Qué grata sorpresa

3 Ago

Querido amigo, Leoncio:

No te puedes imaginar la alegría que me he llevado esta mañana al recibir por paquetexpress tu última novela. Temí por un momento que se tratase de algún pedido no deseado, pues, dado el volumen del objeto, no podía figurarme que fuera un libro.

Tampoco el chico que vino a entregarlo, quien entre el peso de la carga y el terral que debió poner plomo sobre su cabeza, vino resoplando de muy malos modos (ya sabes cómo está hoy día la juventud, que no tiene respeto por nada…).

En fin, en fin, 1.000 páginas; qué generosidad, chico. Creo yo que con esta novela tuya se me va a hacer cortísimo el verano. Por la amenidad que caracteriza a tus escritos, sé que será carga ligera cuando la lleve conmigo a la playa y asimismo será un placer liviano ojearla, sentado en la silla plegable frente al mar, mientras recibo el frescor tonificante de las brisas marinas. Tú ya sabes que esta silla es nueva y resistente, pues la del verano anterior, de modo inexplicable, se quebró y se hundió en la arena, mientras leía el segundo tomo de tu iluminado y lúdico ensayo, «Breve introducción sobre la aplicación de la maquinaria agrícola a la economía rural de la comunidad de Aragón en el último tercio del siglo XIX», con el que, como puedes figurarte, disfruté muchísimo; vamos, vamos, que ni Jovellanos en sus mejores tiempos…

Ahora, como he leído en la sinopsis, el asunto de esta trama no se presenta nada menos interesante, ya que pese a que la estrategia narrativa gire en torno a un crimen de un individuo inidentificable en circunstancias misteriosísimas -argumento de inaudita originalidad, por cierto- no resulta más que una mera excusa para arrancando de ahí, exponer la historia de las locomotoras de vapor durante la Revolución Industrial; tema que, como sé, te apasiona sobremanera y del que eres un maestro al abordar hasta los detalles más minuciosos. Y es que cuando tú te pones a describir una locomotora, lo haces a conciencia, sin perderte un detalle de piezas y engranajes internos. Así que ya me puedo imaginar la clase de materia fascinante que encierran estas páginas, que sin poderme resistir más ya les di un primer vistazo y tan atrapado quedé que confundí realidad con ficción, ficción con sueño…y sólo desperté cuando mi esposa Matilde me dio una voz bien de cerca para llamarme a comer, que con el tonito que se gasta y la sugestión que tenía, creí que escuchaba silbar una locomotora a todo gas que se me venía encima.

Del estilo, qué te puedo decir, es soberbio como siempre, con todas esas sinuosidades: paráfrasis, perífrasis, retruécanos, hiperbatones y polisíndetones; que para hacer alusión a una palabra, dices cincuenta sin que llegue a averiguarse qué palabra es. Eso es estilo, caramba; las locomotoras claras y todo lo demás oscurísimo, pues, como tú siempre dices la novela es un deleite estético para las almas delicadas y no un burdo relato sin más, de modo que, a este objeto, no hay razón ni remota como para que la gente se entere absolutamente de nada. Lo elegante es sugerir, sin tener que sugerir nada en concreto, acumulando tropecientas imágenes oníricas, una detrás de la otra.

Claro que me haces un honor, al pedirme que revise con escrupuloso celo cada una de las mil páginas en busca de alguna posible errata si la hubiere, pero, caramba, cómo voy a meterme yo, pobre de mí, a enmendarle la plana a un maestro como tú, de tamaña categoría. De modo que te digo desde ya, que te des por corregido, pues no soy digno de encargarme de una tarea que es tan apasionante como imposible y que resulta desmedida en suma para mis capacidades.

Tu novela, querido Leoncio, está bien como está, con sus mil páginas y su final abierto, que es un final en sí mismo, allá vayan los simplones que se crean que con la lectura de los 140 capítulos se van a enterar de quién es el asesino, como si eso tuviera que importarles lo más mínimo. Lo importante son las locomotoras y al asesino que le vayan dando, me cachis.

Por eso, querido amigo mío, yo te aconsejo que no continúes con la saga y que, si lo hicieres, te tomes tu tiempo, porque superar este magnífico volumen con otro similar va a ser ardua tarea. Ahora que si te empeñas, como sé yo que tanto te empeñas en las cosas, te he de comunicar una pequeña, pequeñísima contrariedad, en el caso de que, como habitúas, me envíes el ejemplar el próximo verano. Verás, Leoncio, voy a cambiar de domicilio por cuestiones de salud, pues tú sabes de mis crónicas crisis de reuma y mi intolerancia a la humedad, así que igual me mudo, pero estoy entre irme a Pernambuco o a la Conchinchina y todavía no lo tengo muy claro.

Por tanto, no pudiéndote dar mis nuevas señas, es mejor que no te molestes en enviarme el nuevo ejemplar hasta próximo aviso. Esto me duele en el alma, porque ya sabes cómo me solazan tus escritos, pero, hijo, la salud es lo principal.

Sin más que decir, se despide de ti con un fuerte abrazo, tu amigo Paciencio.

 

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