Ser artista es una condición, aunque muchas veces se haya tratado como una enfermedad, incluso por los propios artistas. A los diecinueve años, el poeta Juan Ramón Jiménez, se intentaba tratar la melancolía en el sanatorio del Rosario de Madrid, después de haberlo hecho también en un centro similar, próximo a la ciudad de Burdeos.
Su mal, según él mismo decía, era una angustia, una inquietud, una tristeza abstracta, de la que, a pesar de todo, ni siquiera quería desprenderse. La alegría le resultaba un sentimiento vulgar y chillón como la primavera y, entre las inmaculadas sábanas de su lecho de eterno convaleciente, componía versos a las sugestiones del otoño, cargados de soles tibios y hojas amarillas, que enviaba a la revista Blanco y Negro, cuyo director de entonces, Navarro Ledesma, cambiaba por «hojas secas», al considerar que el adjetivo «amarillas» era poco poético, con la consecuente respuesta airada del autor, quien consideraba que lo único prosaico no era ni más ni menos que el mismo Ledesma por no captar sus amarillos.
La hiperestesia y el amarillo han sido notas comunes en el carácter febril de los artistas, que son imposibles de interpretar con una evaluación objetiva ni de sanar con bromuro. No hay medicina para los amantes del amarillo, que abunda en la poesía y en los lienzos.
En Neruda fueron los ojos del gato, en Mallarmé una jarra de cerveza y en Van Gogh; casi toda su pintura. Si le preguntaban qué pintaba, decía que la luz del sol, convencido de que transmitir esa luz era la misión que Dios le había encomendado. Su primera vocación fue la de sacerdote, pero comprendió a tiempo que su modo de predicar lo transcendente era a través de los pinceles. Desde luego era un loco, si se entiende por loco a la persona que quiere darlo todo; su tiempo, su vida, su pasión, a cambio de nada más que sinsabores, disgustos e incomprensión. Los críticos coetáneos despreciaron la obra de Van Gogh, la gente común lo tildaba de chiflado y los niños lo apedreaban cuando pintaba a la intemperie en Arles. Ni siquiera fue capaz de comprenderlo el único amigo artista que creyó tener; Gauguin, quien fue a acompañarlo al sur de Francia a cambio de una pensión que le transfería el hermano del pintor, Theo, que fue su único apoyo económico y afectivo.
Ha habido equívocas interpretaciones sobre la relación de Van Gogh y Gauguin, a partir del episodio de su ruptura. Se decía que Vincent, enamorado de Paul, no pudo soportar que éste se marchase y, en un acto de desesperación, se cercenó la oreja. No es lo que más importa, desde luego, aunque cabe pensar que la necesidad de cariño de Van Gogh estaba muy por encima del sexo. Le hubiese bastado con que Paul lo aceptase y no lo zahiriese con tan amargas críticas. Era todo él un alma ingenua e infantil, sedienta de dar y recibir amor y, por lo tanto, del todo vulnerable. La película de Julian Schnabel,» Van Gogh en la puerta de la eternidad» nos da muchas claves sobre el tema. No es la única que se ha rodado sobre su vida, pero, según me parece, es la que más empatiza con su verdadero drama. Era un artista; un artista hiperestésico y adelantado a su época ¿ no es todo ello caer en la redundancia?
Sólo un artista, un artista verdadero- expresión que debería ser innecesaria- puede decir, como se oye en la película, «que pinta porque no sabe hacer otra cosa y que lo hace para personas que todavía no han nacido». Sólo quienes están dispuestos a afirmar cosas semejantes y demostrarlas, pueden ser considerados sacerdotes del arte. Y lo son, porque el tiempo hace justicia.
Me disgusta contemplar la obra de un artista en términos objetivos y científicos ¿de verdad, se puede? Según esos términos, el Greco pintaba figuras alargadas por una deficiencia en la vista y Van Gogh elegía el amarillo, dado su largo consumo de absenta y los sedantes que le administraban los psiquiatras para combatir la esquizofrenia ¿es que acaso la originalidad sólo puede ser explicada por una anomalía orgánica? ¿Por qué no nos basta con sentir la emoción que nos transmite una obra de arte y tenemos que buscar explicaciones racionales?
Explicarnos la obra de un autor, a través de sus peripecias biográficas, es del todo descabellado. Lo ha escrito Amos Oz en «Una historia de amor y oscuridad». No vamos a saber nunca lo que había en la mente de un autor cuando escribió una novela o un poema o pintó un cuadro, ni tampoco nos debe interesar demasiado, lo importante es lo que construyamos nosotros al interpretarlas desde nuestra propia experiencia.
El amarillo de Van Gogh, posiblemente, es sólo su búsqueda del sol, su deseo de alegría en el sur de Francia, ¿por qué hay que buscar en ello una patología? ¿Por qué nos ha de interesar si se cortó una oreja o si se suicidó o fue asesinado? Nosotros somos las personas para las que pintaba, «los que todavía no habían nacido». Disfrutemos de sus amarillos, que nos dirán lo que somos, antes de que lo que él fue. Él nos señaló el cielo, ¿A qué viene mirar el dedo?
Leo que hay una exposición multimedia en el puerto de Málaga «Van Gogh Alive», que permite la interactuación con su obra. Sin duda, que voy a ir. Soy una admiradora del holandés y hace ya muchos años que me fui a Ámsterdam para disfrutarlo, ¿qué será si lo tengo aquí al lado?
No busco entender a Van Gogh de un modo científico o racional. Soy, por fortuna, de esa clase de personas del futuro para las que pintaba, cuando todavía era sólo considerado un visionario. Lo puedo comprender sólo como artista, de modo emotivo.
Murió como un mendigo, pero cuando yo nací ya era un genio. Muchos quisiéramos darle todos los abrazos que le faltaron, pero si queremos evitar que la historia cometa iguales errores, sólo nos basta con no repetirlos. Sepamos distinguir entre nosotros a los verdaderos artistas aún vivos y no los posterguemos a la gloria póstuma.
Artículo de una gran precisión. Una bella pincelada.
Muchas gracias, Nayib!!!
Excelente publicación Lola Clavero. A partir de la lectura de «Cartas a Theo» empecé a desentrañar, poco a poco, que se esconde detrás de la palabra «arte». Esto que has escrito hace fácil lo complejo. Es muy difícil describir, como bien haces, un espíritu «deslumbrado» por la luz de la vida como el de Vincent Van Gogh.
Gracias, Carlos, tú sabes muy bien cómo es un verdadero artista, porque lo eres!!! No hay que explicarlo, hay que sentirlo.
Un abrazo.
Felicidades por el blog
Disfrutando de Van Gogh, me adhiero a esa línea de tu comentario recalcando la importancia de la interpretación propia, verdadera esencia del arte, símbolo genuino de esa apertura que nos regaló el artista.
Percibimos tan pocas cosas…
Saludos cordiales.
Muchas gracias!!! Nos hemos educado en la instropección del autor para interpretar sus obras, pero eso es pura anécdota ¿acaso podemos conocer el interior de un artista, cuando apenas lo conoce él mismo? La obra que cada cual percibe es una obra distinta, pues la vuelve a crear, según su perspectiva. Estas teorías de la poética de la lectura de Iser y Jauss son las más acertadas, a mi juicio.