Caer en la elocuencia cómoda en tiempos de pobreza es un recurso fácil.
Antes, cuando en Málaga no había colas para coger pan y un café caliente al caer la noche, las necesidades de los demás se sentían lejanas. Ajenas. De los negritos de África.
Por mano del destino –y de más de uno y de dos- nuestra ciudad se está empobreciendo a pasos agigantados. Padecemos una carestía generalizada que afecta a todos y tiñe de gris una sociedad local que se mantiene en duermevela. No solamente estamos faltos de capitales. La gente a día de hoy tiene menos dinero que en bolsillo del bañador y en Málaga tenemos la prueba evidente.
Ante este panorama mustio, uno contempla con asombro cómo son pocos los medios efectivos que en nuestra ciudad hacen algo por los demás. Algo real. Tangible. No farsas. No coladeros de dinero y quimeras donde se postran trileros con sombrero de copa y monóculo que disparan con pólvora ajena. Sin promálagas ni imfes que gastan más en hacer las ayudas que en ayudar. Sin entidades de apoyo donde solamente se apoyan ellos. Sin plataformas que luchan por erradicar el desempleo pero solamente el de su hermana o su cuñado. Hablo de gente buena y útil de verdad. Hablo del Submarino de la Virgen de la Esperanza.
Málaga, al nacer, fue especiada por zonas. Se aliñó con gracia en algunos barrios, en otros con elegancia, puso toques de rojerío en ciertas calles y en otras un conservadurismo extremo. Y creó, es evidente, un triángulo de bondad y caridad que ha ido floreciendo poco a poco. Esa pirámide está delimitada por las Hermanitas de la Cruz, Santo Domingo y la Basílica de la Esperanza.
Es en esa parcelilla de la ciudad donde se observa cómo la gente trabaja por los demás de manera natural. Sana y con preocupación. Dando con la mano izquierda lo que acaban de recibir con la derecha. Con el testimonio eterno de Sor Ángela de la Cruz, con la honestidad de Los ángeles malagueños de la noche y con la fuerza y entereza con la que ayudan y trabajan únicamente los hombres cabales. De verde. De la Esperanza de Málaga.
Hace algo menos de veinte años, el trono de la Esperanza contaba con José Martos como capataz quien, al retirarse, quiso cerrar un ciclo de hombres de trono asalariados bajo la mesa de María Santísima. Este deseo se hace realidad con Ricardo Aguilar, Manuel Rodríguez, Manolo Picasso (q.e.p.d) y Chico Banderas entre otros. Esta circunstancia de renovación hace que se encuentren, sin querer, con algo que marcará por siempre ese lugar. Ese espacio pequeño pero grande a los pies de la Virgen, se convierte en un sitio sagrado. De adoración. En un ofertorio de hierro. En un muro de las lamentaciones donde pedir perdón y prometer ser un hombre bueno. Y lo consiguen.
Ese espacio se ha convertido en un salón efímero donde se hace tangible la ayuda por los demás. Un lugar bajo un trono que se ha convertido en una filosofía de vida propia únicamente de quien es buena persona.
El submarino de la Esperanza lo componen algo menos de setenta personas de las cuales, poco más de treinta son las que llevan sobre sus hombros a la Virgen cada Jueves Santo. Curioso para más de uno. Gente en torno a los tronos que no cargan kilos de peso. Curioso a la par que real. Y es que en este grupo pesa más la responsabilidad por ayudar a los demás que unas horas bajo el varal. Y se nota.
Desde su fundación, este grupo de hombres cuya tarjeta de presentación es un apretón de manos y una sonrisa, ha trabajado en diversos proyectos para ayudar a los demás actuando en diferentes estratos. Su labor no está focalizada en un lugar ni una obra específica. Saben diversificar y entender dónde está la necesidad más urgente.
Acostumbrados en esta ciudad a planes de futuro, a proyectos, a presupuestos, a grupos de trabajo para crear ideas absurdas y a cosas raras con nombres en inglés donde todo cuesta muy caro para finalmente no hacer nada, el encontrarse con gente como esta hace que uno se venga arriba y confíe en esta tierra.
A diferencia de nuestros políticos y gestores, el presupuesto y las herramientas de trabajo de estos ciudadanos son su mano izquierda, su mano derecha, sus teléfonos y pare usted de contar –tomen nota desde el ayuntamiento-.
Y es que este grupo de personas ha hecho posible que más de una familia no pierda su casa. Y ha conseguido que una señora mayor tenga pagada la residencia donde vive. Y han echado un cable para que fulanito encuentre un trabajo porque no tenía suerte. Y todo en silencio. Sin altavoces. Y con esas mismas manos, han pagado una escuela en Sierra Leona y otra en la India. Y con esos hombros, han ayudado al centro de acogida de Pozos Dulces, a las Dominicas, a los Trinitarios, a San José Obrero, a Cáritas, a Manos Unidas, a asociaciones de enfermos, a Bancosol, a los Ángeles malagueños de la noche y a ellos mismos que han conocido lo que es hacer el bien real por los demás.
A día de hoy, el Submarino de la Esperanza centra sus esfuerzos en ayudar a los de aquí. Se trata de intentar apagar muchos fuegos cercanos incluidos los propios. Porque este grupo está formado por gente normal. Sencilla. Pobre. Como tú. Como yo. Como la mayoría.
Una estirpe de hombres de trono, mayordomos, capataces y jubilados que han sabido darle sentido a cosas que a veces rozan lo banal.
Y ahora han aplicado eso de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Y por eso van a seguir sacando de donde no hay. Y lo harán el 8 de Junio en el recinto ferial con una verbena de categoría. Con fórmulas muy antiguas para sacar dinero basadas en la honradez.
Así es esta historia de hombres rectos. Callados. Eficaces en silencio. Y buenos.
Dios guarde muchos años a quienes trabajan por esta tierra. Siempre de frente. Con esperanza. Nuestra Esperanza. Su Esperanza.
Viva Málaga.
Gente muy especial. Muy diferente entre ellos. Algunos, muy poco creyentes excepto por su devoción a su virgen. Pero con un ánimo fuera de lo común. Todos a una frente a los retos. Yo, que soy un descreído, no puedo más que admirarme de la energía y la gallardía que le ponen a todo. ¡Y mira que son canallas al mismo tiempo! Enhorabuena al U-boat.