Málaga tiene también su poquito de invierno, aunque los propios malagueños no lo recuerden de un año a otro y, enfurecidos por tal anomalía, lo maldigan como si se tratase de un intruso enemigo del norte al que se puede intimidar con una denuncia o un pliego de quejas al Ayuntamiento.
—La culpa la tiene el alcalde, que, de tanto hacer amistades con los rusos, nos han contagiado su frío puñetero- pueden llegar a decir.
Mustio y acatarrado veo a Anodino Borrego en la esquina de su bar habitual, tomando una infusión de poleo-menta en lugar de su caña de costumbre:
—Menuda tranca he cogido…
—Pero, Anodino, ¿tú te has abrigado bien estos días?
—¿Para qué, chica? Estamos en Málaga, aquí nadie se abriga.
—Vale, Borrego, tú a lo tuyo, pero, si no me equivoco, a ti te atormenta algo más que el frío. Tienes ojeras de insomnio.
—Ay, nena, ay, qué difícil es ser padre.
—¿Lo dices por José Antonio?
—Pues, mira, por José Antonio, no, que le va muy bien. Tú sabes que, en principio, yo me asusté pensando que la fiebre que le dio por Vox me lo iba a hacer radical, pero qué va, son sólo sarampioncillos de juventud que remiten. Fíjate el susto que daba antes Pablo Iglesias y en lo que se ha quedado ahora…
—¿Entonces?
—A mí el que ahora me trae por la calle de la amargura es Rogelio. Figúrate que se me ha puesto a escribir novelas fantásticas con muchos elfos, unicornios y brujas noruegas y las firma bajo el nombre, J.J. Roying.
—Pero, hijo mío, ¿para qué escribes esas cosas tan raras?
—¿Raras, dices? De eso, nada, papá, no estás al día; todo los jóvenes ahora leemos y escribimos estas cosas para huir de la podredumbre de la realidad actual.
—¿Y tú qué sabes cómo es la realidad actual, si nunca lees un periódico ni ves un telediario?
—Ni falta que me hace, papi, ningún chico de mi edad lo hace y, sin embargo, por lo que leemos en Instagram, ya nos hacemos cargo de la cagada de realidad que tenemos.
—Bueno, me alegro mucho de saber que entras dentro de la normalidad, ya me estaba yo preocupando de pensar que me hubieses salido rarito.
—De rarito, nada, papuchi, yo soy, como tú, un Borrego de los pies a la cabeza.
—Eso es fabuloso, cómo me emociona oírlo, pero dime si eres Borrego, ¿por qué firmas como J.J. Roying?
—Es un homenaje a J.K. Rowling, muchos otros autores ya se han puesto estas iniciales y yo me he dicho, si ellos imitan a Rowling, yo la imitaré más que nadie.
—Felicitaciones, hijo mío, es la idea menos original que he oído en mi vida, pero, oye, por curiosidad ¿qué significa ese J.J?
—Son las iniciales de vuestros segundos apellidos; el de mamá y el tuyo.
—Sí, ya, García Jiménez, ¿pero no es una falta de ortografía anotar el García con jota?
—Es la influencia de Juan Ramón Jiménez, papá, cómo se nota que no entiendes nada de literatura.
—Entiendo lo suficiente, que en ese trabajo se muere uno de hambre, ¿no sería más útil que terminases ya el bachillerato e hicieses luego alguna ingeniería?
—El bachillerato no sirve para nada.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Lo dice todo el mundo.
—Claro, claro, ya veo que tienes las ideas muy claras, voy a ayudarte, que una ayudita en estas cosas nunca viene mal. Como tú sabes, yo de literatura no tengo ni pajolera idea, pero Pitita Pijigualda anda en ello y, aunque no sea santo de mi devoción, voy a darte su número de teléfono para que te dé consejos que te ayuden en tu nueva carrera profesional.
—Hola, Pitita, ¿qué tal? Soy el hijo de Borrego.
—¿Otra vez? Mira, José Antonio, que hoy tampoco voy a salir contigo a cenar por mucho que te empeñes…
—Se equivoca, señora, yo soy Rogelio.
—Ay ¿Rogelito? Qué alegría me da de oírte, nene, pero, oye, por favor, ni me trates de usted, ni me llames señora que sólo tengo…en fin, unos pocos años más que tú.
—Es que, a ver, Pitita, mi padre me ha dicho que me asesores en mi nuevo emprendimiento como escritor.
—Eso está tirado, Roger, en mí encontrarás los mejores consejos; el marketing es lo mío.
—¿Y la literatura?
—Eso menos, pero algo habrá qué hacer.
—¿Has terminado ya tu libro de autoayuda?
—Bueno, terminado, terminado, no, pero sólo me quedan para completarlo 249 páginas y lo más importante es que llevo más de un año promocionándolo a lo bestia por todas las redes sociales.
—¿Y eso no es vender la piel del oso antes de cazarlo?
—¿La piel del oso? Qué va, guapín, yo lo que vendo es libros.
—Pero no los escribes…
—Ay, Rogelito, Rogelito, la verdad es que me entiendo mejor con tu hermano José Antonio, me parece a mí que todo lo llano que tiene él, lo tienes tú de retorcido.
A ver, cómo te lo explico, yo promociono que es lo más importante, y lo de escribir ya vendrá luego. Eso se hace en un momentito.
—¿En un momentito?
—Sí, claro, igual hago un libro de micro-autoayuda con micro-reflexiones en cada página y el resto lo relleno de imágenes motivadoras; un amanecer con gaviotas, un atardecer con montañas rojizas o un Buda.
—¿Un Buda? ¿Pero tú no eres católica, apostólica y romana?
—Por supuesto, Roger, no te quepa duda, pero si pongo un Ecce Homo a la gente le va a dar bajón. No hay dios que pare al marketing. Lo importante es captar clientes, no hay más. Óyeme, como yo lo veo, vender libros no significa escribirlos, como tampoco comprarlos significa leerlos; eso mi público lo entiende y por ello me prefiere, hazme caso…
—Cómo no, Pitita, mi padre te ha juzgado mal, eres, sin duda, brillante y…
—¿Y qué?
—Que si no vas a cenar con José Antonio, podrías cenar conmigo.
—¿Otro más? Bufff, venga, nene, no mezclemos los negocios con el placer.
Pitita tiene muy claro, que lo primero es vender;
así se lo han enseñado: el matrimonio, arreglado,
que el amor vendrá después, una vez que los estantes
de los libros, rebosantes, no dispongan de anaquel
para acoger tanto arte, que dormirá a pierna suelta
sin nadie que sobresalte su sueño; y si lo hace
es por mor de la balleta, que amorosa limpia el polvo
y acaricia las cubiertas…Al menos este “rogelio”
no es borrego del todo, ni llega al nivel del necio;
se queda bien con la copla, intenta adaptarse al medio…
Pitita lanza la red…y ya hablarán del precio.
Ella, en el día a día, muchas veces se imagina
– y hasta se lo pregona- ser como aquella infanzona
sin par, doña Estefaldina, de Ramón del Valle Inclán…