Escribir bien sobre alguien que acaba de morir es muy fácil y seguramente algo injusto. Sucede que, cuando alguien fallece, la humanidad entera se vuelca con él y alaba sus bondades -aunque fuera mala gente- y eleva a niveles extraordinarios sus hazañas -aunque fuera un paria.
Pero, de igual manera, sucede también que ha personas que participan de la vida pública de servicio y recibe perdigonazos pero jamás un aplauso general. Y algo así creo que ha pasado con Damián Caneda.
Ha muerto tras una enfermedad desagradable. De la que se ha sabido poco pues, se entiende, no todo debe ser mostrado u oreado en público. La cuestión es que marchó. Y quizá esa despedida silenciosa y discreta de este mundo puede ser reflejo de lo que fue su vida en la escena política.
En mi caso, este periódico ha sido el escenario en el que he rajado, escudado en la palabra, sobre la gestión que el Concejal de cultura realizaba en Málaga. Mil y una críticas a formas y formatos que, de ninguna manera, consideraba positivos ni buenos para nuestra ciudad. Estas críticas tuvieron picos. Altibajos. Según iba avanzando en su jornal público, me daba cuenta que, de manera evidente, hay perfiles personales que difícilmente casen con la vida eterna política. Y el suyo, el de Caneda, era uno de ellos.
No queda nada claro si hizo bien en marchar. Con el paso del tiempo se abren muchas vías de pensamiento y quizá no fuera Caneda impropio para el sistema político sino el sistema político impropio para Caneda. A la vista ha estado. Modelos y mundos distintos para un perfil que no casa con lo que aquí se cuece.
Quizá lo lógico en estos casos sería rememorar hitos de su gestión pero eso sería meterse en terrenos pantanosos de las odas post mortem que intento evitar. Pero hay algo curioso e interesante y es cómo se repite de manera continuada las alabanzas a su persona a posteriori de la política. Tras su paso por ella quedó demostrado que, al final, solamente brillan, sobreviven y se sitúan aquellas personas con capacidades, criterios y personalidad propias.
No es lugar para necios. O sí. Y por eso la mayoría acaba marchando. Pero el resultado de esta historia es que Málaga durante un espacio de tiempo tuvo en su gestión a alguien con la capacidad suficiente para creer en su propio producto y querer aplicarlo como modelo de éxito en la ciudad. Y eso, queridos amigos, solamente lo puedes hacer si tienes valor.
Quizá su muerte pueda servir para que en las administraciones públicas y partidos políticos regrese la meritocracia. Quizá sin necesidad de pasar pruebas supersónicas ni tener dossieres eternos de su valía, capacidad y formación sino algo que va más allá de todo eso y es la solvencia de gestión demostrada con tu propia vida hasta el día en el que llegas a la política.
Caneda iba bien antes de llegar al Ayuntamiento. Acabó su etapa y siguió yendo bien. Más allá de eso todo es tontería. Y en ese lujo que te otorgan tus propias capacidades, reside la de poder entrar y salir del jugoso y atractivo mundo de la política cuando te venga en gana.
Desconozco sus motivaciones para marchar. No sé si quiera si ya conocía su enfermedad y por eso prefirió apartarse de estas lides pero, en cualquier caso, ha quedado demostrado que resulta peligroso no tener otro sustento que el de servidor públicos -salvo casos contados- pues acabas demostrando que necesitas de una sillita pública para poder comer. Y ahí, se va complicando la cosa.
La política malagueña necesita perfiles profesionales solventes. Con experiencia y conocimiento. Los partidos deberían regenerarse con muchos Canedas. Gente que ponga colorada a gente de su popio partido sin abrir la boca. De las que dejan en evidencia las carencias del resto sin querer. Así todo iría mejor.
Creo en la vocación política y de servicio público. Pero creo también que, cotizar, emplear y generar tu propia vida laboral más allá de lo público te hace conocer de verdad la realidad del sistema en el que vivimos la mayoría y que, una vez en un puesto de gestión pública, aplicará de manera más eficiente en base a sus conocimientos en la materia. Quizá haya que ser Caneda. Como si te lo dijera Lee. Be Caneda, my friend.
Se está leyendo mucho y bien de Caneda. De asuntos tangibles. Reales. Medibles y pesables. Y poco de cosas ambiguas. De flores y boatos vacuos.
Quizá sea hora también de recordar que quizá no se fue del ayuntamiento. A lo mejor lo invitaron a marchar o no estaba en las nuevas papeletas.
No lo sé. Aunque me lo huelo. Hace cinco años escribía sobre su marcha en un artículo titulado “Caneda perpetua” y acababa así:
“Hasta luego, señor. Que usted lo pase bien y que aproveche la oportunidad para decir un poco más alto lo que piensa de nuestra ciudad. Lo estaremos escuchando y leyendo. Y mientras, quedamos huérfanos de un poco de coherencia liberal. Seguimos sufriendo esta pena de ver lo malo y no poder decirlo. De observar cómo se tapan y callan escándalos y todos agachan la cabeza. De querer y no poder. Vamos a morir en la cárcel de la incoherencia y con el miedo de que de la caneda perpetua solo se libra uno marchándose del asiento y sin poder trabajar por la ciudad que quieres”.
Pues eso. Queda dicho. Y que descanse en paz.
Viva Málaga