Hoy he visto a Anodino Borrego en la esquina de su bar habitual, tomándose una caña al sol del recién estrenado enero. Lucía un flamante jersey rosa que le había regalado su mujer por Reyes y le daba un aspecto azucarado, como uno de esos algodones que todavía se venden por feria.
Anodino es uno de esos hombres complacientes que, sin prejuicios, se deja vestir por su esposa sin hacerle ascos a los rosas, que si en la canastilla están reservados para las niñas, al llegar la edad adulta, las señoras gustan de adjudicarle a sus cónyuges en polos, camisas y pulóver con la insignia hidalga del pertinente caballito, pues nótese que el rosa caballero es más usual entre las clases acomodadas y que no falta en los fondos de armario de ningún bonito señorito de los que van al Rocío con carreta VIP o a las casetas privadas de la Feria.
El rosa y el pistacho con los pertinentes pantalones de colores en amalgamas siempre conjuntadísimas son una atrevida fantasía femenina a la que no se niegan los hombres de posibles. Otra cosa son los masculinos de extracción humilde y clase obrera, que le tienen terror a los tonos llamativos:
—Pero, Rocío, por tu madre, ¿tú quieres que vaya por ahí hecho un mamarracho? Ahora mismo vas y me descambias este jersey por otro azul marino.
—Pero si el rosa se lleva mucho…
—Que lo lleve quien lo lleve. A mí no me vistes tú de mariquita.
Si se tiene en cuenta la historia, que nos da por la medida de lo que fuimos lo que somos, comprenderemos que estos mismos que se niegan al rosa, fueron los que en el siglo XVIII jamás se hubiesen colocado una peluca de bucles blancos en la cabeza ni un cuello de chorreras en la camisa. En los aspectos indumentarios, el pueblo demócrata es mucho más conservador que la propia élite conservadora.
Anodino, ajeno a tales desajustes, sin ser exactamente ni rico ni pobre, obedece a su esposa y a la moda, y con su jersey rosa y la caña del mediodía es feliz. Y, como feliz y conforme, no comprende el revuelo que se ha montado en pro y en contra de la lucha contra la violencia de género ni las consecuentes manifestaciones feministas.
Si fuese por él, no habría violencia de género en absoluto ¿violentarse contra las mujeres, para qué? Lo que hay que hacer en todo caso es educarlas en las buenas costumbres, pues ese sexo bello que por naturaleza tiende a la humildad, la sumisión, la generosidad y las gracias delicadas, si no hubiese sido malmetido con ambiciones impropias, seguiría siendo como siempre, inofensivo.
A él, particularmente, las mujeres no le dan ninguna lata. A su esposa, que trabaja de administrativa -pero a lo que se ve hace horas extra- no la ve casi por casa, su suegra lo considera tan aburrido que por no sacarle chispa ni se mete con él y su hija de doce años, en fin, su tierna hija le dice eres un capullo, pero, claro, hay que entender que esos son los modos de expresión de los jóvenes hoy día.
Quien realmente le trae problemas no son las mujeres de la familia, sino su niño José Antonio, que con poco más de dieciocho, ya es abierto militante de Vox:
—Pero vamos a ver, Joselito, ¿a ti que se te ha perdido en ese partido radical?
—Perdido, perdido, nada. Lo que he hecho es encontrar el espíritu patriótico, que tanta falta hace en este país, porque esta gentuza lo que quiere es destruir España con tanto independentismo y tanto inmigrante invasor, qué vergüenza. Si los dejamos hasta nos quitan las corridas de toros y por ahí sí que no paso; la patria o es con toros o ya no es.
—Vale, Joselín, a mí eso de los toros también me parece muy bonito, pero no es necesario que para defender la fiesta nacional te metas en un partido minoritario. Tanto yo, como tus ancestros, los Borregos legítimos, han ido siempre con la mayoría.
—Soy joven, papá, y tengo que ser rebelde ¿ Es que tú nunca has sido joven?
—¿Yo? ¿Pero de qué estás hablando? Yo siempre he sido Anodino y me ha ido muy bien así. Nuestra casta ha tenido el gran honor de defender siempre el pellejo a cualquier edad por encima de todas las cosas; sin dignidad, sin principios, pero vivos hasta que no haya más remedio. La verdad es que no pareces hijo mío…
—Bueno, eso se lo preguntas a mamá si algún día la pillas en casa, ahora estamos hablando de Vox
—¿Pero tú qué sabes de Vox?
—Lo que dice todo el mundo.
—Ay, menos mal, me estaba preocupando. Ya entiendo que eres un Borrego legítimo. Un Borrego de los pies a la cabeza.
—Gracias, papi, y ya que estamos de confidencias, también tengo que decirte que estoy enamorado y que esa mujer me da fuerzas para seguir en mi lucha.
—¿Pero no eres demasiado joven para enamorarte?
—Ella tiene madurez por los dos. Su edad me compensa de los años que me faltan. Es rubia, es guapa, es Pitit…
—No sigas, chico, no sigas, ¿Pitita Pijigualda? Tú me vas a dar el día…
—Pero si no es feminista, papá…
—Ya, ya, eso seguro, ¿pues sabes lo que te digo? Que cien feministas juntas no son tan peligrosas como Pitita.
—Y eso ¿por qué? Todos los chicos de mi clase son de Vox y están enamorados de Pitita.
—Me superas, Joselín, eres más Borrego que yo mismo; un Borrego camino al matadero.
—Me gusta tu jersey, papá ¿Tienes por ahí cincuenta euros?
Los del chaleco amarillo
de la Francia de Macron
que ahora salen a porrillo
y ponen las calles llenas,
la tricolor por bandera,
sólo les falta un tractor
amarillo por demás…
y a Vox le falta un hervor;
lo cierto es que ha salido
a por todas y nada más;
lo han votado en el pueblo
y más en la capital,
mucho joven, poco viejo;
no es revolución silente
como se aprecia en las redes
sociales; es diferente
de aquélla que comenzaba
casi siempre en Carcagente
con escritura ilustrada
y aquel vozarrón del carca…
Hoy han bajado la voz
a costa de la escritura;
eso les resta finura
y necesitan un Vox.
Digo yo….
Saludos
No era cosa de pensar
que, después de tantos años,
planeara en los escaños
la sombra de Blas Piñar,
mas a costa de abusar
del canovismo,
le dio al chaval que pensar
que lo igual
siempre es lo mismo
y por variar,
como lo más de lo más,
se apuntó al fascismo,
cual si fuese novedad.
Pues está pez en historia,
es normal
que le falle la memoria
y se apunte a la causa hitleriana
y salude a la romana
y, sin saber escribir,
alce su VOX en latín,
que la historia es estribillo
y se suele repetir
que dé la lata el chiquillo.
Ya avisaba Benavente
y otros más recientemente
del tributo que pagaba
por indolente, la gente
de aquella ciudad alegre
y por tanto confiada;
hoy ya tira de genética
al abrigo de la cuesta
de las rebajas de enero
y hace como que despierta
de un mal sueño pasajero,
mas el sueño es verdadero;
la pirámide ya estaba,
desde la base a la cúspide,
adiposa y saturada;
los fondos que le llegaban,
al estrecharse las vías,
por arriba deambulaban;
en la base manos pías
abiertas y al cielo alzadas;
hasta el cura que decía
la misa de la mañana
misacantano quedaba…
No hace falta profecía,
¡se acabó lo que se daba!