Los localismos son algo trasnochado. Malo. Del pasado aún teniendo uso en el presente. Algo que no trae nada bueno y que enfrenta sin necesidad a seres humanos iguales con el único objetivo de sacar algún beneficio por parte de un tercero malandrín.
Llámalo como quieras. Nacionalismo o localismo. Nada cambia. Colores, fechas o nombres son las únicas diferencias en estos asuntos pero el resultado es el mismo: desigualdades galopantes, desequilibrios, agravios y desagravios, injusticias y enfrentamientos dialecticos y sentimentales para echar a pelear a la gente normal.
Andalucía, por suerte, pasa de puntillas en el tema de los nacionalismos y no da muchos problemas con el asunto. Pero tiene una dificultad importante con los localismos y el enfrentamiento entre gente separada por un puñado de kilómetros.
Hace pocos meses, en esta misma tribuna, criticaba el uso de estos localismos en plena campaña electoral andaluza pues, el uso indiscriminado de estas historias hacen que se creen universos paralelos irreales donde hay partes de Andalucía que desconocen la existencia de otras muchas. Es por eso que resultaba absurdo seguir ahondando en este asunto.
Por suerte, elecciones mediante, ha quedado claro que el mensaje de estos contra aquellos no ha calado en el electorado andaluz con respecto a los asuntos provincianos aunque sí que lo ha hecho para defender la roja y gualda aunque lo que se esté decidiendo es el futuro de nuestra Comunidad.
Dicho lo cual, está sucediendo algo que nos beneficia a todos y de lo que nos deberíamos sentir bastante contentos: el desembarco de gente de fuera en la capital.
Tras décadas de gobierno socialista, con grandes logros para Andalucía, se ha ido desarrollando de manera paralela un mundo irreal en el que la capital era el único universo existente para muchas personas. Gente de un lugar, gobernada por gente de ese mismo lugar y con un partido en el poder gobernado a su vez por gente de ese mismo lugar hacen que, en el ámbito autonómico se planteen situaciones complejas y poco equilibradas.
Si a eso le sumas un deterioro y desgaste de comportamientos normales durante décadas, nos encontramos con una Andalucía que, en muchas ocasiones, adolecía de cierto grado de equidad y que se decantaba de manera estratosférica hacia la propia capital. Y, ojo, dudo mucho que fuera por el mero hecho de favorecer a tu tierra sino más bien por el desconocimiento de que hubiera algo más allá.
Hablamos de Málaga. De Sevilla. De Andalucía en general. De la bipartita. De Sevilla y el resto. Pero ahora parece que va a cambiar. Y da cierto gustillo. El mismo que traslada el Selu en el popurrit de su chirigota este año cuando habla de los que han vivido del cuento y con los cambios nos recuerdan a la canción de Queen y su “mama”.
Pero hay que tener cuidado. No deja de ser un error el cambio por el mero hecho de cambiar. El concepto usado en política de la necesidad de un cambio por salubridad del sistema tiene un componente de certeza si bien se sostiene realmente en el interés único y exclusivo de tomar las riendas y sacar del poder al otro.
Pero, en cualquier caso, es notorio que tiene y tendrá efectos positivos en el conjunto de la sociedad. El recambio de los personajes de la obra de teatro que se interpreta en la capital de Andalucía tiene y debe que renovar sus actores. Todos. Protagonistas y secundarios. Los llegados de todas las provincias tienen que ir renovando sus papeles. Deben llegar jóvenes y todo acabará siendo la misma historia pero con diferente color.
Por eso resulta simpático presenciar el desembarco malacitano en Sevilla de la mano de Bendodo como maestro de ceremonias supremo -cuidado con dar tanto la cara pues es ahí donde te la acaban dando- a las puertas del teatro que acaba de adquirir. Y es que la historia puede cambiar. Porque de repente el típico que despreciaba lo ajeno y soltaba diez allí y tres aquí se las va a tener que ver con uno que no comprende ese plan porque lo padece.
Ojalá Andalucía use esta nueva era para actualizarse como lo hacen las apepés de los móviles. Y es bueno ver nuevos nombres buscando casa en la capital. Como el caso de Juande Mellado para aquellos que lo conocíamos de este diario.
A lo mejor es cosa de catetos –seguro-. A lo mejor se trata de algo extraño y que visto por un almeriense o cordobés será igual de patético que cuando sucedía con Sevilla. Pero no deja indiferente a nadie el hecho que, tras un porrón de años, acuda gente de fuera a gestionar lo de todos que lleva décadas en manos oriundas de la capital.
Que regrese la proporcionalidad y la igualdad. Que nadie se queje de la discriminación única y exclusivamente por el lugar de destino de la atención. Y de paso que todos aprendamos a limpiar un poco más de ese localismo casposo que tanto daño nos hace como Comunidad Autónoma. La invasión comenzó hace poco cuando comenzamos a ver Tortas Locas en Sevilla. Ya mismo llegarán los Camperos y se oirá “¿Qué paza miarma?” en cualquier bar de la capital.
Sin bromas. Me alegra el desembarco malagueño en la Junta. Me apena que el PSOE no lo haya podido llevar a cabo –porque no le ha dado la gana y vivía a gusto con el centralismo servil-. Y me resulta inquietante que las izquierdas no comiencen a mover sus naves –nuevas- de cara a lo que está por venir. Conceptos como el de Bustinduy o Conejo tienen una fecha muy corta si verdaderamente queremos tener un bloque de izquierdas potente en Andalucía.
Renovarse o morir. Y aquí la muerte ha venido sin avisar y de la manera más dolorosa por perder ganando. Pero toca resucitar porque los nuevos mandatarios han colocado la verde y morada en San Telmo. Y con eso solamente, ya pueden tener años de gobierno hasta el infinito. Hay que espabilar.
Viva Málaga.