Las Hermandades y Cofradías se asemejan mucho en su funcionamiento diario a cualquier otro grupúsculo social que alterna en la sociedad actual. Una peña, una agrupación de un partido político a nivel local o una Comparsa de Carnaval tienen un eje común muy similar al propio de una Cofradía.
Ese funcionamiento basado en gente, con sus dimes y diretes, conforma un ente que, según sea bien llevado o no, puede acabar siendo una bomba de relojería o un grupo solvente y positivo amén de enriquecedor para una sociedad como la nuestra.
En el caso de las Hermandades y Cofradías, existe una brecha entre el sentido real de las mismas como entidades religiosas y su potencial actual como entidad socio-cultural. En principio, ambos términos bien pudieran llevar a buen puerto en una unión sana pues, es sobradamente posible que una entidad religiosa tenga además un carácter social y rico para con sus hermanos y allegados. Pero no siempre sucede pues, en infinidad de casos, el desarrollo extremo de algunas parcelas –positivas pero sin ningún vínculo con el objetivo real e inicial de las mismas- acaban pisando y llegando a contradecir a la esencia verdadera de las corporaciones.
El origen de las Hermandades y Cofradías no es debatible y tiene su sentido original en el desarrollo de una labor doble de culto y protestación así como el de trabajar la caridad. Tan sencillo como rezar y ayudar a los demás. Ése es el origen, la clave y la verdad. Todo lo que avance de esas lides debería ser sensible de análisis y valoración para ponderar si es verdaderamente útil, necesario y, de manera especial, si camina por la senda del objetivo real.
Y ahí llegan los líos. A día de hoy hay museos, bares, salas de fiesta o tiendas dentro de estas entidades. ¿Positivos? Seguro que sí. ¿Coherentes con el proyecto original? No lo sé. Pero lo que queda claro es que son éstos planes B los que hacen perder la cabeza a las personas hasta el punto de convertir las Cofradías en extensiones de su propia vida y –por lo tanto- luchando por ellas como si les cortaran una extremidad.
Producto de esas obsesiones y abolengos contemporáneos, nacen problemas de calado que acaban impregnando como una enfermedad silenciosa en las Hermandades. Un caso cercano ha sido durante años el de Las Penas. Una Hermandad con solera y un estilo extraordinario fruto del trabajo y dedicación de muchos que, desde hace cuatro años, ha estado en un proceso de cura y limpieza.
Hablar, escribir u opinar de Cofradías es complicado pues, en algunos casos, acaba uno escaldado. Un caso real ha sido el de Las Penas. Hermandad generosa a la hora de regalar a todos una impronta cada martes santo excelente. Generosa también en mostrarnos unos proyectos estupendos que ya forman parte del bien común de la ciudad. Pero compleja en el trato, la relación y la capacidad para digerir las críticas.
De hecho, a día de hoy, observamos cómo algunos de los protagonistas, responsables, creadores y generadores de esa etapa doraba, brillante y extraordinaria de la Hermandad están fuera, a disgusto y con conflictos que trascienden los canales normales.
¿Tiene sentido llegar a esos extremos? No lo sé. Pero no logro ni de lejos llegar a calcular el nivel de dolor y conflicto interno que deben tener aquellos que están fuera y en guerra incluso con la propia Iglesia como para llegar a estos niveles.
¿Es culpa de ellos solamente el haber llegado a este punto? No lo sé. Pero diría que no. Pues es el propio sistema el que ha permitido que haya personas que dediquen su vida entera a las Hermandades hasta el punto de perder el norte por ellas. Así que, quizá, la reflexión más rica que debería sacar esta Hermandad de todo lo acaecido en estos años es que nuestro paso por ellas es efímero. Que hay que limitar el tiempo de uso y desgaste en las mismas y que el futuro de las Cofradías pasa por la gente joven, nueva, limpia y fresca. ¿Que son hijos o hijas de? Seguro. Como en todas. Pero es necesario un relevo generacional para que vuelva el lustre a Las Penas. Un esplendor que no lo da solamente el brillo en la madera y la tulipa resplandeciente sino que se refleja como nunca en la cara de sus hermanos. En el gesto de sus responsables y en la ausencias de marcas de hierro a fuego de ganaderías pretéritas.
Repito. Es arriesgado opinar de Hermandades porque sales escaldado. Pero es justo aplaudir que regrese la luz al crepúsculo. Que la alegría compense las penas en Las Penas y que se trabaje por unir y aglutinar sin recompensar.
Hay que valorar el trabajo complejísimo –y seguro que plagado de errores humanos en ese dispar campo de minas- de Manolo Gordillo, habrá que reconocer la labor de aquellos que, de una forma u otra, no han quitado la vista al trabajo real y necesario de la Hermandad para salir a la calle, vinieran del grupo que vinieran, y sobre todo habrá que detenerse a aplaudir a aquellos que acudan a ofrecerse a tomar las riendas de la Corporación con el objetivo prioritario de recuperar a todo el mundo. Incluidos los más lejanos y dolidos aún estando en conflictos vivos pues, solamente la paz y la ausencia de enfrentamientos servirá de medicina para curar la enfermedad común que se padece.
Bien por Las Penas y sus hermanos que acometen con valentía un nuevo tiempo. Bien por todos. Pero especialmente por los jóvenes y los “anónimos” de siempre, que dan la cara ante los problemas heredados de unos y otros. El presente ya es de ellos.
Viva Málaga.