Si nos lo cuentan hace unos meses, ninguno lo hubiéramos creído. De la nada a lo anómalo en un puñado de horas. De una noticia lejana y anecdótica durante diez segundos en un telediario a la vida en standby. Vida real. Literal. Con toda la crudeza del mundo. Y en esa Málaga suspendida nos encontramos. Con un almanaque al que le han arrancado con suerte una o dos hojas de los días que están por venir.
Lo importante siempre es prioritario. Por eso todo pasa. Porque la salud y el rescate siempre se anteponen a cualquier cosa. Y ahora no da tiempo si quiera a pensar en nada que no sea la protección. Pero algo se nos acaba de escapar hasta dentro de un año.
No hay nada parecido en Málaga. La única fecha del año en la que nuestra tierra es usada y sitiada por los malagueños por encima del resto. Los días en los que los turistas son espectadores y nosotros los que hacemos la vida de la ciudad. Y se nos acaba de esfumar de un plumazo tan certero como necesario.
Pero quizá este tiempo de asamblea interna nos deba servir para reflexionar sobre muchas cosas de manera obligatoria, justa y necesaria. Debemos empezar a tomar conciencia de lo que el mundo cofrade es en Málaga en cualquiera de los ámbitos a los que afecta. Y eso incluye derechos y obligaciones para todos los actores de dicha escena.
Es nuestro deber asumir que somos cristianos. Que somos Iglesia. Algo que, en muchas ocasiones, no es percibido por ninguna de las partes anteriormente mencionadas. Necesitamos rezar. Y no lo hacemos. No sé si es porque no sabemos o porque no creemos en la oración. Pero es la herramienta perfecta del cristiano para rogar, agradecer y hacer penitencia. Que, básicamente, es lo que vamos a hacer en los próximos días, hasta el fin de la Cuaresma y Semana Santa.
Llegan momentos de pasión real. De penitencia tangible y lamento. De miedos, penurias y desconciertos. Y quizá empatices con ése al que llevas en la lustrosa medalla de la que alardeas.
Quizá debamos analizarnos todos. De manera individual y colectiva. Como cofrades sin compromiso y cristianos desentendidos. ¿Cómo es posible que, tú que lees esto, no hayas rezado para rogar a Dios por lo que está sucediendo en el mundo? No toleres de ti mismo esa hipocresía y decide tu camino.
Vivimos en un estado de alarma social. De salud. Con un futuro incierto y una inmadurez colectiva -en la que me incluyo- ante la más mínima adversidad. Por eso ahora no se entiende bien nada de lo que pasa y se buscan clavos ardiendo a los que agarrarse.
No habrá Semana Santa -de la que todos sabemos a efectos prácticos- pero quizá pueda venirnos hasta bien. Y es que nuestra ciudad adolece de ciertos comportamientos que no son del todo comprensibles. Y los estamos observando hoy. Con el compromiso de muchos totalmente alterado dejándonos en pleno desconcierto. Con gente de cachondeo en espacios lúdicos mientras los de siempre, los de Málaga que tiran del carro, con las puertas cerradas y el dinero perdiéndose a chorros.
¿No te puedes aguantar? ¿Tanto necesitabas ir a Ikea ayer? Quedémonos con el aprendizaje de todo esto. Entendamos la necesidad de orar como método de contención de las adversidades para los cristianos y tengamos los suficientes arrestos para comportarnos como seres civilizados en situaciones extremas como la actual.
Y siempre estará la Esperanza. Ésa que nos tiene en vilo pero que se asoma a lo lejos. La que está calmando a muchos que confían en su encuentro para que todo se solucione. Si este año la Cuaresma dura cuatrocientos días no pasa nada. Se cumplen, se viven y se trabajan. Y de paso se mejora todo aquello que en este mundo capillita está por reciclar para no generar situaciones vergonzantes como algunas vividas en las últimas horas.
Málaga está en vilo a la espera de nuestra reacción. Y todos tenemos miedo. Desconcierto absoluto y el pensamiento puesto en las personas mayores y aquellas con el suficiente cuadro como para ser vulnerable. Y ante eso solamente podemos cumplir lo que nos manden. Y después rezar. Si crees. Y si no crees y lo que te da coraje es que hayan cancelado el festival de cine pues léete un libro de Carlos Pomares. Pero haz caso.
Yo me quedo con la primera opción. Me quedo con animar a todos a que dejen de enviar basura por el teléfono móvil. Me quedo con la información justa, limpia y veraz. Me quedo con la desintoxicación de este círculo vicioso de caos alimentado por muchos para meter miedo sin importar sobre qué. Me quedo con la responsabilidad común para salir lo antes posible de esto. Me quedo con los empresarios de Málaga que echan el cierre a sabiendas de la ruina por ayudar a los demás. Me quedo con los que trabajan para que comamos y nos curemos durante este periodo negro. Y me quedo con la del cielo verde.
La que nos representa a todos en mayor o menor medida. Por la que ahora mismo suspiramos. Por la que nos contiene del miedo tan grande que estamos padeciendo. Por la que nos sostiene ante el lamento interno por quienes están pasándolo muy mal y se encuentran en riesgo. Por la que consigue que haya gente en esta ciudad que sale a la calle para trabajar y ayudar en comedores sociales a los que acuden familias asustadas y llorando porque no tienen nada. Yo me quedo con ella. Sin duda. Con la esperanza. La esperanza de la Esperanza. La primera intacta siempre. La segunda a la espera. Y siempre presente en nuestra ciudad. Récenle. Que nos asista en estos momentos de desolación y miedo comunitario.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen, gloriosa y bendita. Y Esperanza nuestra.
Que Dios nos ampare.