Antonio Burgos con más salero

29 Feb

Andalucía celebra su día como puede. A trompicones. Sin mucho fasto más allá del visto en las redes sociales pues ahí es cuestión de hacer así con el dedito y ya has celebrado el día de tu tierra sin el más mínimo esfuerzo y eso, por estos lares, siempre triunfa.

Y es normal. Celebrar algo en Segovia tiene más sentido pues el día a día allí suele ser más dificilito y el momento en el que toca la festividad, sus gentes se preparan para ello y lo hacen con cierta algarabía. Aquí está la cosa más complicada ya que, por nuestra propia naturaleza, tenemos la celebración ciertamente metida en el calendario psicológico y pasa poco tiempo sin que tengamos la oportunidad de sacar las galas de los días importantes. En Andalucía cualquier día puede ser de fiesta. Y huele a tópico una frase tan real como valiosa. Por eso, al comenzar estas festividades verdiblancas, difícilmente saltemos de la silla si tenemos los carnavales recién hechos y la Cuaresma cayendo a chorros en nuestro día a día.

Quizá no tenga tanto sentido el día marcado de manera oficial pues se hace más patria defendiendo nuestras tradiciones con su puesta en práctica que atacando las ordenes generales de que el día tal a la hora cual hay que decir públicamente que somos andaluces y nos orgullecemos de ello. Eso ya pasó. Quizá no nos haga mucha falta. Y cuando lo necesitamos no es precisamente el 28 de febrero. Sino el 4 de diciembre. La fecha clave en nuestro devenir como pueblo independiente y solvente. El día en el que se levantaron de verdad y dijeron que aquí estamos para lo que haga falta con nuestra propia autonomía de primera. Ahí sí hay que celebrar que nuestra gente echó los arrestos suficientes para parar la apisonadora cateta e injusta que bajaba del centro de la península.

En cualquier caso, en febrero seguimos la estela habitual de celebración andaluza con las claves básicas -niñas de gitana al colegio y mollete con aceite y batido Covap o Puleva- y la gala de Canal Sur en la tele. Poco más. Aunque dos circunstancias hacen especial la efeméride en este año veinte: Huele a novedades y también a antiguo en esta ocasión. A novedades porque todo apunta que, desde la escisión podemita de la alta y baja Andalucía se plantea un nuevo partido andalucista, sin peticiones absurdas de independencia pero sí con un marcado acento andaluz para pedir las escrituras y el contrato de Andalucía a los que manejan el asunto en Madrid. Y eso, si es útil y justo, es motivo de celebración. Pero también huele un poquito a carraca vetusta. Y el asunto ha llegado al conocerse que uno de los ilustres que recibirían la medalla de Andalucía era el periodista, escritor y librepensador Antonio Burgos.

El Sevillano ha sido, en nuestra era, una de las firmas más clásicas y reputadas en el papel grapado andaluz y su estilo en las columnas un género social fácilmente identificable cuando de sus palabras se trataba.

Aplaudido por la Andalucía más cuqui y reconocido por los bigotes señoriales, siempre ha tenido un espacio notorio en las letras nacionales, andaluzas y sevillanas. Con grandes dotes para la compostura literaria, son suyos los aditamentos junto a Carlos Cano -que en paz descanse y en las antípodas de opinión del anteriormente mencionado- de esas Habaneras de Cádiz. El paso del tiempo, los años, las redes sociales y los cojetazos extremos siempre hacia el mismo lado, han hecho que -para muchos de nosotros- acabe siendo un ser complicado que suelta barbaridades sin mucho sentido a través del internete.

Un servidor, bloqueado Dios mediante en redes por el señor que susurraba a los gatos, he cargado tintas contra un personaje que supuraba desprecio hacia ciertos aspectos localistas o singulares que lo convertían en un opinador ciertamente peligroso. Pero sigue pasando el tiempo. Y tomas conciencia. Y tiras del hilo y vuelves a su “Andalucía ¿Tercer mundo?” y reparas en que era un valiente. Pues en la época de las miserias más caóticas de nuestra tierra, había quien tenía el valor suficiente para airear nuestras calamidades como pueblo. Y eso se contaba en una tierra donde los señoritos capeaban el temporal como querían pues el ordeno y mando estaba a la orden del día. Y en esa Andalucía deprimida, uno de “su clan”, ponía contra las cuerdas un sistema creado por y para los que mandaban en el sur y ahogaban a la mayoría.

¿Eso lo hacía Antonio Burgos? Sí. Eso lo hacía y escribía Burgos con Franco vivo. En 1972. Y ese valiente es el mismo que en una crónica breve menciona a media avenida, destacando la valía de fulanito, el negocio de menganito y destapando esencias de las que todos en algún momento nos sentimos más o menos orgullosos por ser elementos que nos sirven para construir nuestro paradigma interno e identitario.

Pero para muchos todo se ha ido a tomar viento. Porque lo que vemos hoy en día es el personaje agrio, espantoso y sin sentido que anota barbaridades en unas redes sociales que quizá le vengan largas.

Y éste ha sido el homenajeado el día 28 con la medalla y reconocimiento de todos. ¿Se lo merece? Por supuesto. Sin dudarlo. Un señor de las letras que ha contribuido al enriquecimiento de nuestra cultura más sentimental. Alguien con valentía en momentos en los que ser cobarde o agachar la cabeza era lo ideal. Y que, por muy abrupto y espantoso esté siendo su epílogo, tiene el derecho a tal reconocimiento.

Quizá fallemos todos con este tipo de personajes. Servidor el primero. Y esto es algo muy andaluz. Y es la batalla directa y la eliminación de los roles previos. Andalucía es igual que Hacienda, somos todos. Y en ese todos está Juan Carlos Aragón -que se cagaba en Antonio Burgos y también es Antonio Burgos que escupe sobre aquello que huela a rojerío. ¿Y qué hacemos si la situación es la que es? ¿Nos matamos vivos hasta que gane uno? Es imposible pues esta tierra tiene la rara costumbre de camuflarse a diario en un camaleónico perfil de personajes que toman la cruz de la Iglesia por marzo tras haber soltado la sotana de disfraz en febrero. La que se viste de cortijera y vive en un octavo sin ascensor y la que tiene a señoritos más morados podemitas que la remolacha aliñada de Las Golondrinas en Triana -este es el típico apunte de las columnas de Antonio Burgos que a la gente le gusta-.

Hay medallas para todos. Para los catetos y cerriles que se apoderan de nuestras señas de identidad nacionales. También para los falsos progres que, al final, son igual de intransigentes que ésos a los que critican. Y sobre todo para la mayoría de nosotros. Los normales. Los del pregón heterodoxo de Manu Sánchez y La Muy. Que mezclamos en rebujina los elementos que nos unen como pueblo.

Andaluces levantaos. Y dejadle la silla a Antonio Burgos para que se siente un ratito.

Viva Málaga.

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