El día trece de noviembre intervenían a Chicano. Pocas horas después, por una carambola, sabía que era probable que falleciera en pocos días. Y así ha sido. Moría el diecinueve. Pero en mi cabeza llevaba marchándose cinco días atrás. Y en silencio. Con lo que la capacidad de comprender su ausencia en la ciudad aumentaba conforme pasaban las horas.
Tras su expiración, la gran maquinaria protocolaria araba su final para acompañarlo en su últimos trazos. Muchas voces, escritos, lamentos y pésames para rendir eterna pleitesía a un artista clave en el devenir cultural de la ciudad de Málaga.
Y yo, que le tenía aprecio y admiración honesta, he rozado con las yemas de mis dedos un teclado de lamento, suspiro y oda al magnífico artista que hizo de la humildad un color y de la sencillez su estilo. Pero he cambiado de opinión. Porque creo que no serviría de nada. Serían emociones plasmadas –que están muy bien- pero quizá no se parecería en mucho al estilo propio del protagonista. Por eso, pensando realmente en él y lo que hacía, solamente quiero valorar la situación actual de su obra en nuestra ciudad de Málaga.
Y es que, de cuerpo presente y enterrado en flores, todo eran alabanzas y muestras de respeto. Pero debemos ser fríos. Y pensar en el presente y el futuro.
¿Puedes ver la obra de Eugenio Chicano en Málaga? ¿Cuántos de sus cuadros están expuestos en alguno de los museos de la ciudad? ¿Qué hay de Chicano en la Aduana? ¿Y en el Municipal? ¿Y eso? Pues yo no lo sé. Pero si el cariño público fuera proporcional a su exposición en los numerosísimos museos y salas de la ciudad, estaríamos realmente honrando la figura del maestro pop andaluz.
A Chicano flores. Pero mejor alcayatas y cáncamos. Para poder disfrutas de sus colecciones. De una representación de sus obras. De las potentes. De las que molestaban a muchos y que él, con su sereno carácter, hacía que se comieran todos. Una historia dibujada de nuestra Málaga contemporánea que pasa por su estudio. Desde la Semana Santa y su parcela de cartelista innovador hasta la pintura empapada de tradiciones, flamenco o hitos ciudadanos.
¿Dónde veo a Chicano? ¿En un catálogo en papel? ¿En los ecos digitales de “Aguatintas por Seguiriyas” en la brillante etapa de Otalecu en el Episcopal? ¿O en una lámina impresa? Yo no lo sé. Pero resulta raro, extraño e intolerable. La ciudad de los museos tiene un problema enorme si no sabe administrar su patrimonio cultural real. Y es por eso que la ciudad necesita que se contemplen las escenas creadas por sus artistas. Y no me refiero a un concurso de dibujo de chavales. Me refiero a que gente destacada como ha sido Eugenio Chicano tenga su espacio propio. Y no tiene que ser necesariamente un museo propio. Quizá ese modelo sea equivocado. Y no tenga sentido. Ni incluso viabilidad económica. Pero sí su espacio. Fijo. Permanente. Donde puedas llevar a los demás para que lo conozcan. O donde te lleves a ti mismo para seguir conociendo la originalidad manifiesta de un artista verdadero.
¿Somos conscientes de la cantidad de museos de que hay sin mucho sentido en la ciudad? ¿Por qué no hablamos de ello si por detrás, en la calle y entre conocidos opinamos siempre lo mismo? Quizá sea el momento de plantearnos si son viables y aportan lo suficiente a la ciudad los museos monográficos sobre artistas que, en algunos casos, no son más que la expresión del retratismo pijo de una época.
¿Dónde queda el arte real y verdadero? ¿Dónde queda el trabajo del creativo? ¿Del valiente? ¿Del que, además, tuvo los arreos suficientes de lavarle la cara a Picasso para que una Málaga por entonces cerril y torpe lo aceptara y comprendiera?
Chicano necesita un espacio. Y lo mejor de todo es que no lo necesita como el comer. Sino como justicia. Artística. Y casi poética. Porque así fue su obra. Enclavada en el misticismo del bombeo del corazón de Andalucía. Desde una virgen niña hasta la negra sombra del campo pisoteado y el revivir verdibalnco de esa Andalucía Libre acompasada por seguiriyas –cuando sea mayor y rico tendré ese cuadro de Eugenio en mi casa-.
Así que ha llegado la hora. Con el luto aún sin quitar. De gritar y exigir que podamos ver a Chicano. Porque antes o después moriría. Pero todos sabemos que su obra seguiría viva y presente. Y por lo tanto ya sería eterno. Pero ahora mismo no se puede. Porque Ayuntamiento, Junta de Andalucía y la Cultura nacional deben dar un paso para hacer algo con la obra del genio caminante por el barrio de la Victoria. Barrio que, a día de hoy, tiene su legado mayor en el lugar más curioso. En el bar más transitado por él. En Nerva. Donde sus murales, cuadros y hasta manteles de papel donde retrataba sus días están expuestos para que disfrutemos de un artista extraordinario.
En esta ocasión Málaga no va a hacer el ridículo. Y pronto tendremos a Chicano expuesto de manera lo suficientemente completa como para comprender su obra, internacionalmente valorada.
Ha muerto Chicano. Pero hasta de su muerte se aprende. Y he visto que era entendible el cariño que le tenía Carlos Ismael y su familia pues han sido su sombra cuando Eugenio ya elevaba la suya a los celestes.
Pero sobre todo que su luz vital tenía el prefijo de María. Mariluz se queda tan sola como quiera quedarse pues compartir la vida con alguien como Eugenio te debe hacer plantear la existencia desde cero. Y ese cero, seguramente, sea para continuar su obra, luchando y trabajando para que tenga cobijo público y al alcance de todos.
Acaba de nacer Eugenio Chicano en Málaga. El que dejaba la vida terrenal hace cinco días. Y lo hacía poniendo color a la Esperanza nuestra en su último cuadro. Y lo hacía, con un sepulcro de acrílico al Yacente del Calvario en su cartel final. Epitafio coloreado que todos desearíamos en vida.
Necesitamos, debemos y queremos poder disfrutar de Chicano.
Las flores están muy bien. Pero ahora necesitamos alcayatas.
Viva Málaga.