Hay que crear empleo, o mejor dicho, hay que ofertarlo. El empleo ya está creado, sólo hace falta que alguien lo desempeñe. Falta personal en todas partes y cunde la concentración humana en las salas de espera, donde se pueden cultivar las relaciones sociales y sembrar el principio de una gran amistad o lo que surja.
Los tiempos vacíos acortan las distancias entre las personas. O, mejor dicho, acortaban. La interminable hora y media de trayecto agónico de la línea 1 de bus urbano, ha dado pie a historias de amor con su planteamiento, nudo y desenlace en San Andrés. Ya no. Desde que el móvil extendió sus redes ya nadie se fija en el pasajero o paciente que se sienta a su lado. Estamos más pendientes de los followers, que pese a su nombre sugerente no son más que fantasmas sin carnalidad alguna.
El empleo. Hace falta personal activo y mucho más, personal interactivo. Me refiero, por ejemplo, a los bancos; esos que se han enriquecido a costa de dar créditos e hipotecas a la gente de buena fe y luego han creado la crisis para amarrarla al mástil de un barco que se hunde (como la Gneisenau, que también era alemana). Pues bien, con todo y con eso, porque la insaciable ambición es saco roto, ahora los bancos se solidarizan con los recortes de personal y mandan a los clientes a hacer sus ingresos, transferencias y demás a la intemperie de un cajero para que disfruten del frío ventoso que este invierno trae.
Duele ver a esas personas, con poca pericia en estas lides, equivocarse una y otra vez por el apuro y la presión que provoca tener una cola de personas detrás que comunican hostiles la impaciencia.
Se acabó eso de estar calentito y sentado en la oficina, atendido por aquel empleado de tu barrio de toda la vida que te preguntaba por la salud y la familia y te ofrecía un pictolín si estabas resfriado. Parece que los bancos sólo tienen dinero para pagar -muy mal, imagino- la amabilidad melosa de un latino que te despierta a la hora de la siesta para ofrecerte un producto financiero:
–No, muchas gracias, ya estoy lo bastante arruinado.
Hay que crear empleo y eliminar las colas. Hay colas en los cajeros y colas en los restaurantes económicos; esos lugares tristes a los que van los trabajadores que sólo tienen media hora de descanso en su jornada continua y, por tanto, se dan el lujo dudoso de almorzar fuera de casa. Unas veces lo logran, otras no, pues, a falta de camareros, se les puede ir la media hora en la cola de gente resignada y compungida, que parece sacada del tiempo de las cartillas de racionamiento y la caridad de la sopa boba, sólo que ahora encima pagando.
Colas en el cajero, en el restaurante económico, y en las puertas del SAE (antiguo INEM). Un país con colas da mala impresión y genera ansiedad en sus ciudadanos. Estar quieto y de pie durante un buen rato no es ni cómodo ni entretenido. Para matar el tiempo, o mejor, invertirlo, se podría uno distraer con un libro de bolsillo, pero lo normal es que saque un móvil y se ponga a discutir con un trol, lo que sumará a la espera y la impaciencia, el cabreo.
Ya casi no me asomo a las redes sociales. Tengo miedo a que salga un trol y me arranque una oreja. Hay que crear empleo; el ocio es un lujo cuando se tiene dinero y aficiones (el dinero solo no basta para sacarse de encima el aburrimiento), pero al pobre y cabreado sin más recursos que un móvil, todo se le va en ocupar los espacios internáuticos para despotricar contra todo quisque virtual. Comprendo que su cabreo tiene sus razones de peso, pero igual apago el teléfono: una cosa es la compasión y otra el masoquismo.
Hay que crear empleo; nos va la vida en ello. Son demasiados los meses que se deben aguardar para visitar a un especialista o ir al quirófano. Las listas de espera sólo aligeran cuando uno de los integrantes deja de esperar por dejar de existir.
Hace falta personal en los hospitales y arquitectos y constructores y jefes de obra y albañiles que creen nuevos hospitales. Hacen falta operativos que arreglen las aceras de los barrios para que no se saturen los hospitales. Según los traumatólogos locales, este último año ha habido una verdadera epidemia de caídas en vía pública.
Hacen falta profesores también en los institutos. Una ratio de treinta adolescentes en cada clase, hoy día, es un asunto desproporcionado para cualquier ser humano, más aún cuando esos treinta son posibles por haberse incorporado, vía legal, los absentistas, que no habituados a ir a clase, expresan su descontento con toda clase de habilidades para montarla en grande. Por tanto, insisto, hay que crear empleo, y más aulas; un profesor con quince alumnos en su propia aula es lo correcto si, de verdad, se pretende mejorar el sistema educativo. No todo se soluciona con pizarras digitales; más todavía si la asignatura en cuestión es Lectura. De ningún modo, se puede pretender que treinta alumnos puedan leer un libro, a la vez, en una pizarra digital.
Los de las últimas filas no ven nada y, por aburrimiento, empiezan a liarla. Esto no es serio; para leer hacen falta libros en papel, uno por alumno. Un lote de treinta libros cuesta mucho menos que una pizarra digital y es lo único que vale para dar una clase de lectura. Si no se hace así, se trata sólo de una hora en la que perder el tiempo y los nervios.
Hay que crear empleo, también para que se vuelva a tener buen humor; la sociedad está repartida entre parados cabreados y trabajadores sobreexplotados, cabreadísimos también. Hay que repartirse la cosa para que vuelva el buen rollo y la armonía y quitarle ocasiones de ocio a quienes muerden al prójimo o hacen chistes espantosos en la redes. Es la prioridad; yo lo escuché y no será nada fácil que lo olvide.
¡Hacen falta tantas cosas…! decía, al ser preguntado,
por el seguro, un vecino, que mojaba al de abajo
sin estar asegurados, ni la casa ni él mismo,
alegando, en su descargo, que ya encontraría un amigo
que le prestaría su tiempo, a sabiendas de que ambos,
el tiempo y los amigos, también son bienes escasos…
Mas por crear que no quede; se ha creado más empleo
en el año que ha pasado, que no tiene parangón
desde el año dos mil siete. Supera el medio millón
la cifra de empleados; y se llega a la conclusión
que todos están ocupados, sin tiempo para las flores;
en chistes y otras paridas, faltos de contemplaciones
con la muerte, con la vida…Y en el nombre de la rosa
hacen falta profesores, no más que por una cosa
que a todos se nos olvida: que a la hora de las hostias
estén mejor repartidas, ahora que están de moda…
Mucho ánimo y forza, Lola.
Un viejo poema de Gloria Fuertes, hecho canción:
Hacen falta profesores,
mejor dicho, gladiadores
a combatir en la arena,
el asunto está de pena
y la gente acojonada,
el miedo es una gangrena,
pero lo ha dado el sistema
y es la más grande chingada,
ay, pena, penita, pena…
Como que me llamo Lola