No tengo claro qué me da más coraje si los seres humanos que practican y defienden la fiesta de Halloween como si fuera suya de toda la vida y vivieran en USA o por el contrario los protectores de la patria nacional que, usando elementos de todos, se auto proclaman salvaguardas de nuestras tradiciones.
Sí. Es un mano a mano el que se vive estos días en los que, la mayoría de los mortales lo único que hacemos es sentarnos en el sofá, comer como si mañana acabara todo y a lo sumo salir un ratito a la calle a dar un paseo.
Qué ganas tiene la gente de un lío. Aquí por cualquier razón somos capaces de armarnos de valor y salir a las calles –con lo frías que están- y hacer el tonto. Si bien es cierto que hay quien podrá decir que no solamente se disfraza uno en Halloween. Y es que hay quien piensa que el disfraz de fantasma también se coloca en Semana Santa, Rocío o Carnaval. Bien. Ahí no entro puesto que el listón de cada uno es eso; de cada uno.
Si bien es cierto que no todas las tradiciones, prácticas y modismos son iguales de lógicos.
Málaga es muy de copiar. A la mínima que puede se une a cualquier follón. Cuando en la baja Andalucía asuntos como el Rocío eran del todo desconocidos aquí ya había Hermandad de categoría y gente volcada con el asunto. Aquí llegaron muy pronto los carnavales y había tradición e historia de antes del boom gaditano.
En Málaga siempre se ha absorbido todo aquello que funcionaba y era bueno. Pero también se importan asuntos que son del todo irrelevantes. Aquí se hacen concursos de Drags Queen al modo de las islas y se modifica un bando municipal para que entre Halloween como día clave y señalado.
Sí. Nuestra ciudad ha decidido que la fiesta del truco o trato pase a ser algo propio. Y es curioso porque lo del truco y el trato se ve a diario entre los grupos políticos que manejan la ciudad para seguir tomándonos el pelo. Pero bueno. Eso es otro cantar.
El tema en cuestión es la fiesta americana. Y ante esta realidad ya existente solamente queda una opción. La mesura. El equilibrio y la búsqueda de lo lógico.
Si copiamos vamos a copiar bien.
A día de hoy los colegios –públicos y privados- son los promotores del 80% de las cosas que se mueven en torno a la fiesta de los muertos en la ciudad. Son ellos los responsables de que la mayoría de las criaturas quieran salir a la calle vestido de calavera y pidiendo chucherías.
¿Y? Pues no sé. No sé si es una manera de ocupar tiempo a través de fiestas fáciles de montar y que hagan que el tiempo pase más rápido, no sé si es la búsqueda de la diversión universal de los chiquillos o que simplemente se usa sin plnatearse nada más profundo.
Da pena. Pero no da pena que los niños se vistan de monstruo sino que la permeabilidad de nuestra sociedad sea inexistente y seamos capaces de asumir cualquier cosa ajena si detrás hay dinero.
Quizás no vendría mal tener de vez en cuando un poco de sentimiento de amor por lo propio antes que por lo ajeno pero en cualquier caso no deja de ser una tontería que, a lo sumo, es molesto por el personal que hace el ridículo sin compasión.
A mí se me hace fácil decirle que se vaya a freír espárragos a un señor y una señora de cuarenta y muchos vestidos de ogro chungo de los chinos y de enfermera de la muerte con pinta de fulana de cuarta. Pero esas personas harán el mismo ridículo vayan a donde vayan. Distinto es decírselo a un niño. No sé cuál es el motivo real y tangible para decirle a Manolito que no se puede disfrazar de monstruo chulísimo ni ara hartarse de chucherías o para que la comida de ese día parezcan tripas y sesos aunque sea bizcocho y fresa. ¿Moral? ¿Defensa de las virtudes del niño clásico nacional? Definitivamente no.
Porque la otra parte lleva caspa hasta en los zapatos. Y es que el uso de la religión y la moral pulcra, el falso respeto a los muertos y las palmadas en el pecho no dejan de ser una mentira y disfraz igual que el de los otros.
No es bueno ni justo usar la religión de la mayoría de nosotros para justificar la ausencia de esas prácticas y fiestas. Un niño seguramente disfrute más disfrazado que yendo a coger agua de una fuente mientras su abuela friega con mistol la lápida del nicho de su marido muerto.
Es algo que muchos hemos vivido y lo seguimos haciendo. Pero tampoco debemos hacer de todo una tradición puesto que hay modas y modales que varían con el tiempo. En la mesura está la clave.
Por lo general suelo sospechar de aquellos que se señalan como guías morales del resto puesto que la suya está por lo general en estado crítico.
Se puede ser buen cristiano y buena persona –que viene a ser lo mismo- aún disfrazando a tu hijo de monstruo en el colegio. Y se puede ser un verdadero canalla aunque dejes a tu criatura en la casa comiendo buñuelos de nata –los más buenos de Málaga los hace Tejeros, por cierto- y huesos de santo –que son carísimos porque la almendra vale mucho dinero-.
La fiesta de los muertos vivientes se vive gracias a las dos partes. A los que se pasan las horas deseando que llegue el momento para poner en su estado de Facebook el rechazo más absoluto ante esa historia y los que participan de ella creyendo que viven en Orlando y no se dan cuenta que están en el camino de Antequera.
A mí no me gusta Halloween. Creo que se hace de manera cutre y acaba siendo pretexto para algunos negocios y para las criaturas que se visten de pilingui o de carnaval aunque la fiesta no sea así.
Déjense de tonterías. Que para hacer el chorra y el ridículo más espantoso ya tenemos unos días señalados en el calendario: la feria de agosto.
Los muertos de Halloween.
Viva Málaga.