Conste que este periódico no está grapado y yo no escribo este artículo rodeado de
gatos. En cualquier caso, hay algo que sucede en nuestra ciudad que resulta significativo de la falta de identidad que padece.
Es común en las ciudades que, su tejido social, esté directamente vinculado al empresarial a través de familias -grandes y medianas- que, en parte, controlaban o controlan gran parte ese motor industrial de la ciudad.
Dichas familias suelen tener un músculo económico bien desarrollado y al final crean esas burguesías locales que generaban riqueza y aplicaban su impronta en la ciudad.
Hoy en día, en ciudades como Sevilla o Valencia, siguen existiendo grandes familias que controlan extraordinarias industrias o negocios que, además de engordar las cuentas de riqueza de las localidades, acaba aportando parte de ese beneficio a la propia ciudad. ¿Cómo? Muy fácil. Con el mero hecho de ser, vivir y trabajar en dicha ciudad, acabas repercutiendo parte de tu fortuna en él. Y eso, en infinitas fórmulas, es positivo para la misma. Si un empresario desarrollado su labor de éxito en Málaga, éste y su familia acaba descargando parte de ella en la ciudad. En su Cofradía si la tiene, en las acciones importantes sociales que aquí se desarrollen, en la arquitectura de la ciudad, en el arte y su promoción, en obras de caridad…en absolutamente todo.
Por eso, actualmente, cuando paseas por Málaga puedes disfrutar visualmente de los legados y vestigios de esa Málaga burguesa de siglos pretéritos en los que se levantaban edificios singulares y personalizados para los grandes empresarios de la ciudad. Por eso, gran parte de las colecciones pictóricas de nivel, se generaban en la ciudad y eran encargadas a pintores de malagueños. Lo mismo sucede con las Cofradías y sus artes aledañas que, en gran parte, trabajaban gracias a las donaciones de los grandes mecenas locales que, por devoción y relación, abonaban gran parte de esas preseas artesanales.
La cosa ha cambiado. Pero en Málaga, como siempre, lo ha hecho de manera mayor y descarada dejando el panorama con un aspecto desolador.
¿Dónde están los Bolín, Caffarena, Cánovas del Castillo, Creixell, Crooke, Gálvez, Gross, Grund, Heredia, Huelin, Krauel, Larios, Loring, Muñoz Rojas, Oliva, Pérez Estrada, Scholtz, Souvirón, Taillefer y Temboury?
Podríamos desgranar uno a uno -aunque para ese menester ya tenemos al gran Alfonso Vázquez y su extraordinario libro al respecto- pero la cuestión es que ese mundo está completamente aniquilado. Quedan algunos atisbos pero son menores y del resto solamente podemos presenciar los estertores de la muerte.
Y es que en Málaga se han cambiado a las grandes familias por fondos de inversión -buitres o no- con capital en el quinto pino y a los que les importa la ciudad lo mismo que a mí la halterofilia: nada.
Cabría pues preguntarse cómo hemos llegado a este punto de nula identidad social. Y quizá la respuesta en parte se encuentre en la propia filosofía malacitana. En nuestro discurso como ciudad. Enmarcados al cien por cien en un plano turístico, con la industria paralela inexistente y con la venta al por mayor de nuestra tierra al boom turístico. Y es que, al analizar en parte el origen de dichas familias clásicas, siempre atendemos al mismo perfil industrial que, hoy en día, está completamente muerte. Pero no deja de ser curioso puesto que, ejemplos similares en otras partes de Andalucía siguieron hasta conseguirse en grandes compendios que, en algunos casos, fueron comprados por enormes multinacionales.
En Málaga ya no hay bodegas, salvo casos contados de grandes valientes con historia, y aquel perfil bodeguero ha desaparecido por completo. Entonces, uno rasca un poco para analizar dónde están los núcleos familiares que despuntan en la ciudad y el resultado es el mismo: turismo. Ya sea por construcción, por negocio inmobiliario o el mundo hotelero -o un combo de todos- pero ése es el único lugar en el que puedes seguir encontrando perfiles locales que en Málaga manejan cierto cotarro. Y a Dios gracias pues, gracias a ellos, en la ciudad se sostienen algunos edificios históricos que ya estarían del todo pervertidos. Por ellos, hay Cátedras en el Instituto San Telmo o grandes aportaciones a la Semana Santa de Málaga en el ámbito patrimonial. Son los que siguen albergando obras de arte de primer nivel en Málaga. Son los que defienden, conocen y se enorgullecen de presentar la ciudad a todos aquellos con los que tratan.
Pero son pocos. Y todo apunta a que el gran universo de pantallas societarias de muy muy lejano acabarán deglutiendo sus poderes para dejarlos mórbidos de dinero pero con fecha de caducidad para que éste desaparezca y sean uno más.
Y ya pasa. Porque en Málaga es más poderoso un socio de Airbnb que cualquiera de las familias antes mencionadas. Por eso sería necesario que desde todos los ámbitos posibles se beneficiara a los de aquí. Quizá haya que construir un apartheid a lo Trump para proteger, como si piezas de museo se tratara, a las grandes empresas familiares que perduran en Málaga. Y no hablo de boato y la crónica social de “Pitita Gálvez visita a Revello para ver los avances de su obra pictórica” -que también-, sino a tomar conciencia de que detrás de esa pompa rancia había algo que retornaba en la ciudad y de lo que aún nos beneficiamos -a ver cómo se hicieron las casas de hermandad de Expiración o Esperanza y si hoy en día un grupo de apartamentos turísticos ayudaría a algo similar-.
Necesitamos educarnos la vista. Para poder ver lo bueno donde identificábamos lo malo pues tiene muchas cosas buenas en comparación con el brazo armado de lo ajeno. Y a Málaga se la están comiendo a pellizcos. Y la pérdida de identidad como ciudad se expande dejando al Coronavirus en mantilla.
La ciudad sin apellidos. Con CIF extranjero y menos papeles que una liebre.
En el balcón del edificio singular del que ahora cuelgan toallas baratas de playa y chanclas con arena, antes vivían familias clásicas de nuestra tierra.
Pues eso.
Viva Málaga.