La felicidad, ja, ja, ja

25 May

No tengo muy claro que los tontos sean felices. Para mí, la felicidad es un talento de sabios, como decía el libreto de «La flauta mágica» de Mozart.

Cuando pienso en un hombre feliz, pienso en Horacio, poeta romano y augusteo, que vivió siempre dichoso, dedicado a sus versos, en el bucólico apartamiento de su finca de la Sabina.

Sin inquietudes económicas residía en dicho lugar que le financió Mecenas, un rico protector que le dio nombre a todos aquellos que, a partir de entonces, se dedicaron a tales menesteres de amparar artistas y que hoy, por desgracia, están en extinción.

Horacio, como ya hemos dicho, vivía muy feliz. No pagaba alquiler ni hipoteca y Mecenas, a cambio de su prodigalidad, sólo le pedía al vate un panegírico de vez en cuando y que lo invitase por primavera a un banquete que, naturalmente, costeaba también él mismo.

Así Quintus Horatius Flaccus pasó a ponerse un poco «gordus» y, gozoso y sereno, cantaba con delicado metro a la fuente de Bandusia, a la cabritilla que triscaba en el monte y a la poda, la siega y la siembra de sus tierras, que eran muchas y trabajaban otros, mientras él los contemplaba, recostado en su triclinio, después del almuerzo. No los explotaba ni les daba órdenes. De eso se encargaba su capataz, Gaius Flagelius Sadicus, al que a veces le reprendía si se pasaba con el látigo:

-Por Talia, Sadicus, no seas tan bestia, hazme el favor.

La finca de Horacio era una delicia, compuesta por una magnífica villa y un montón de hectáreas y tan apartada de todo, que no le llegaban las críticas de nadie si se la criticaban. Por supuesto Horacio no tenía Twitter, ni Facebook ni nada de eso y, si lo hubiese tenido, jamás lo habría abierto, prueba de su sabiduría, aunque, de todos modos, prueba de su sabiduría también, es que la opinión de los demás le importaba una higa. Era de los que decían, «ande yo caliente, ríase la gente», y, dicho esto, se coronaba la cabeza de pámpanos y escribía un épodo, una oda o una sátira.

En su fastuosa mansión, condenaba las pasiones; la ambición material y el ansia de poder, que llevan al sufrimiento y se decía sólo amante de los placeres sencillos. Tampoco tenía penas de amor, porque el hombre no estaba por padecer lo más mínimo y porque le daba que eso iba a disminuir su rendimiento creativo. Que el amor bloquea ya lo dirían después otros pensadores, como Ortega y Gasset, quien lo definió como «estado de imbecilidad transitoria» y muchos creadores convienen aún en ello, si se lee la novela gráfica «Memorias de un hombre en pijama» de Paco Roca, que trata de un dibujante, su alter ego, que pierde la inspiración cuando se enamora de una chica. Por estas cuestiones del rendimiento, algunas compañías de seguros congregaban a sus empleados los fines de semana en reuniones de adiestramiento para aconsejarles que no tuviesen relaciones sexuales a fin de que, con toda la testosterona inhibida, fueran más enérgicos con las ventas y no por otro asunto se concentran los futbolistas, apartados de sus mujeres, la noche anterior al partido.

Bajo estas feroces premisas, los seguidores de Isco, insultaron y amenazaron a su novia, la actriz, Sara Sálamo, culpándola del debilitamiento del jugador en el campo. Llegar a esta conclusión no les ha resultado difícil al ver la cantidad de fotos que la pareja cuelga en las redes, haciéndose toda clase de cucamonas y proclamando a los cuatro vientos lo felices que son, lo cual despierta una envidia inevitable, tanto entre los que son futboleros como entre los que no. No es la primera vez que pasa, claro está, cada vez que una pareja feliz salta a los medios, se desencadena el odio masivo como un huracán despendejado. Ahí están los casos de Penélope Cruz y Javier Bardem, Sara Carbonero e Iker Casillas y Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, por ejemplo.

La envidia es, en fin, un defecto muy tonto, porque hace sufrir lo indecible al que la padece del modo más gratuito y le impide la felicidad, que, de otra parte, conviene lógicamente llevar en secreto, si uno quiere conservarla, pues tiene este arma la mar de ardides para amargar a cuantos la provocan y multiplica sus efectos cuanto mayor es el número de aguijones venenosos.

Lo que ocurre es que el amor es por naturaleza imprudente y altera un poquito el comportamiento, ya lo decía Horatius Flaccus; un hombre sabio, si se considera que nunca pagó la hipoteca de la suntuosa residencia que habitaba.

El enamorado, en cambio, preso de sus sentimientos y sin Mecenas, se encadena a una hipoteca de por vida, como si no hubiese un mañana, como si no hubiera paparazzi ni opinión pública, sobre todo, cuando uno es público.

El amor vuelve burgués al comunista y lo pone gastoso en plan Madame Bovary; el amor a una mujer o a la buena vida, que de ése no se libra casi nadie.

Hace falta ser Horacio para predicar la austeridad y los placeres sencillos, mientras se vive, a cuenta de otro, en una lujosa finca de tropecientas hectáreas. Ése sí que era sabio; sabía latín.

4 respuestas a «La felicidad, ja, ja, ja»

  1. Los tontos podrán tal vez no ser felices
    cuestión planteada a la ligera
    pues son envidiados por los que dicen
    que los tontos envejecen a su manera
    libres de envidias, de arrugas en la cara
    y en lo que toca a su edad, nunca está clara.
    Sin llegar a ser Horacio, Dios nos libre
    predicando austeridad tenemos hoy
    a todo un presidente llamado Rajoy
    indolente y tranquilo, de gran calibre
    de cuyo recorte salió ese esclavo
    de la casa; y de la casa al trabajo;
    recorte nefasto, lo diga quien lo diga
    cuando el placer que acompaña al trabajo
    no pone a buen recaudo la fatiga.
    No pasa milenio sin que maraville
    esa forma de vida horaciana
    soñada literatura del mañana,
    el carpe diem y el beatus ille…
    Si tomamos como ejemplo a Fray Luis
    horaciano y prisionero a su pesar
    no le espantó el medio ni quiso escapar
    pudiéndolo; además, ¡sabía latín!

    “Aquí la envidia y la mentira
    me tuvieron encerrado.
    Dichoso el humilde estado
    del sabio que se retira
    de aqueste mundo malvado,
    y con pobre mesa y casa
    en el campo deleitoso
    con sólo Dios se compasa,
    y a solas su vida pasa,
    ni envidiado ni envidioso”

    • Sabio, Fray Luis, quién lo duda,
      pero nació en un país
      de envidias morrocotudas.
      Lo odiaban los dominicos,
      pues le ganaba las cátedras
      y hacían mucho el ridículo,
      así la liaron parda
      e inventaron lerdas causas
      para llevarlo al patíbulo;
      que si era obscenidad,
      traducir la santa Biblia
      en el lenguaje vulgar
      y sacar a relucir
      De Salomón el Cantar
      de los cantares,
      menuda inmoralidad.
      Vivir en comunidad
      nunca ha sido causa fácil
      y también hay mucho malaje,
      suelto en la Universidad.
      Se explicará que este fraile
      soñará la soledad
      mientras sufría la cárcel
      y retirarse
      a aquella calma horaciana,
      pues con los hombres brillantes,
      no hay caridad cristiana
      y siendo de raza hispana,
      van al infierno del Dante.

      • Lo peor del entramado
        cuando compras soledad
        invirtiendo en pareado
        (futuro nido de amor)
        que te descuides y ya
        encuentres otro adosado
        donde hubo un almendro en flor.
        Y gente dando “amotazos”
        con música, botellón
        bocinazos y pitidos,
        que así como el horaciano
        se acomodan los ruidos
        en el ideal siciliano,
        marcando la diferencia
        con otro tiempo más sano
        más la toma de conciencia
        que llegando ciertas horas
        “chitarra, suona più piano”
        (que también recuerda a Horacio)

        • Cuando callan las cigarras,
          armados de botellones,
          vienen los nenes macarras
          y se ponen vacilones,
          que dan mucho la tabarra,
          al coger los colocones,
          ¿Por qué la noche es tan larga?
          preguntábale Atahualpa
          a la guitarra…

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