La gente es curiosa por naturaleza. Gustamos de olisquear por los rincones que nos generan la más mínima inquietud. Clásico es ver una lona que cubre una valla con un buen agujero a la altura de los ojos para ver qué está pasando allí. Da igual si es una obra, un solar o un pedazo de campo. La cosa es mirar y enterarse bien de qué pasa allí.
En nuestra casa, Málaga, llevamos unos meses en los que, un espacio de mucho trajín está sitiado por altas vallas metálicas que impiden la visión. No hay nada que ver, o sí, sobre lo que allí se cuece. Y es que, en el solar del extinto cine Astoria se trabaja arqueológicamente para ver, valorar y sopesar lo que hay tras nuestros pies.
Y resulta extraño que sea imposible verlo. Con lo interesante que sería que, al pasar, uno pudiera observar a los trabajadores recuperando nuestra propia historia con todas las medidas de distancia y seguridad oportunas. Pero no es así. Hasta los propios medios se han dedicado durante este tiempo a sacar fotografías desde balcones de edificios contiguos o con grandes pértigas para que, ellos sí, nos puedan contar qué sucede allí.
De igual manera ocurría junto a eci, durante las obras del metro, cuando conocíamos gracias a fotos furtivas de vecinos, la magnitud -al menos visual- de lo que allí se estaba descubriendo. Cosa que, a posteriori, se decidía que no tenía valor suficiente y palante con la maquinaria tras recoger algunas cosas.
Pero, regresando a la Merced, hace pocos días por fin nos contaban -mediante fotos y de manera escueta- algo que, bajo el tono del emisor, era buena noticia: No era importante y podemos levantar aquí un edificio. Silencio. Estupor. Extrañeza. Y es que de ninguna de las maneras posibles se pudiera entender e imaginar que allí no hubiera nada interesante ni con valor pues está en el mismísimo meollo de nuestras civilizaciones pretéritas. Con todo, se mostraban imágenes de los huesos de aquellos muertos que reposaron en la zona -y allí siguen-.
Pero para el pueblo llano que somos la mayoría, resulta extraño que no tenga valor algo así pues, si solamente lo tienen grandes monumentos enterrados, apaga y vámonos. Y más aún cuando se trata de un espacio que muchos reclaman como lugar en el que no se levante nada por encima de la altura de un banco donde sentarse.
Es por eso que, haciendo un análisis sencillito, queda patente que el interés por aquello es relativo pues el deseo por levantar cosas es bastante mayor al de conservar lo que hay debajo y no construir absolutamente nada.
Pero tiene un plus, y es que, en dichas excavaciones, han aparecido los que pudieran ser los cadáveres de aquellos que reconquistaron nuestra ciudad en la última toma cristiana. Curiosidades de la vida. Aquellos que se la jugaron para recuperar la ciudad que nos trae hasta aquí, van a ser notoriamente ignorados por las altas autoridades. Y es que, sin ser adivino, esto acabará con un sotanillo del edificio de turno, unas losas de cristal, un caminito de madera con barandilla de acero y chinos blancos alrededor de cuatro trozos de muralla -que dicen que no es tal cosa-. Y eso con suerte. Porque, a tenor de las palabras de los que pilotan el asunto, eso no es nada importante así que se puede construir el deseado -¿?- edificio. Eso sí, un edificio que para los interesados ya tiene apellido: Edificio traslúcido. Porque si dicen edificio nada más, la cosa sonará demasiado sospechosa.
Así que, al modo Paloma Urban Fashion de Aquí no hay quien viva y su PUF, ya tiene nombre el bicho. MAS -como el supermercado-, que significa Málaga All Space -como el coche-. Toma castaña.
Un bodrio conjugado por los conceptos más vacuos y trillados: cultura, comercio y gastronomía. Es decir: bares y tiendas para turistas. Pero no pasa nada. Porque lo de abajo no es la muralla buena. Son solamente algunos muros del Hospital de Santa Ana, del siglo dieciséis donde, por cierto, se data el origen primitivo de la Semana Santa en nuestra ciudad con la Hermandad de la Vera Cruz que estuvo en su capilla. ¿Y qué pasa? ¿Eso qué importancia tiene si no se ve? Mejor ponemos unas buenas terrazas, dos o tres franquicias monas de bragas o tiendas de los veinte duros vestidas de limpio y muchas jarras de cerveza para turistas rostro quemado.
Hay que ser cautos. Eso es bueno siempre. Y con el nuevo escenario político local quedaba un poco en standby el resultado de los nuevos mandos culturales y patrimoniales en la ciudad. Poco se sabe del asunto. Pocas novedades y diría que nulas mejoras. Cambios sí. A Elías de Mateo se lo han medio cargado -solamente medio-. Y parece que así se ha arreglado el mundo cultural de la ciudad. Y va a ser que no. Pero tampoco cambia nuestra esencia. La del todo vale pues nuestro rasero es bajísimo cuando de Málaga y sus cuidados se trata. Pero la cosa cambia si de exprimirla, prostituirla y reventarla va la cuestión.
Quizá sería interesante que, para ciertas cuestiones locales, los grandes responsables pasaran unos mínimos cuestionarios sobre la propia cultura de la ciudad pues, al oírlos y leerlos, no queda nada claro que realmente les preocupe la ciudad. De hecho no se puede conocer con certeza ni si quiera si la conocen de verdad. Y me jugaría una mano a que no. A que no tienen la más remota idea de Málaga. Pero los han puesto ahí por juegos y trueques de poder. Aunque, lo único que nos puede consolar, es que será poco el tiempo. Y al acabar la legislatura -y haber cobrado su parte-, ciertos perfiles marcharán de nuestra casa mayor.
Mientras tanto podemos rezar. Por Málaga. Orando por su protección ante aquellos que la revientan a diario. Por su patrimonio. Por su historia y por la memoria colectiva que nos van robando día a día. Poco a poco. Muro a muro. Hay que rezar también por los más torpes pues es de ellos el reino de Málaga en cuanto a poder. Que el altísimo consiga que se queden callados y quietos. Y que pase el tiempo pronto y marchen aquellos que tienen que ver lo mismo con la ciudad que yo con el kárate. Y también podemos rezar por nuestros muertos menos frescos. Por el grupo de decenas de castellanos enterrados, que conquistaron esta tierra a sablazos para traer el cristianismo que supuso que existiera esa misma iglesia y hospital de cuyos restos no quieren saber nada los de ahora.
Patético.
Viva Málaga.
Esperemos que finalmente no se llegue a construir ahí ningún edificio, y lo más que se alcance a colocar sean unos árboles (no demasiado altos) y unos bancos para contemplar, la majestuosa escena que se yergue ante la vista y la memoria, de la alcazaba árabe y teatro romanos.