Málaga contempla con esa actitud serena y templada que la caracteriza el devenir de la ciudad sin mover, aparentemente, ni un solo dedo.
Observa inerte cómo todo avanza, no siempre a mejor, y los foros del movimiento suelen ser inexistentes. Son pocos los lugares donde eres capaz de encontrar quórum suficiente como para tratar ciertos temas locales.
Al imaginarse lugares donde las élites sociales se reúnan con cierta asiduidad y expongan sus opiniones y criterios, a uno se le viene a la mente reuniones secretas en lugares escondidos. Recurre a imaginar salas palaciegas con mesas rococós o simplemente se acuerda de CIEDES y su costoso presupuesto.
Como todo en la ciudad, una cosa es lo que se plantee y otra lo que suceda. Aún existen búnkers incorruptos donde se mantiene el sabor a Málaga profunda y que, al ser tan evidentes, pasan desapercibidos como verdaderos lugares interesantes para la tertulia y el enriquecimiento social.
Les hablo del Club Bilderberg erradicado en Málaga. Le hablo de la barbería de Antonio López en el Paseo de Reding. Un lugar añejo. De solera de la Málaga viva.
Imaginen un sitio, el mismo, al que acude con asiduidad el alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre. Piensen que a ese mismo lugar acuden gentes de todos los ámbitos sociales y culturales de la capital. Digan que se trata de un sitio pequeño. Recogido. Con señores con camisas blancas. Donde no acuden mujeres y en el que se hablan cosas que quedan de puertas para dentro. Suena interesante…
En el año 1947, un ilustre Abogado de Málaga –el Señor Portillo– decide montar una peluquería de caballeros en la zona este de la ciudad. Lo hace como regalo para su yerno y ubica el negocio en La Malagueta. Junto al Bar Flor. Lo hace en el edificio “El Desfile del Amor”. Es más que probable que en su vida, querido lector, haya oído hablar de este nombre y menos para un edificio. Pues es correcto. Se trata de una construcción proyectada en el año 1932 por González Edo y que representa un estilo de urbanismo y arquitectura vanguardistas, respetuoso y humanista que, como queda patente al mirar el entorno, nunca se llegó a respetar. Quizá, el abrigo de los árboles del paseo no dejen ver el estilo de algo construido en los años treinta y que queda encuadrado dentro del movimiento moderno arquitectónico en el sur de España.
Es ahí, en ese pequeño local, donde entra a trabajar como aprendiz lo que antes era chavea y ahora sería un niño. Antonio López. Con el paso del tiempo, Antonio deja de ser un mozo y se convierte en un hombre adquiriendo la propiedad del negocio y regentándolo hasta hace cinco años mal contados.
Durante este tiempo, la barbería de Antonio López comienza a ser una institución en Málaga. Su fama lo lleva a trasladarse a Ronda cada vez que requería sus servicios Antonio Ordóñez. De igual manera, el maestro era un asiduo del lugar cada vez que se encontraba en Málaga. Es éste del que les hablo un rincón taurino entre otras muchas cosas. En sus butacas se sentaba el empresario Curro Conde y tras él lo hacían sus hijos entre los cuales estaba uno que tiempo después acabaría escribiendo la historia de la plaza. Es en el mostrador de la barbería donde se cerraban tratos entre empresarios taurinos los domingos por la mañana. Era aquí el lugar en el que, a puerta cerrada, se discutían lotes y negocios ganaderos mientras Antonio afeitaba al maestro Ordóñez. Y ha sido el sitio donde su nieto, Franciso Rivera, se pelaba fresquito para el verano.
La ubicación de la peluquería de Antonio es crucial para que se convierta en cruce de caminos de personajes variopintos. Así, por esa cuarta de terreno limpia y fresca han pasado infinidad de Magistrados al tener el Palacio de Justicia muy cerca.
Por las tijeras de Antonio han pasado y pasan las cabezas de Alcaldes de Málaga. Lo hace con De La Torre. Lo hizo con Utrera Ravassa.
Se han sentado Sacerdotes y Obispos. Lo hacen Comandantes de Marina y Gobernadores civiles. Pero también se sientan vecinos sencillos de La Malagueta. Y comparten conversaciones y tertulias.
Grandes personajes –y personas- de la ciudad se dejan caer durante toda una vida por este lugar convirtiendo el sitio en una ficha que completa el engranaje de una vida que desde dentro ven pasar. Así, por la barbería de Antonio pasa el arquitecto Salvador Moreno Peralta y lo hacía de chico su hijo, un tal Pablo Alborán. Y también lo hace otro arquitecto metido a político como Carlos Hernández Pezzi.
Grandes firmas de Málaga acuden a su cita con el pelaje en este rincón de La Malagueta. Los hay directores de periódicos y revistas. Los hay rojos y muy fachas. Los hay malvados y bonachones. Pero curiosamente, para esto, acaban yendo al mismo sitio. Gustos comunes que se llama.
Al ver la agenda de las citas diarias haces un repaso a la historia de la ciudad y en especial de la burguesía malagueña que ocupó gran parte de la zona. Curiosa es la colección de tarjetas de visita que Pepe –un gran peluquero clásico de Málaga- aún sigue haciendo con todas las personas que acuden a su cita con la tijera.
Por ese álbum se ve a Joaquín Peiró del Málaga Club de Fútbol, a Alfonso Queipo de Llano o a más de un León, Krauel, Barceló, Gross o Van Dulken. Personajes no faltan en Málaga y todos acuden al mismo sitio. Algo tiene el lugar.
Y así ha llegado hasta ahora. Incorrupto. Manteniendo la esencia de lo clásico por el mero hecho de asumir que es bueno. Es curioso acudir a un sitio donde nunca sabes con quién te sentarás. Un día acabarás callado, mirando al bote de Floyd –mentolado y vigoroso- y otro día discutiendo con un Catedrático de Económicas o hablando del Descendimiento. Nunca se sabe con quién te encontrarás. Pero eso sí, ya sabes de antemano con quién no te toparás seguro. Sabes ya que no irás a un sitio frío. Que no te cortarás el pelo en un lugar parecido a una discoteca o que una muchacha te dejará la cabeza como un futbolista de esos modernos.
Las cosas están claras en casa de Antonio López. Y lo seguirán estando gracias a su hijo Ángel.
Se mantiene la esencia de lo sencillo convirtiendo en puro y agradable algo que debería serlo siempre.
Ojalá vayas. Porque allí se contempla la ciudad de otra manera. Y además asistes a una sesión del Club Bilderberg malacitano. Y todo eso por trece euros.
Viva Málaga.