Estamos acostumbrados a toparnos a diario con malagueños de pro. De esos que dicen que llevan en el ADN las cosas más típicas de nuestra tierra. Gente torpe que considera que por haber nacido en un lugar eres mejor que otro que lo haya hecho en un punto distinto del mapa. Pues no. Ahí no está el truco de ser más o menos malagueño. Y si no que se lo digan a los muchos andaluces que acabaron sus días fuera de su tierra aún habiendo triunfado con el nombre de su casa repetido una y mil veces.
No se es más malagueño por llevar una camiseta del Málaga CF puesta a diario –con la peste que suelta un ser humano con una camiseta de fútbol, por cierto-. Tampoco por meterse con Sevilla se es más boquerón. Ni muchísimo menos. El truco es otro. Y reside en vivir y conocer tu tierra hasta el punto de valorarla de verdad.
Hay personas de aquí que piensan en la ciudad y en su mente aparecen fotos del pregón chabacano de la feria en la playa con un concierto de cuarta división. También piensan en su paseíto por Muelle Uno rodeado de bares franquicia o en la feria del centro y su chachapún propio de unos Sanfermines de marca blanca.
Y ahí llega la gran diferenciación. Entre la realidad y lo real. Parece lo mismo pero no lo es. Málaga no es merdellona. La han convertido. Que no es igual. Esta tierra tiene historia de algo más que de chanclas y bermudas. Tiene patrimonio cultural de ciudad noble en la creación de hombres y mujeres libres, sin ataduras baratas y con criterio. Málaga fue bautizada roja por defender unos ideales aún poniendo la vida en juego. Málaga fue escrita por Manuel Machado para llamarla cantaora. Y eso no era por cantar “Despasito” ni “lleva llevaméntubisicleta”. No. Era por Juan Breva, El Canario, La Trini, El Perote viejo, La Cañeta o Miguel de Molina o de Los Reyes.
Y de esa Málaga, como de la del Perro viejo y sus élites moviendo hilos o de la de los 28 de diciembre no se acuerda nadie porque ni las conocen.
Ese nadie por suerte tiene casos extraordinarios. Tiene grupúsculos de élites sociales que aún defienden, practican y conservan ciertos elementos que son Málaga en esencia. Con carnet. Con papeles.
Y uno de esos grupos constituyen una zona “perdida” de la ciudad: Los Gámez. Un diseminado a las afueras de la ciudad que bien podrían ser los Amish del malagueñismo. El último bastión de la Málaga que hice que fuéramos algo con personalidad.
Los Gámez constituye un pedazo de ciudad que se sitúa en torno al pantano del agujero y sus alrededores. Su nombre lo recibe cual estirpe de los primeros habitantes de la zona con dicho apellido y de los que, a día de hoy, habitan en el lugar descendientes de dichos hombres y mujeres.
Su situación en el mapa los hace ser la atalaya física y moral de nuestra ciudad. Desde Los Gámez se echa un ojo a todo el que llega a Málaga desde las tierras del norte –si no paga peaje- y se vive en modo y forma, a su vez, como si de un pueblo se tratara.
Es un mini mundo en el que todo circunda en torno a varios aspectos fundamentales: Calidad de vida, tranquilidad, formación y respeto y cariño por las tradiciones.
Los Gámez es un lugar tranquilo, con una Parroquia, la de San Isidro, que hace las veces de espacio de culto y oración a la vez que de escuela rural. Un sistema sencillo y bonito para dar más luz y vida si cabe a un templo. Y curiosamente dicho centro se ha convertido en ejemplo, en muchos casos, de innovación educativa a nivel autonómico. Sí. Ahí. En ese pequeño rincón se hacen cosas de nivel y buenas. Y ahí, en ese pedazo de Málaga con no más de mil y poco habitantes se trabaja y vive de las Ventas. Ese fenómeno culinario que hace de nuestra ciudad un sitio distinto y del que viven muchas de esas familias: La Españita, Álvarez, Montevideo, Sánchez, El Túnel o Las Pitas son títulos nobiliarios de nuestra tierra pues en ellos se ha escrito parte de la historia que nos da sentido como pueblo.
Ahí, en los Gámez, reside parte de la esencia de los verdiales. Ahí, en Los Gámez, aún suenan los ecos de los choques de las pandas, de los concursos arrejuntaos en los lagares de la carretera de Casabermeja llena de fiesteros. Es la tierra del arroz caldoso malacitano. Del de verdad. Con especias y con sangre cuajada.
Un lugar bueno pero duro porque así son sus habitantes. Gente que sigue mirando al cielo para que el río traiga el agua que necesitan para vivir en su día a día. Y si no llueve allí escasea el agua. Y eso sucede a cinco minutos de “la capital”.
Habría que poner un cartel bien gran al cruzar el pantano que diga: “Esto es Málaga de verdad”. Vayan a conocer Los Gámez. Acudan a sus ventas el día que sea. Coman bien y paseen por uno de los pulmones que nos hace vivir. Y si van en sábado aprovechen y acudan a la escuela de los verdiales. Que los van a escuchar bien. De verdad. De los buenos. De los que se entienden bien.
Siéntanse privilegiados en esta ciudad por tener lugares como ése. Porque son la pureza más absoluta. No existe la perturbación y el complot para dejar Málaga ávida de raíces. Vayan a los Gámez. Es historia viva de nuestra tierra. Es el lugar en el que cada Domingo de Ramos sacan a su patrona. La de los Verdiales. La Virgen de los Dolores. Y tras ella siempre sonarán verdiales. Que son su banda. Su panda. El eco perpetuo que Málaga tendrá por mucho que intenten convertir este lugar en un lugar inerte, sin vida y con ínfulas de decorado de teatro pensado única y exclusivamente para turistas.
Hablaba antes de esas élites malagueñas y seguro que han pensado en poderosos manejando la ciudad. Nada más lejos de la realidad. La élite malagueña son las gentes como éstas de las que les hablo. Tienen cultura. Tienen tierra. Tienen personalidad.
Así lo plasmó Jürgen Schadeberg, uno de los fotógrafos más importantes del mundo, que recaló en Málaga e hizo esta foto de Málaga personalizada en dos fiesteros en 1971. Curioso que fuera vean la esencia que dentro jamás se aprecia.
Para sentirte de aquí de verdad muchas veces toca irse. Pero no siempre debe ser lejos. Que los Gámez está cerca. Que les han puesto autobús.
Viva Málaga.
Gracias desde Venta Españita por este gran artículo Gonzalo León, como se suele decir, ¡me has puesto los bellos de punta!. ¡Olé!
Yo soy una GáMez