Hace unos días, caminaba por la ambigua e insulsa zona del puente de la Nacional tres cuarenta que cruza el Guadalmedina entre el hermoso puente de hierro y el del Carmen, dándome de bruces con una enorme lona que cubría un edificio.
En ella, caladita para que no hubiera problemas con el viento, se presentaba Juan Manuel Moreno Bonilla, el candidato del Partido Popular a la presidencia de la Junta de Andalucía con una hermosa sonrisa, semblante simpático y un mensaje en la zona inferior.
En principio, la escena era la clásica de cualquier etapa electoral en la que el ciudadano observa con estupor lo inútil del gasto de nuestro dinero en chuminadas varias como por ejemplo la de las pancartas de plástico en las farolas en la era digital del dos punto cero.
Como este asunto va por barrios, en las zonas donde la gente gana más dinerito se suelen colocar los partidos más conservadores. En los lugares de arrabal, la progresía y el partido del proletario. No era éste el caso. Juan Manuel estaba entre dos tierras, nunca mejor dicho, aunque por su localización y posición, todo apuntaba a que el espectador medio vendría de la zona oeste.
Al mirar hacia abajo, todo apuntaba a que aparecería el mensaje que viene usando en esta campaña: Garantía de cambio. Mensaje que, por cierto, bien pudiera ser de Carrefour, El Corte inglés o Media Markt antes que de un político. Parece un servicio extra ofrecido por Juan Manuel. “Compra tu televisor y si no te gusta, puedes devolverlo. Con Moreno Bonilla, siempre garantía de cambio”. A su vez, dicho mensaje puede inducir a cierto error pues, la cara de este buen hombre, que todo apunto a que no será ni de lejos el triunfador de la noche electoral, acompañado de la frase “ Garantía de cambio” bien pudieran ser elementos básicos para montar una guasa sobre la garantía existente de que, más pronto que tarde habrá cambio. Dentro del PP. Para quitarlo a él y poner a otro.
Pero no. Aparecía algo que me sorprendió y preocupó sobremanera. El cartel rezaba “Un malagueño en La Junta”. Sí. Un mensaje raso que parece que alberga algo que resulta peligroso, negativo y muy bajo: El uso de los localismos.
De primeras sorprende que este asunto lo use alguien que ha nacido en Barcelona. De familia malagueña y con una vida ligada a Málaga pero que por vicisitudes que muchos tenemos, nació y vivió un tiempo –pequeño- en Barcelona. Por esa regla de tres, sería mejor aún que él alguien de Málaga y nacido aquí… ¿No?
Pero, al margen de la anécdota, resulta preocupante lo que supura esa lona. Algo que todos sabemos y que en Málaga funciona a la perfección: Meterse con Sevilla.
Decir “Un malagueño en La Junta” es lo mismo que decir “Un Malagueño en Sevilla”. Que si sigues con la traducción acaba siendo algo así como: vótame que vamos a meterle mano al chollo de los sevillanos malvados. Un España ens roba pero con acento andaluz.
Y eso es, de todas todas, una basura de campaña.
No sé exactamente qué agencia, empresa o líder del sector ha parido dicho plan pero estoy convencido que en ningún caso sería de los que saltaba gritando “Sevillano el que no bote” ni “Fruta Sevilla, Fruta Canal Sur”. De igual manera que tiene pinta de que Juan Manuel tampoco lo hace ni practica.
Es más, tiene pinta de llenarse los zapatos de albero cuando llega abril. Por eso –y por mucho más-, resulta descorazonador que haya que bajar a los bajos fondos para intentar rascar algo que no se consigue mediante los mecanismos normales.
El odio de los localismos ha traído mucha basura a Málaga. Es algo que nacía en la época de Celia Villalobos que usaba Sevilla como arma arrojadiza de manera extrema con Málaga. Se llevaban la fábrica de Donuts a Sevilla y salían los comentarios facilones para intentar culpabilizar a la Junta de esos movimientos. Lo mismo pasaba cuando llegaba Cruzcampo y compraba Victoria –la de verdad- para acabar con la marca. Y ella siempre estaba presente. Para soltar la perla y plantar la semilla del divide y vencerás.
Y mientras, en las calles, parte de la ciudadanía con un cuajo de veneno absurdo en sus adentros. Con coches rotos si tenían matrículas SE-. Con estupideces absurdas y palos en los alrededores de los estadios de fútbol que abochornaban a sus responsables.
Por eso me avergüenzan estas historias. Y me dan pena pues hay una parte de la sociedad sigue picando. Y por ende haciéndole el juego a quien no convence y prefiere manipular. ¿Por qué no pone en la pancarta de Málaga directamente: “Sevillano el que no me vote” y hace un juego de palabras?
Villalobos lo usaba. Y mucho. Y fíjate qué curioso que su esposo era más de Sevilla que el jueves. Y lo que sucedía es que todo era una mentira cutre para engañar mientras, a nuestras espaldas, suspiraba por un paseo por el Parque de María Luisa.
Basta de tomarnos por tontos desde dentro y fuera de Málaga. Basta del uso indiscriminado del enfrentamiento entre ciudades hermanas para hacerle el juego a unos cuantos torpes. Basta de jugar con la desunión pues es ésa la artimañana de los que temen a la Andalucía buena, única y compacta que se sostiene a pesar de los pesares.
Garantías de cambio las que tú quieras. Pero a costa del trabajo, el esfuerzo y un proyecto convincente. Como pregonan el resto. Los rojos, los naranjas o los morados verdes casi negros. Pero jamás debemos permitir ni el más mínimo ápice de insulto a nuestra inteligencia como pueblo, ciudad y comunidad basado en un intento barato de enfrentar, echar a pelear y crear mal ambiente para intentar sacar un puñado de votos desesperados.
Dice Wikipedia que Juan Manuel Moreno Bonilla, en su tierna juventud, fue vocalista de dos grupos musicales llamados “Lapsus Psíquico” y “Falsas realidades”.
Pues eso.
Viva Málaga