Yo no sé si ya ha salido o no pero seguramente, de aquí a su inauguración, aparecerán titulares del tipo “Un teatro de Banderas” o “Las tablas de Banderas” y perlitas similares para loar la figura del promotor y creador del Teatro del Soho CaixaBank que abrirá sus puertas en breve.
Málaga, como de costumbre, no suele digerir bien las cosas y en parte le sucede porque el mundo alrededor de cualquier asunto está pervertido por profesionales de lo vacuo y el palmeo free.
Pero está sucediendo que, el proyecto personal de un particular es extraordinariamente positivo para nuestra ciudad y su cultura. El Teatro de calle Córdoba ha sido siempre el único suspiro comercial que ha tenido la ciudad en el plano teatral, pero rozando muy justo en algunas ocasiones con las funciones propias de Carmela y Paulino varietés a lo fino de Saura.
La cuestión es que, en esta historia de Antonio Banderas y Málaga, el paso más está siendo gigantesco pues, dejando a un lado el negocio, está poniendo en el tablero blanquiazul un soporte extraordinario y de nivel para el crecimiento local en el ámbito de la cultura y el entretenimiento.
Quizá, ese asunto nunca sea el más valorado ante la golosa página que se puede escribir hablando sin mesura ni sentido de la figura personal de Domínguez, pero es justo y necesario plantear el cambio sustancial de la ciudad desde que abra sus puertas.
El plano teatral y de espectáculos en Málaga es muy reducido en comparación con otras capitales y, en parte, el motivo se encuentra en la escasa oferta inmobiliaria para albergarlos. Siendo huérfanos de auditorio y teniendo que tirar de bonisilla para hacer los Goya, resulta preocupante cómo la ciudad sigue creciendo, el forastero es ya legión y el único recurso -que no es poco- es el inerte plantel museístico. Y digo inerte porque, al que viene de paso, la actividad interna que promueven los museos le importa lo mismo que a Trump la pintarroja: nada.
Por eso, ante la inminente apertura del “teatro de Antonio Banderas” -porque así se va a llamar-, debemos resoplar y coger aire pues, ahora mismo, la actividad está bajo mínimos con una oferta extraordinaria -pero limitada- del Cervantes y poco más en esos niveles.
Evidentemente quedará por ver bien el desarrollo del nuevo teatro. Saber por dónde va su oferta. Si abre caminos en la ciudad convirtiéndose en escenario partícipe de actividades propias de la ciudad para, de esta manera, crear vínculos con Málaga más allá del propio espectáculo.
Y quizá ahí resida parte del éxito del asunto pues, podríamos estar ante un espacio capaz de alternar el brillante -nunca mejor dicho- montaje de A Chorus Line con la presentación de un gran cartel de Semana Santa o una representación de carácter social al que acudan diversos perfiles de la sociedad.
Ese galimatías aún queda sobre la mesa pues, con el paso del tiempo veremos de qué manera cuaja el asunto en Málaga. Pero lo que sí sabemos es que las tablas las arañarán por primera vez con A Chorus Line, trayendo de primeras una de las producciones más exitosas de la historia. Con décadas de vida, con centenares de miles de personas con ella en su retina, con cientos de millones de dólares de recaudación y con innumerables Tony en su haber. Algo extraordinario para Málaga pues, en ese mismo lugar, estábamos más acostumbrados a monologuistas y alguna obra simpaticona siempre aderezada con Gabino Diego -con la mayor de las admiraciones- o similar.
Quizá poco a poco lo de “ir a Madrid al Teatro” pueda ir siendo menos ineludible pues estemos en un término medio gracias al deseo de un señor que, por sus gustos y riquezas motivacionales, conjuga en su mente a Málaga en todo momento. Y eso, queridísimos amigos, es harto difícil a día de hoy.
La internacionalización de Antonio Banderas siempre ha sido herramienta positiva para su ciudad natal y jamás un foso separador. Por eso -y ahora llega un poquito de pompa- debemos alegrarnos de su existencia. Y es que a día de hoy en Málaga su nombre suena siempre que medimos alguna carencia. Ojalá verlo de alcalde. Ojalá comprara el equipo de fútbol. Ojalá comprara inmuebles históricos para no permitir su derribo. Y así un largo etcétera. Porque en Málaga, Antonio Banderas está dejando a a los históricos mecenas en un lugar inferior en el escalafón de recursos divinos al que siempre acudimos cuando hace falta algo.
Y eso que los momentos previos a este teatro fueron algo desagradables para el común de los malagueños. Y es que veíamos a quien no debía, inmerso en un jaleo importante con muchas manos de por medio, bien de dinero público y poca sostenibilidad. Y no lo entendíamos. Y no convencía. Y por eso, sin el bombín en la mano, pero con los zapatos de baile puestos, el señor de Sebastián Souvirón realizó unos ágiles pasos de baile y salió airoso y sin hacer mucho ruido para escapar de esa historia extraña. Con un elegante saludo al respetable, bajó por calle Granada -haciendo parada técnica-táctica en el número 62– hasta llegar a algo que sí representa de manera pluscuamperfecta lo que hemos entendido siempre que promueve este hombre.
En unas semanas veremos un sueño personal, un deseo de la mayoría y una necesidad de Málaga. Y gratis. Lo nunca visto por estos lares. Si la cosa sigue así, y esta criatura continúa con estos gestos con la ciudad, en unas décadas, al abrir la alhacena de cualquier cocina, habrá colgado por dentro un almanaque con la cara de Antonio Banderas en vez del fraile de Alpandeire.
Viva Málaga.