A la Virgen del Rocío le gustan las sevillanas

20 May

LVMM
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Decir que Andalucía es solamente fiesta es mentir. Decir que sus fiestas son como las del resto de España es mentir también.

Comparar no es bueno pero entre levantar piedras y elevar pasos o tronos con Cristos y Vírgenes que son obras de arte de la Roldana o Fernando Ortiz hay un trecho. Entre hacer castillos con niños y vestirlos de flamenca y que paseen a caballo hay un abismo.

Por suerte, nuestra tierra cuenta con la capacidad de celebrar  las cosas en condiciones. De igual forma que somos bastante torpes para organizarnos a la hora de la defensa común y la unión de nuestras provincias, no hay quien nos gane en facilidades a la hora de componer y mantener fiestas y tradiciones con siglos de historia adaptándolas a nuestros tiempos sin que pierdan su sentido y sabor original.

Hace pocas horas llegaban a muchos de los pueblos y localidades los Simpecados de las hermandades que días atrás peregrinaban hasta la ermita de la Virgen del Rocío en la aldea asentada en las tierras de Almonte.

Es el Rocío, sin ningún género de duda, la fiesta que une Andalucía. Gentes de todos sitios que, en su mayoría, se unen bajo el común denominador de la blanca y verde acuden a una aldea en un peregrinar que, de mil formas distintas, acaba siempre con la salida de la Virgen del Rocío como objetivo final e indispensable.

Esto es una fiesta. Las romerías son alegres. No estamos en tiempos de castigos y flagelaciones. No está prohibido cantar, bailar y divertirse de manera sana junto a los amigos. No hay ningún libro donde ponga lo contrario. Y es, esta algarabía propia del andaluz, el aliciente y el castigo de nuestra propia existencia como pueblo.

Año tras año, al llegar el lunes de Pentecostés se suceden a través de los medios de comunicación y las redes sociales los clásicos esperpentos sucedidos en torno a la ermita de la Virgen: Un puñado de caballos muertos, un borracho haciendo el idiota y tres muchachas que cuando se casen el vestido lo tendrán que elegir de color beige. Injusto. Y real. Porque ambas cosas son compatibles.

Sería ridículo negar que fiestas como el Rocío tienen un componente banal fuera de lo común para muchas personas. Pero sería igual de ridículo echar por tierra que se cuentan por miles los hombres y mujeres que hacen grandes esfuerzos con el único objetivo de ver salir a la Virgen del Rocío.

La cuestión es que, romerías como ésta, corren un importante peligro si no se defienden y protegen casi al mismo nivel que se preservan el Lince o el águila imperial en Doñana. Esta peregrinación que acaba de finalizar nos da pistas de por dónde hay que ir y por dónde no.

El Rocío adolece de dos grandes problemas: El interés económico por encima de todo y el desconocimiento de muchas personas que acuden año tras año.

El dinero no puede mandar en algo que, se supone, está por encima de lo material. Es comprensible que haya negocio. Se entiende que muchas personas de los alrededores saquen beneficios de la romería. Desde el que alquila casas hasta el que trabaja en la cocina de una casa tiene derecho y toda la honra del mundo por lucrarse y hacer negocio en torno a una aglomeración tan enorme de personas. Pero todo tiene sus límites. Pues, si no se demarcan las fronteras de lo necesario podemos encontrarnos con esperpentos propios de una feria cualquiera combinado con la religiosidad popular llegando a producirse un coctel muy desagradable.

¿Cuándo se han visto puestos de Wok en la aldea del Rocío? ¿Y tiendas con megafonía ladrando música incompetente a pocos metro de la ermita de la Virgen? ¿Es necesario que los puestos de churros o comida pongan luminosos de feria? ¿Si seguimos así llegaremos a las tómbolas? Debemos ser listos y más aún si caminamos con ventaja. Conocemos lo antiguo. De dónde venimos y qué había bueno y malo en el pasado. No seamos tan torpes para dejar pasar la oportunidad de purificar algo que ya de por sí lo es pero que corre el peligro de ser una más entre tantas.

Es de todos sabidos que desde la Matriz de Almonte se trabaja constantemente para preservar el entorno pero son muchas las ocasiones en las que se escapan detalles que acaban siendo flashes imborrables para el romero.

Pero hay más. Y peor. Está el ente incontrolable. El hombre. Esa persona que acude al Rocío como si lo hiciera a una feria en el campo. Con el único objetivo de beber, hacer el ridículo y pasar un fin de semana de casa rural.

Hace tiempo que se plantea en charlas de casino la manera de controlar el estilo y la desazón de muchos de los que acuden a la aldea en busca de fiesta y nada más.

Y puede que haya llegado el momento de plantearse la posibilidad de ejercer cierto control.

No es nada nuevo. Todo está inventado. Solamente hay que circular unos kilómetros hasta la capital de Andalucía y observar cómo en su feria los limites marcados han de cumplirse para participar de manera activa en ella. Se controla qué suena, cuándo y cómo en las casetas. Se vigila el atuendo de quienes montan a caballo por su paseo y se sanciona o anula todo aquello que esté fuera de lugar.

En el Rocío la cuestión es menos estricta pero igual va siendo hora de estrechar el círculo para proteger un concepto tan puro, bueno y andaluz que no debe ser arrastrado por la masa universal.

Hay que controlar las tiendas en el Rocío. Saber qué venden y qué no deben ofrecer. Este año se han llenado los comercios de gorras. Sí. Gorras. No gorrillas sino gorras de las de toda la vida con su visera. Tuneadas a modo rociero y con un estilo grotesco. Y como era de esperar, muchas personas han paseado por la aldea como si estuvieran en Harlem o viendo un partido de tenis.

Ahí está el desconocimiento. El no saber dónde van y a qué. Pero de alguna manera habrá que controlar el desmadre generalizado pues de lo contrario, en unos años, el Rocío habrá sido poseído por las modas más estúpidas para dar paso a un paraíso etílico rural con final procesionista.

El combo de cualquier friki andaluz. Un fin de semana en el campo. Disfrazado de ganadero aunque vivas en un piso en una urbe. Fiesta ininterrumpida. Sin asfalto. Y al final una Virgen en la calle. ¿Qué más pueden desear?

Pues pueden y deben desear vivir el Rocío de verdad. El alegre y serio. El de los Rosarios. El de las casas buenas y competentes. El que no tiene disco-casas con altavoces y músicas impropias. El de las mujeres y hombres bien vestidas y usando sus medallas con decoro y no como decoración.

El Rocío del respeto al pueblo de Almonte pues es su fiesta por encima del resto. El Rocío humano. De la convivencia y el estilo agradable de lo más elemental. El de los caminos. El de los animales bien llevados y cuidados. El de los vinos andaluces y las cafeteras con nieve.

Si no sabe qué es el Rocío pregunte bien antes de ir. De esa forma no hará el ridículo ni enturbiará la imagen de la Andalucía en peligro de extinción. Y si no lo tiene claro, no vaya. O hágalo con respeto. Sin disfraz. Con la actitud propia de quien va a casa ajena. Y es que allí, en esa aldea, se pilla antes a un forastero con mala guasa que en cualquier otro lugar del mundo.

A la Virgen del Rocío le gustan las sevillanas. Lo dice la letra. Y lo dicen todos aquellos hartos de una fiesta arrastrada sin querer por las modas pero con los brazos partidos de luchar por protegerse.

Cuidar nuestro patrimonio es obligación de los andaluces.

Viva la Virgen del Rocío.

2 respuestas a «A la Virgen del Rocío le gustan las sevillanas»

  1. Me ha encantado el artículo y tienes más razón que un Santo.
    Se está desvirtuando el tema cada vez más y con lo que rodea El Rocío, a duras penas se sabe a qué se debe tanto jaleo.

    Tanto así me recuerda a nuestra Semana Santa. Cada vez está todo más modernos, y cuando veo esos jóvenes que hablan solo del trono y no del titular, me hace pensar que tantas modernidades de camisetas y tal, se nos está yendo de las manos.

    Me gustaría leer un artículo tuyo referente a la moda «lobos del varal», que no es lo mismo que portadores.

    Recibe un cordial saludo.

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