Distopía positiva

1 Mar

Tenía el móvil descargado desde hace un día, cuando sonó la llamada. De Pitita, como no podía ser menos.

–Pero Pitita, ¿cómo has podido?…

–Ay, chica, he descubierto un método infalible para cargarle la batería a tu móvil a distancia. La tecnología es maravillosa ¿no te parece?

–Bueno…

–Es que te tenía que contar algo super-importante. Imagínate; el otro día estuve de comida en el campo.

–Sí, claro, menuda experiencia.

–Yo no soy nada de campo, tú lo sabes, pero tuve que aceptar por culpa de un chantaje.

–¿Y eso?

–Pues ya ves, Rogelito, el niño de Anodino Borrego, me llamó al amanecer, casi a las ocho de la mañana. Figúrate, que yo sólo llevaba dos horas durmiendo y mi Quique y mi Nachito todavía no habían regresado a casa.

– Perdona, Pitita, pero tenía que comentarte algo muy grave.

–¿Y qué puede ser grave a estas horas? ¿Es que no sabes que estamos de puente? Anda, vete a desayunar y luego te acuestas como un buen chico. Ya me llamas a la tarde, si eso.

–No, esto no puede esperar. Me duele mucho decírtelo, pero tu marido te engaña. Hoy lo he visto en una Poetry Slam con Namya Beaver, y estaban, como te lo diría, a brazo partido.

–¿Y eso es todo? Dime, ¿es menor la chica? ¿Tiene papeles?

–Bueno, se llama Carmen, en realidad, Namya es su nombre artístico. La conozco bien porque es de mi clase.

–Ah, ya sé, es Carmencita Juárez, una niña estupenda, hija de una amiga mía. Todo en orden.

–¿Cómo todo en orden? Tu marido adultera, abusa del poder del patriarcado para serte infiel ¿acaso no eres feminista?

–¿Feminista, yo? ¿Para qué? Mi Quique es un amor y a mí me gusta que se divierta.

–Pero, por favor, Pitita, no me digas eso. Para toda una generación, Quique y tú habéis sido un matrimonio modélico; un referente. Digamos que, como los mismísimos Ana Belén y Víctor Manuel, pero con otro rollo.

–Con otro rollo, seguro, Rogelito, pero, digo yo, ¿qué derecho tenéis las nuevas generaciones a pedir, ejem, a las menos jóvenes comportamientos modélicos?

Si las familias fuesen modélicas no se hubiese rodado nunca El desencanto ni Familia, ni La gran familia española, ni  Retrato de familia, ni Secretos de familia, ni….¿me podrías decir qué sería del cine y de la literatura de ayer y hoy mismo si las familias no tuviesen sus cosillas? Para que una unión se mantenga toda la vida hay que hacer pactos implícitos, negociaciones subterráneas, en fin, ese tipo de acuerdos por los que se ha avenido Cataluña y el resto de España durante tantas décadas.

–¿Pero tú no te has planteado nunca el divorcio, Pitita?

–Para nada. El divorcio es como el Brexit; un asunto que todo lo pone patas arriba y no beneficia a nadie.

–Me sorprendes, Pitita, ¿qué te parece si nos hacemos una comida en el campo?

– ¿En el campo? Ay Dios, Roger, ¿Y me puedes decir qué gano yo con eso?

–Ganar, nada, pero perder sí que puedes. Tengo yo aquí apuntada una lista de personas, a las que le interesaría mucho saber de las correrías de Quique en las Poetry Slam.

–Entiendo, en fin, ¿a qué hora quieres que te recoja? ¿Por qué carné de conducir todavía no puedes tener a tu edad? ¿No?

–No te preocupes, Pitu, yo tengo siempre quien me lleve. Tú apunta la dirección y estate allí sobre las dos.

–Pero si esto está…(Ay, Quique, me debes una…o dos).

Total, chica, que me enfile con mi Cherokee a las alturas de las afueras de Frigiliana, que la carretera se puso a caracolear y hasta dejó de ser carretera para ser carril, qué sustito, madre mía…

Me bajé del coche mareadísima, pero enseguida me alegré de estar allí. El restaurante era una cucada, así diseñado en plan cuevita como la concha de un caracol y, desde la terraza, se veían unas impresionantes vistas panorámicas de las montañas y los valles. Con tanto verde alrededor, casi me creí que era Heidi a punto de abrazar a su abuelo.

Cinco minutos más tarde y cuatro selfies después, vi llegar un BMW del que bajó Roger y, en un visto y no visto, volvió a arrancar para desaparecer.

Dejé que el chico pidiese el menú, pues conocía el lugar y eligió de la carta, solomillo y presa ibérica.

–¿Pero, Rogelito, tú no eres vegano como todos los jóvenes de tu edad?

Entonces se quitó las gafas de sol y me miró muy fijo a los ojos:

–Yo soy distópico ¿acaso no sabes que en España hay más cerdos que humanos? Hay que comérselos a todos. Si no, igual nos quitan el poder, como predijo George Orwell en “Rebelión en la granja”. Los cerdos son demasiado inteligentes y los humanos cada vez menos, porque han delegado su inteligencia a los móviles. Cuanto más inteligente es un móvil, más estúpido hace a quien lo usa.

–Y, según tú, ¿cuál es la solución?

–Enmendar la distopía; crear máquinas tontunas y robot serviles, que no se pasen de listos. Ni los replicantes sabihondos de Blade Runner, ni el desgraciado Frankenstein de Shelley. Hay que trasplantar a los robot los cerebros humanos adecuados, nada de inteligencia artificial.

–¿Y has pensado ya en el modelo adecuado?

–Pues claro, pon atención.

Entonces Roger tomó el móvil e hizo una llamada:

–Papá, ven a recogerme dentro de una hora al mismo restaurante donde me has traído.

–Claro que sí, Rogelito, y te llevo el plumón, que está refrescando- oí decir a Anodino Borrego.

–Tráeme también las pastillitas que tú sabes, que noto que me ha subido la fiebre.

–Mira, Roger, yo creo que mejor me voy ya. Mi Nachito salió de marcha ayer y seguro que también anda en cama pachucho.

–Pero si tiene ya 27 años, seguro que sabe cuidarse solo.

–Igual que tú dentro de diez años, distópico.

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