Hace unos días el Ayuntamiento de Málaga, con los votos de derecha del Partido Popular y los votos del sol que más calienta de Ciudadanos acordó nombrar a Arnaldo Otegi persona non grata en la ciudad.
Realmente no sé si ese señor ha llegado a estar en Málaga alguna vez en su vida. También desconozco qué consecuencias tiene ese nombramiento a efectos prácticos. No sé si es que al llegar a la gasolinera de la Tana te escupen o algo o simplemente se trata de un mero gesto para decir algo que no llego a entender del todo.
No sé si con esta historia el Ayuntamiento a mil kilómetros de distancia quiere decir que no quiere asesinos cerca –cosa que no quiere nadie en ningún sitio y por tanto es una obviedad- o si, por el contrario, es un mero movimiento facilón para entretener al personal con ese juego zafio de ETA-Venezuela con el que, al parecer, a la gente se le pasa mejor el cabreo de vivir pisoteado y rodeado de ladrones e inútiles –a menos de mil kilómetros-.
Parece ser que cualquier cosa es buena antes que hablar de la crisis maldita y sus responsables que aún nos gobiernan en todos sitios.
La cuestión es que el asunto Otegi sucedía a menos de 48 horas de la presentación del cartel de la feria de Málaga 2016. Y pensé: Está claro. La pantomima de lo del etarra es una cortina de humo para lo que verdaderamente cala aquí; el cartel horrible que sacarán seguro este año. –En tono jocoso-.
Clavado. El non grato pasó desapercibido para los malagueños –ahí se ve lo que les importa el asunto- y sin embargo del cartel de la feria se está hablando lo más grande. Y a eso he venido yo. A escribir sobre la obra. Un año más.
Se abre el telón. Celeste, rojo y blanco. En tonos pastel. Muy pastel. Trazos básicos. Limpios. Sin mucha historia. Aséptico. Plano pero con cierta perspectiva. Con movimiento. Llegando incluso a marear al subir y bajar en la pantalla del móvil.
Y las turbas rompen. El circo de Roma abre sus puestas y entre babas y jugos de las frutas que degustan mientras ven cómo devoran al reo, las gentes aúllan la infamia del cartel feriante.
Y es normal. Venimos de año tras año de bobería. De desgana. De mal criterio. De copia y pega. De falsos diseñadores y de diseñadores falsos.
Pero llega el cartel de 2016. Y parece que la inercia nos arrastra a lo mismo. Un mismo que no tenemos ni idea qué es. Y es por eso que todo siempre nos va a parecer malo. Pues el objetivo está borroso. El camino lleno de baches. El objetivo incierto. Y me pregunto ¿De qué feria habláis a la hora de ser reflejada en un cartel?
Hablaré del cartel de este año. Y lo haré diciendo que no me parece malo. No es el recopetín de los carteles y los mensajes en papel. No. Pero tampoco me parece una mierda. No está mal.
Como obra es bueno. Como cartel es aceptable. Como concepto es moderno y refrescante. Muy Costa Brava. Fresquito. Podemos sacarle defectos. O pareceres. O similitudes. Los farolillos pueden ser albóndigas. Las tiras pueden ser calles de piscina. El conjunto puede ser una cama elástica. Podemos estar ante un grupo de peces globo atrapados en las redes de un barco.
Pero esas mismas bromas y similitudes pueden salir de cualquier otra cosa. Desde lo más sagrado como puede ser una Virgen hasta lo más raro como una foto de tu abuela en la que parezca una mesa camilla con brazos. A todo se le puede sacar punta y en el sur mucho más. Así que no es prueba suficiente para tumbar la obra.
El cartel no es malo. La diseñadora no tiene la culpa. Pero aquí hay culpables. Aquí hay error. Aquí hay que tomar medidas. Porque esto no tiene nombre.
¿Por qué? Porque no nos merecemos algo que no queremos. Y si lo quisiéramos tendríamos que estar encantado con el cartel.
La feria de Málaga es una birria indeterminada. Sin sentido y sin criterio. Sin historia y sin pilares en los que sostenerse. Y de ahí poco se puede sacar para justificar nada.
A tenor de la realidad, si lo que queremos es plasmar nuestra feria, lo más sensato sería pintar una botella de plástico, una mujer en camiseta de tirantas con un sombrero de paja color rosa chicle, una flor de plástico cutre al lado de su oreja y con los pies negros. Eso es la feria en gran parte. ¿Lo ponemos en el cartel? ¿No verdad?
Pero hay quien explota y va más allá. Y apuesta por un cartel viejuno. Con una mujer vestida de malagueña. Sí. De malagueña. Mientras un joven apuesto le ofrece, vestido de marengo, una biznaga de una hermosa penca.
Vamos a ver criaturas. ¿Por qué queremos auto engañarnos con algo que no tenemos?
En Málaga no se viste de marengo ningún ser humano. En Málaga no se viste de malagueña ninguna mujer salvo cuatro personas mayores y dos que van contratadas por una ETT para repartir vino.
Aquí nadie baila malagueñas. Aquí nadie baila verdiales. Aquí la gente baila el papi chulo y alguna sevillana suelta de 1994.
Pero también hay quien pide los carteles con mujeres vestidas de gitana. Y digo yo: ¿Qué flamencas hay en Málaga? ¿Las cincuenta que se visten para ir a los guetos ocultos en los que, algunos, echamos un ratito agradable y fresquito en la feria? ¿De verdad eso es representativo de Málaga en agosto? Eso sería mentir al personal nuevamente.
Hagan por ver el cartel de Pablo Cortés del Pueblo. El concepto es perfecto. Frescura. Modernidad. Suavidad y toques clásicos de folclor en una ciudad tan compleja como Málaga. Lo clava.
Pero calma con la feria. Y vayamos por orden. Porque el asunto creo que es fácil de solucionar pero no lo hacen porque les tienen miedo a los de los bares. Vete tú a saber por qué. Pero está al alcance de su mano.
El cartel se arregla dejando de hacer concursos por ahora. Falta una línea de estilo de algunos años para que las personas entiendan por dónde debe ir nuestra feria. Y una vez que quede claro el hilo argumental, se volverá a sacar. Pero por ahora el cartel de nuestra feria debe ser encargado y pagado a artistas locales con solvencia para ello. Y así dejar de pasar vergüenza. Seguidamente volver al concurso. Un concurso limitado. Y que sean personas de Málaga y su provincia las que puedan participar. Yo no soy partidario de las fronteras y las banderas pero resulta penoso y ridículo que la autora del cartel, de otra comunidad autónoma, diga en su presentación que nunca ha estado en la feria del cartel que acaba de descubrir y que ha salido de sus manos.
Ella no es culpable pues son cientos los diseñadores gráficos que presentan sus obras a todos los concursos habidos y por haber y en algún lugar siempre acaba sonando la flauta. Es por eso que hace falta limitarlo. Para no escuchar esas cosas y para no ver el mismo cartel en cuatro sitios distintos. -Ah. Y el jurado no es malo. Busquen sus nombres y labores. No inventen-.
Una vez superado el cartel queda por superar el fondo. Lo grave. El futuro incierto. El de nuestra feria pegajosa. La feria que trae por la calle de la amargura a media ciudad pero que, a la hora de la verdad, acaba respaldada por esas mismas voces.
¿Tanto te desagrada la feria y su cartel? No votes al que la promueve y mantiene. Es fácil.
Pero de lo contrario acabareis siendo malagueños clásicos de patada voladora, grito en el pecho y el recurso fácil de “pa mí mi gente es sagrá” pero que a la hora de la verdad hace un giro cósmico y se pasa por ahí todo ese desgarro de cariño y protección.
El cartel de la feria 2016 está fenomenal. No. Aún diría más. El cartel está muy por encima del nivel de la feria. Ese cartel no se merece una fiesta tan mala, chabacana y cutre como la nuestra. Y le ha faltado algo. Poner un mensaje en catalán. Como su autora.
Por ejemplo una botella de cerveza. Pero en plástico para que en las peleas en calle Larios, al lanzarlas a la cabeza, no hagan brecha, y debajo un hermoso eslogan: Malaguenys i exquisits.
Tenemos lo que merecemos. No me parece un cartel horrible. Y menos comparado con lo que anuncia.
No les votes.
Viva Málaga.