Un banco de madera

22 Jun
LVMM
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Llegó, atravesó la puerta de madera y se sentó en un banco de los de atrás. Buenos días. Menuda. Pelo corto. Morena. Muy limpia. Con el pañuelo guardado dentro de la blusa por si se le escapan las lágrimas y con sus pies rozando tímidamente con el suelo. Soltó una bolsa que dejó a su lado con cuidado. Era grande. Con un enorme sobre de papel. De los que llevan dentro cosas para que el médico las vea. Sacó un abanico. Suspiró. Y se quedó parada. Sin habla. Inmóvil. Se le interrumpió la vida y no sabía qué hacer. Había entrado para pedir y no pudo. No pudo pedir porque se adelantaron y le pidieron a ella. Carmen. Quédese usted tranquila. Mujer. Que está todo bien. Que su madre y su padre la esperan. Pero todavía no. Y la quieren mucho. Carmen. Que su hijo es bueno. Que ha salido a usted. Y no tendrá problemas. Que el trabajo llega. Se lo prometo. Y pronto irán las cosas mejor. No se irrite. Haga el favor. Que va a ser abuela. Y viene bien. Sana. Y con una madre que no la puede querer más. No llore usted por eso. Que tendrá de todo. Incluido padre y madre. Y ya mismo estará con ellos. Cuidando de su nieta y viendo a su hijo sano. Sin problemas. Y contento. ¿Acaso se va a hundir usted ahora? ¿Porque salga todo mal? No mujer. Ahora toca estar al lado. Y ser fuerte y sonreír. Alegrarse por vivir junto a tanta gente buena. En su tierra. En su Málaga. Y con su familia. Que todo se arregla Carmen. Que yo lo sé. Lo suyo y lo de los demás. Y no hay de qué preocuparse. Que les va a ir bien. Vaya tranquila, mujer.

El fresco que despedía el abanico hizo que la señora espabilara. Carmen regresó al banco donde se sentaba y miró fijamente a la persona que tenía a su lado. Un caballero, joven, con chaqueta y corbata que divisaba fijamente hacia el infinito. Con una sonrisa dibujada en la cara. Estaba dando gracias. Todo había salido bien. Un éxito. Estuvo poco tiempo. Un minuto de reloj y fuera. El coche en doble fila con los intermitentes puestos. Era solamente cumplir por el favor. Y tras unos instantes de inactividad, Carmen se despejó y caminó hacia la puerta. Cogió por el río camino de Santo Domingo. Iba rara. Se notaba ella pachucha. Pero estaba contenta. Su gente no tendría problemas. Iban a salir bien. Y para ella era suficiente. Suficiente para respirar. Para vivir. Para ver a sus nietos. Para poder ver en definitiva.

Desde que entró hasta que salió no pasaron más de diez minutos. Los justos y necesarios para creer. Para convertirse. Para no llorar más si no era de alegría. Y ella lo consiguió. Y comenzó a ver distinto. Divisaba otra Málaga. Nueva. Una tierra donde hasta los derribos parecen bonitos. Donde las lágrimas por las penas son más saladas por la Caleta. Carmen se perdía camino de la Trinidad. Venía del Perchel. De visitar a quién la protegía. A quien nos ayuda a entender todo esto. A quien nos hace ver lo bueno. Y evitar lo malo innecesario. Porque de nada sirve. Málaga te espera hoy. Te esperamos. Como lo hacía Carmen. Que marchó tranquila por esta tierra. Y dejó olvidado en un banco sus problemas. Y su bolsa del médico. Y pidió por los demás. Y ya navega junto a la Esperanza. Por su esperanza. Nuestra Esperanza de Málaga.

Una respuesta a «Un banco de madera»

  1. Sepa usted, que al leerle a mi abuela su artículo, -porque mi abuela no lee ya- ha llorado de la emoción. Se ha visto en ese banco de madera, -al que ya no puede llegar- dando las gracias. Porque lleva toda la vida dando las gracias, por su vida, por nosotros, por los suyos, en esos bancos de madera. Ya no lee y ya no camina, pero no ha dejado de tener ESPERANZA ni uno sólo de sus días. Gracias. 🙂

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