Málaga es turismo. Turismo son servicios. Servicios debe ser calidad. Y la calidad del servicio al turista en Málaga y su provincia es de primer nivel.
Si no conoces mundo, no sueles valorar lo que tienes en tu tierra. Y uno de los ámbitos en los que se echa en falta a Málaga cuando uno abandona las fronteras verdes y moradas es el hostelero.
Sin ánimo de crear enemistades y habiendo alternado en bares y tabernas de diversas provincias andaluzas, cabe destacar cómo es habitual encontrarse con establecimientos donde tratarte con la punta del pie está dentro de la carta y encima se cobra.
No hay un lugar que cumpla mejor ese requisito que Sevilla. Ciudad de maravillosas mezquitas de la tapa a las que la gente rinde culto pero donde te suelen tratar mal por lo general. El servicio es lento, los platos se lanzan al comensal y los clientes suelen acabar con la extraña sensación de haber hecho un favor por acudir a tomar un vino.
No es exclusivo de la capital de Andalucía ni mucho menos pues allá donde vayas –en Málaga da la sensación de que sucede menos- te encuentras espacios para comer en los que tú mismo te das las gracias, limpias la mesa y te sirves el refresquito.
Y ahí, como decía, es donde te das cuenta de que Málaga está muy por encima del resto en este ámbito. Observas cómo la calidad del servicio en nuestra ciudad es muy alto. Reparas en que aquí te ponen vajillas más buenas y copas de cristal. Te fijas en que la cocina es elaborada y existe un pequeño duelo constante entre las cuatro o cinco firmas potentes gastronómicas para mantener el nivel alto sin bajar la calidad ni subir los precios.
Observas en definitiva que detrás hay formación. Que no es casualidad que aquí se hagan las cosas tan bien. Eso sí, yo les hablo de los bares de verdad de Málaga. No hablo de las franquicias con sabor andaluz empaquetado. No. No les hablo del fast food de mierda –perdón por el anglicismo-.
Y es que Málaga tiene lugares magníficos para reposar un ratito. Y perderse en la taberna Uvedoble, en Souvi, en La Cosmopolita, en Lo Güeno, en Nerva, en La Burguesita, La Cocina, en De óleo, en Manducare o Dom Vinos. Sitios normales. Llevados por gente normal y que sabe lo que hace porque así se lo han enseñado.
Y ahí aparece La Cónsula. Ese lugar histórico que fue casa de gente importante y que se convirtió a posteriori en hogar de personas que aprendían y trabajaban para acabar siéndolo. Es el lugar gran donde nació Dani o nació Willie o nació José Carlos o Carmona o Del Río. Un sitio bien hecho con sabiduría y que pegó el gran pelotazo.
No somos conscientes y deberías serlo de que, cuando te sientas en algunos bares de Málaga y te atienden de una manera tan perfecta, las gracias hay darlas mirando a Churriana. Que en el momento en el que te dan una buena servilleta, te sirven el vino de manera correcta o el camarero que te atiende te explica lo que vas a comer por insignificante que parezca, debes tener en cuenta que todo acaba en el mismo lugar.
No es cuestión de desmerecer aquellos establecimientos que deciden tomar las riendas y encaminar su negocio hacia otros caminos. Pero ellos, por desgracia, nunca tendrán nuestro recuerdo.
Desde hace ya algunos años y especialmente en los últimos meses, estamos presenciando una obra de teatro de las más feas, malas, torpes y aburridas que jamás hayamos visto en la ciudad.
Nos topamos con unas administraciones públicas haciendo el mayor de los ridículos a la hora de gestionar La Cónsula, sus dineros y quién la maneja.
En definitiva -y sin ser un gurú de la política- da la sensación de que es La Junta de Andalucía la que quiere cargarse el asunto. Curioso, pues fue ella la que la creó con el apoyo diminuto del Ayuntamiento de Málaga que era, casualmente, de color rojo socialista por aquellos tiempos.
Las tornas han cambiado y hay más de uno y de dos, que quieren que La Cónsula desaparezca y deje de soltar cada año a profesionales que, por cierto, cada vez son más cursis y engreídos por el hecho en sí de salir de Churriana –la asignatura de humildad debe estar de capa caída por allí-. En cualquier caso, no deja de ser signo de calidad el hecho en sí de que haya profesionales que, nada más salir, ya quieran ir de estrellas.
Ante esta situación en la que La Cónsula se salpica de basura prácticamente a diario y presenciamos su muerte agónica por parte de algunos rojales que están ere que ere haber si se la cargan, nos encontramos por otro lado al Ayuntamiento que, ay qué casualidad, ama a esta institución una barbaridad.
De repente el cariño y la protección es enorme y solo falta que salga un concejal diciendo que por La Cónsula MA-TA.
No queda bien claro cuál será el futuro de esta institución que tanta categoría ha volcado en Málaga. Pero lo que sí queda claro es que hay mucho inútil con cargo público. Que hay mucho zarandeo de bolso ajeno y mirada despistada hacia lo realmente importante.
La Cónsula se ahoga. Por fuera le están agarrando el cuello. Pero puede que también la culpa esté dentro. Dentro de las cazuelas que ya rebosan elitismo absurdo. Que no les caben más buenos sueldos en tiempos que no proceden. Platos colmados de enchufes, amiguismos y dinerillos desorientados.
Falta frescura. Falta actualidad. Lo básico hay que aprenderlo siempre. Pero también es necesario conocer el futuro. Y el futuro dudo que lo expliquen bien los que ya son pasado.
Es más que probable que al final no pase nada. Que salgan las espumas sucias a la superficie del puchero, que se quiten con la espumadera y que vuelvan a guisar a una ciudad que aún está a medio cocer.
Que exista por siempre La Cónsula.
Viva Málaga.