El museo de Chicano

20 Ene

La cultura y el arte, en muchas ocasiones y aunque suene a paradoja, están mal dibujados. Aparecen con un desenfoque efectivista pero vacuo que nos anima a dejar de pensar.

Tomar el nombre de Dios en vano es pecado. Y también debiera serlo el tomar la cultura y el arte como quien coge un trapo dentro de los mandamientos elementales para el buen trato del conocimiento y el arte.

Málaga, ciudad esquiva de lo que le interesa pero porosa para sobrevivir, tomó la mano de la cultura para iniciar una carrera de fondo con un supuesto doble objetivo que aún a día de hoy no tenemos claro si ha cuajado en la plenitud de sus expectativas.

De una parte, la ciudad de los museos es a día de hoy una realidad desde el plano turístico y planetario. Estepa tiene los mantecados, Ubrique la piel, en Almería hay tomates y Málaga lo que tiene son museos. Muchos. A todo lo que da la urbe.

Ese cambio sustancial en la vida de la ciudad ha hecho que el turismo de sol y playa tenga una excusa potente para revestir de seres cultivados sus vacances.

Y estupendo es. Pues, de la misma manera que afirmaba el buen sacerdote que si la Semana Santa sirve para que, al menos durante unos minutos al año, un señor se pare a rezar al ver pasar un trono o paso ya habrá merecido la pena todo, hay que aseverar que, si un turista de toalla colgada en el balcón y calcetines con chanclas deja durante un rato sus planes pueriles para detenerse ante una obra de arte, todo el escenario montado habrá merecido la pena.

Por tanto, desde el plano turtístico -el arte hecho turismo- no hay duda de que el negocio es positivo. Cultura, gente, ingresos y paredes blanqueadas donde antes había derribos suponen un pack completo y de gran beneficio para una ciudad con poco tejido industrial.

Pero existe un segundo plano. El de la cultura y el arte que piden respeto como mandamiento. Con un trato propio de lo que son y representan. Vivos. En perenne movimiento. Con necesidades extraordinarias. Y con una obligación de ligazón entre ellos y todos los ciudadanos que cohabitan a su alrededor. Málaga no puede ser ciudad del arte y que los malagueños no la consuman, desarrollen y traten.

Y ahí, quizá esté la asignatura pendiente de nuestra ciudad. Pues puede llegar al empalago soez afirmar que aquí hay más de 37 museos si conocemos la trastienda de muchos de ellos. Una sala con cuadros no es un museo. Es una sala con cuadros. Y quizá haya llegado la hora de replantear algunos guiones pre establecidos para darles oportunidad a lo real, vital y fresco.

Y hay un nombre que lleva sobrevolando la ciudad durante muchos años: Eugenio Chicano. Un representante de lo original que lleva décadas regalando a Málaga y Andalucía nuevas muestras de lo que fuera interesa pero aquí se sigue desconociendo. El artista Pop verdiblanco que, por su propia idiosincrasia interna, ha tenido meridianamente clara su postura ante la vida.

Chicano tiene todos los mimbres para sur un artista reconocido a nivel internacional. Y lo es. Pero también es el señor que acude al Nerva a comer en calle Cristo y que, en numerosas ocasiones, dibujaba la vida en retales de manteles efímeros que el bueno de Agustín iba recortando y guardando sin que él se enterara.

Chicano es el artista transgresor del sur de España. Pero también el que sueña más veces con su fiel consejera Mariluz que con cualquier foco iluminando su tez entre boatos de falso aplauso cultureta.

Él ha decidido que su vida sea ésa. Y ha preferido regalarse a Málaga. A sus gentes. Al flamenco. A la tierra verdiblanca. Y a día de hoy, topar con personas así es imposible.

Eugenio Chicano es un tipo singular que, con más años que todos nosotros juntos, sigue siendo más moderno que la media andaluza. Él mezcla, excava y recuerda. Y así saca a la luz colecciones inéditas como la que ahora expone en el Palacio Episcopal de la mano de la Universidad de Málaga y el trabajo incesante de buenas personas como su inseparable Domi o Gonzalo Otalecu que, desde el Palacio, está convirtiendo ese lugar en punto de partida de proyectos destacados y fuera de los circuitos prefabricados del arte.

Por eso, resulta raro que este miembro de la Generación del 50, colega de Alberti, primer Director de la Fundación Casa Natal de su adorado Picasso, con obras por medio mundo en los museos más punteros como el MOMA y con la libertad mental y actual que te da ilustrar el flamenco o a la Virgen de la Esperanza desde lo underground, no tenga su espacio libre en esta tierra.

Quizá haya llegado el momento de abrir puertas a un señor que lleva lo de genio en su propio nombre. Y que siga creando engarzado con su Málaga para que ésta crezca y se enriquezca de él. Por el bien de todos. De nosotros primero. Y de él el último pues seguirá haciendo arte sin nosotros hasta el día en que se muera.

Nuestra ciudad no merece a Chicano si éste sigue siendo temporal y no permanente.

Un museo para Chicano. Ya.

Viva Málaga.

Una respuesta a «El museo de Chicano»

  1. «Adiós, Málaga la bella,
    la tierra donde nací;
    fuiste madre para todos
    y madrastra para mí».
    …Y así siempre, por desgracia.

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