. Y la muerte real, ¿cuál es, la que vemos en otros, o la que vivimos -valga la paradoja- en nosotros? Y recuerdo que sentimos cosas extrañas y llegamos a pasar unos modos de miedos que no he vuelto a experimentar. No nos quedamos la segunda noche. Tampoco contamos en el pueblo casi nada de lo sentido allá, junto a las ruinas y a cielo abierto.
Una mera fantasía infantil nunca olvidada suele tener más realidad que algunas de las cosas que vemos y oímos casi a diario. ¿Será que somos especie dada a crear mundos de apariencias, y además cosas de fantasía y fácil difusión? No lo sé. Tal vez llevemos un tipo de gen fantástico, imaginativo, y es por eso que existe el arte en todas sus formas. Algo de eso debe de haber, imagino. Y me atrevo a pensar que, en puridad, no es cosa absolutamente exclusiva del ser humano, aun cuando sea en éste en quien más y con mayor fuerza se manifieste. Pero existen otras especies (animales) que también son creativas, imaginativas. Y desde luego tienen su inteligencia.
4.- Algunos genios.-
Grandes pintores y escritores han sido a la vez grandes soñadores, desde Hyeronimus El Bosco, con su famoso “Jardín de las Delicias” entre otras figuras de su época, hasta Salvador Dalí, o Juan Eduardo Cirlot. Observe el lector que de manera deliberada he querido seleccionar los nombres de creadores que más fantásticos y dueños absolutos de su arte conozco. Unos, como el Bosco, por sus “misterios” aún por desvelar; otros, como Dalí, por su genio impar; y Cirlot por su magnífica poesía e inigualable saber enciclopédico. Por no decir más cosas de estos tres grandes.
A propósito del famoso cuadro del Bosco recuerdo que, cuando lo vi en la sala donde está, en el Museo de El Prado, me llamó la atención que en el mismísimo Jardín del Edén hay un gato que lleva entre sus dientes un ratoncillo. Lo había visto en libros, al cuadro. muchas veces antes de verlo en su ser natural, pero sólo ante el lienzo “real” me di cuenta del detalle. ¿Por qué? No lo sé, pero intuyo que las cosas, en su ser íntimo y auténtico, poseen una fuerza de comunicación que les es connatural. Son así “ellas” lo que sean. Y las figuraciones que de ellas hagamos, ya son “otra cosa”.
Gustavo Adolfo Bécquer era un estupendo soñador y además se preguntaba o reflexionaba sobre la naturaleza de los sueños. Ahí está su famosa Rima LXXV, si no recuerdo mal. Y los románticos en su gran mayoría han dado de sí grandes obras a partir de sueños, como analiza, (centrándose en franceses y alemanes sobre todo), en su libro “El Alma Romántica y el Sueño”, Albert Béguin.
Edgar Allan Poe escribió relatos a partir de sueños, incluso de pesadillas. Y otros, como Roberto Luis Stevenson, o como Sir Arthur Conan Doyle, por no extendernos en más nombres. ¿Quién no se acordaría de Julio Verne, a este respecto? Y poetas como don Antonio Machado, ¿cuánto le debe a los sueños en muchos de sus poemas? El tema en realidad es apasionante, pero la tarea es tan amplia que no creo deba abordarse sin previas y muy precisas “acotaciones del tema”. Y en ello estamos.
5.- Algunas conclusiones provisionales.-
Van a ser muy simples. De hecho nos vamos a ceñir a un mínimo de referencias, sobre todo porque como en otro lugar anterior ya se dijo que había que ir engavillando cuanto se fuera diciendo. No queremos abordar cuestión alguna que se nos quede a la mitad, como tampoco queremos dar noticias o afirmar cosas sin remitir a los lectores a las fuentes que nos han llevado a tales o cuales afirmaciones. Sólo cuando se trate de hipótesis o de ideas absolutamente personales nos limitaremos a decirlas y dejar claro eso, que se trata de una hipótesis, más o menos fundada o razonada, pero sin otra base que la propia ideación que nos haya guiado a ella. Esto, si los lectores se toman la molestia de mirar atrás en anteriores entradas, lo hemos ido haciendo así. Y lo de ofrecer la bibliografía pertinente en cada texto del blog, lo estamos haciendo desde la anterior entrada, quiero decir lo de poner la serie de libros que hayamos usado al final, que en todas hemos dado cuenta de los autores y obras usados como referentes.
En el artículo de La Opinión de Málaga del pasado miércoles 21, el titulado “Ciénagas y Sueños”, se afirmó algo que puede sonar extraño a determinados lectores: que no nos convencían las teorías de Sigmund Freud. Aun reconociendo su valía, la importancia de su obra como paso pionero en su momentos, y reconociendo los aciertos que sin duda tiene, la totalidad de la visión de la Psique Humana que S. Freud contempla no nos resulta satisfactoria: debe haber mucho más. Algunas de esas cosas-mucho-más, ya se han descubierto. Sin ir más lejos, algunos de sus discípulos, como Jung y otros, ya fueron críticos con el maestro: ni más ni menos a como Luis Cencillo es crítico con el propio Jung. Tal cosa es, por así decirlo, una “ley no escrita” de la actividad científica investigadora. Y es bueno y hasta necesario que eso sea así, pues como decía Miguel de Molinos (uno de nuestros últimos grandes místicos del Siglo de Oro), “… y así, habrá que seguir escribiendo y escribiendo hasta el final de los tiempos”.
Ahora queremos justificar lo que se dijo en la colaboración ya citada del día 21, y dejar de momento ese tema zanjado para pasar a otros aspectos que resultarán (creo) interesantes para algunos y escabrosos o desagradables para otros. Pero todo a su tiempo, y vayamos primero a la justificación anunciada. La haremos con ideas y razones no nuestras, sino de un psicoanalista que se caracterizó porque, al ser además antropólogo, pudo calibrar mejor que otros las limitaciones de las teorías freudianas de los sueños. Estoy hablando de Géza Roheim. Doy primero el texto y luego la referencia bibliográfica pertinente.
“Después de investigar con los aborígenes australianos, insistió (G. Roheim) en que los psicoanalistas debían aprender más de la antropología y en que la antropología y el psicoanálisis podían enriquecerse mutuamente. En su último libro, “The Gates of the Dream”, ( : “La Puerta de los Sueños”), explicaba como había llegado a entender que las mismas visiones se producen en los sueños de toda la humanidad, “los eternos del sueño”, que reaparecen no sólo en Occidente sino en todas las civilizaciones. Llegó a la conclusión de que la clave para entender a otra cultura era comprender sus sueños.”
(Cito de las páginas 83 y 84 del libro “El sueño, los sueños y la muerte”. Exploración de la conciencia con S. S. El Dalai Lama. Edición y narración de Francisco J. Varela. Versión castellana de Ángela Pérez. Editado en 1997 en USA. Y en edición en español de 1998 de José J. de Olañeta, Editor. Más datos de este libro se darán cuando entremos en la visión que corrientes del budismo tienen acerca de los fenómenos oníricos. En cuanto al libro de G. Roheim, que sepamos, no hay nada más que una traducción al francés, pero no al castellano. También nos ocuparemos de este autor más adelante).
Queden las cosas aquí de momento, pues entrar ahora más en el tema, por ver de dar algunas posibles respuestas a las preguntas planteadas en el punto 2º de esta entrada, o ahondar en lo dicho después, haría en exceso largo este texto. Aún queda no poco que decir sobre cuestiones del lenguaje, de los primero hombres de que tenemos constancia en Europa sobre todo (recordemos: se ha de abordar el famoso “Sueño del Chamán”, de Lascaux) pero sin olvidar otras zonas del planeta, y de los sueños y sus vinculaciones con estados mentales determinados (chamanismo) y también con la vida diaria común de la gran mayoría de nosotros. Y aún no nos hemos ocupado de algo que considero fundamental: la relación de los sueños con la creación artística, y la propia creación poética en sí. Queda mucho monte por subir.