En Málaga está ya todo inventado. O casi. Pero por lo general nos topamos continuamente con las mismas tonterías y barbaridades que amenazan la salud física y mental de nuestra city. Aquí tenemos que seguir soportando a esos publicistas municipales –dedo- que hacen día tras día campañas raras y vacías para promocionar mojones que colgarán en el caballete del Ayuntamiento –un día entrevistaré al caballete municipal-. “Mañana en Segalerva paella solidaria para combatir el hambre en el Congo. ¿Te lo vas a perder?”. Pues sí oiga. Me lo voy a perder. ¿Qué le hacemos? ¿Para eso le pagan a usted en el aíto? ¿Para preguntarme si me lo voy a perder? Me pierdo lo que me da la gana, señor. Vaya usted a tomar viento oiga. Te lo vas a perder…
También mantenemos esa sana costumbre de cargarnos todo aquello que se tenga en pie y posea algo de sabor y pureza. En Málaga te quedas veinte minutos parado en un mismo sitio y pueden suceder dos cosas, una, que te derriben, dos, que te monten un centro comercial en lo alto. Hay un personaje muy singular en Málaga apodado “El aliños” que define muy bien esta circunstancia local. Aliñitos siempre dice: “¿Esto qué es? ¿El perchel? ¡Trae pacá la excavadora! ¿Esto qué es? ¿La coracha? Trae la excavadora y pon un muro feo de piedras. ¿Esto qué es? ¿Tradiciones en Málaga que se mantienen? Trae trae, pum, fuera. A la mierda las tradiciones. ¡Que somos aquí muy modernos!
Y es que es verdad eso de que aquí la tradición es el hecho en sí de perderla. Ahora, por cierto, se están usando tradiciones complejas como herramientas para equiparar a hombres y mujeres –peligro-. El caso más sonado últimamente es el de las hombras de trono –¿Hombras? ¿Qué falta de respeto es esa Gonzalo? ¡Nazi! ¡Machista! ¡Minosij….Migosij….Mijosin…Gimósino! Mujeres que, con la mayor de las naturalidades, desean participar en el mundo semanasantero local portando sobre sus hombros un trono con su imagen en lo alto. ¡Cáscaras! No sabía que la igualdad pura y real se hiciera efectiva por pegarte un palo de metal al hombro.
Con esta cosa de la igualdad irreal pero efectiva, ya hemos visto reinas magas, mamás noelas y niñas Jesús. –todo muy normal/normala- Por suerte, nuestra ciudad está más que preparada para las evoluciones y –salvo personas reaccionarias- somos la mayoría los que respetamos esta inclusión aun teniendo las inquietudes propias ante lo desconocido y sosteniendo que, en algunos casos, desgracidamente la igualdad entre sexos no se consigue, ni de lejos, por trabajar bajo un varal o por asumir roles propios del género opuesto. Ojalá esos actos tan simples fueran la clave de los cambios necesarios que nuestra sociedad reclama en silencio.
A tenor de estos debates, acuden como gordos a macauto, cientos de personas a defender sus posturas extremas para sentirse mejor con lo suyo. Por un lado están los adalides de la igualdad que pegan el codazo a la masa y se auto proclaman defensores de esta dura e importante lucha –ejem- que es sacar un trono. ¡Abran paso! ¡Les traigo la libertad! Pero no en sueldos equiparados. No en eliminación de trabas. ¡No! Se la traigo… ¡En forma de varal de aluminio! –aplausos-.
Y por otro lado nos encontramos a un personaje, si cabe, más bochornoso y vergonzante. El hombro de trona. Este tipo se limita a decir que no a la mujer. Que no le da gana a él y no hay más que hablar. Su perfil suele ser idéntico. Perteneciente a una hermandad. Hombre de trono o capataz y con un perfil cultural bajo. Y ahí llega él. Sin pelos en la lengua. No hay nada que hacer ante lo que diga porque su palabra es la ley. ¿Mujeres en un trono? ¡Las mujeres a limpiar!
Resulta llamativo observar cómo este tipo de personas existen a día de hoy y, aún más, cómo se mantienen en pie sin ningún tipo de apoyo pues, a tenor de sus palabras, resulta imposible pensar que su cerebro está en perfecto estado.
Cuanto se forma bulla, ambos especímenes sacan sus armas y atacan al contrario señalando con el dedo y encasillando. Desde ese momento, una mujer que desee sacar un trono pasa a ser un macho perico y un hombre que guste de participar del mundo de los tronos es un machista retrógrado propio de épocas pasadas.
¡Qué tontos sois, compañeros! Gracias a la Virgen –la de verdad, no la que se pasea en un trono de madera- la sociedad avanza y vamos soltando lastre de tonterías e historias pasadas. Por suerte, no tenemos miedo a expresar nuestras respetuosas opiniones que no faltan a nadie y podemos afirmar sin miedo y aún siendo tachados de cosas malas que nos parezca raro ver una mujer diciendo que es Baltasar o un varal con un rebujino de hombres y mujeres. Y eso no es ser raro. Ni malo. Ni machista. Es ser normal. Porque no pasa nada. Porque los pensamientos no van de la mano del respeto y esto último camina por encima de todo.
Corran. Acudan en masa a gritar que son perseguidas. Llamen a las puertas de los diarios a rebozarse en amarillismo para llamar la atención de algo que se está consiguiendo en silencio. Retocen en la charca de la ambigüedad pero sean las número uno en pedir por ellas o ellos.
La gente normal aquí os espera. A unos y a otros. Que sin vosotros se están consiguiendo las cosas. Sin aspavientos ni insultos. Sin señalar con el dedo. Hombras de trono. Hombres de trona. Los que se pelean se desean.
Viva Málaga.