Hace unos días recibí por guasap una foto de Anodino Borrego con la leyenda Feliz 2019, no sé si incluso en inglés, Happy new year o así. Estaba él con una copa de champán en gesto de brindis, un árbol de Navidad a sus espaldas y unos cuernos de reno sobre su cabeza. En fin, las modas globales mandan, aunque a quien escribe le choque esta facilidad con la que hoy día se ponen los cuernos los españoles, con lo mala relación que han tenido con ellos en tiempos no tan remotos. Digamos que han sido los cuernos (o la sombra de su sospecha ), los que han desatado tantos crímenes pasionales, ahora llamados violencia de género y han hecho posible gran parte del excelso teatro barroco. Sin cuernos es difícil entender la obra del gran Calderón de la Barca ni las corridas de toros, pero, aunque parece que soplan vientos favorables para recuperar las tradiciones más castizas del terruño; himno, rojigualda y salve romana, el tema del honor se ve que anda algo difuso, por lo menos, en el imaginero simbólico o estético. Un autorretrato de hombre astado (ay, si esto lo viesen nuestros venerables ancestros), es lo más de lo más ahora que también ellos apuestan por el violeta con mucho más de pose que de fondo.
Con la gran sutileza que requieren tales asuntos delicados le sugiero a Borrego que elimine esos cuernos de la foto, no vaya a dar pasto a las malas lenguas…
–¿Y por qué no me voy a poner yo los cuernos si todo el mundo se los pone?- replica Anodino con uno de sus argumentos incontestables.
–Claro que sí, Borrego, tú a lo tuyo.
Por mi parte, me temo que con o sin cuernos no soy una entusiasta del Año Nuevo, como de ninguna fecha señalada. Creo que el tema de los cómputos en años y meses es el intento inútil de atrapar la materia incontable del tiempo en una convención humana, que es por tanto muy dudosa. Los años son artificios burocráticos que sirven para organizar meriendas alegres con tartas en los tiempos despreocupados de la infancia, pero, a partir de cierta edad, sólo producen bajones y melancolía.
Por otra parte, tengo la idea de que están mal diseñados, sobre todo, desde la reforma de Numa Pompilio, ese antipático rey de Roma que los hizo comenzar en invierno, creando para ello el mes de enero, que es para mí un mes aborrecible por lo que trae de frío, sabañones y constipados con muchos mocos. Como todos los que somos de sangre malagueña, odio toda temperatura que baje de los veinte grados, por lo que creo que el año, si ha de ser, tendría que comenzar en primavera, como antes de Numa y sus reformas ¿No era acaso marzo un mes mejor para inaugurar el calendario?
¿Tal vez no necesitamos el ánimo del dios Marte guerrillero para afrontar una nueva temporada antes que la imagen de un Jano bifronte con dos caras, con lo que lleva eso de dual y, por tanto, de poco fiable?
Enero es el mes de los saldos, de las sobras, en el que se comen los mantecados del fondo de la caja que nadie quiso y se compra la ropa que en ésta u otras temporadas no le gustó a nadie, también es el mes de la cuesta; el de la resaca desolada, después de la ebriedad del consumo navideño. Es el mes en que el ser humano, dolorosamente lúcido de nuevo, saca con mirada cabizbaja la olla exprés del fondo de armario de cocina y se prepara un cocido de legumbres. Eso es, me temo, enero; nada, en fin, como para tirar cohetes.
Al año nuevo no le pido nada, porque antes creo en los Reyes Magos que en los años, sobre todo si empiezan en enero. Si enero se dejase hablar podría sugerirle en todo caso, que trajese menos humedad y ninguna helada y que me explicase, ya puestos, el resultado de las elecciones en Andalucía, que viene con dos caras como Jano.
Si lo pienso fría y objetivamente, por más que digan lo contrario, a mí me parece que quien ha ganado es la abstención, pero como la abstención no puede gobernar , ahora se monta este confuso guirigay, que, puestos al título del artículo, huele también un poquito a cuernos.
Por la nueva amenaza de la ultraderecha no habría que preocuparse tanto, es un fenómeno que aparece, como el independentismo, en tiempos de crisis como lo demuestra la historia. Si se resuelve la crisis, se esfumará; digamos la económica y la del sector educativo, porque, en fin, no hay mejor caldo de cultivo para los fanatismos que la ignorancia. La culpa de que los alevines no aprendan la historia no la tienen los profesores de historia, que, como sus colegas, son soldados rasos ante el pelotón de fusilamiento. El nuevo gobierno ya anticipa que dará a los profesores categoría de autoridad. Ojalá, porque hay algunos que ya sólo se conformarían con garantizar su integridad física.
Hay también una promesa de la que se habla mucho. Se trata de que el nuevo presidente de la Junta, al ser malagueño, va a descentralizar la cosa y a favorecer con más recursos a estos lares. Va a tener que cumplirla, porque por aquí se han quedado ya con la copla y está claro que, desde ya, se insistirá mucho en el tema.
A este futuro Parlamento le va a tocar ponerse las pilas e hilar muy fino, porque se han forjado muchas expectativas y va a estar vigiladísimo tanto por dentro como por fuera y está claro que, a estas alturas, nadie tiene garantizada la conclusión de la legislatura.
Esperamos por su bien y por el nuestro que se esmeren y nos ganen por los hechos; ésa es la verdadera victoria. Muy pocos van a querer que regrese el general Pavía, que tan chunga tuvo esta plaza.