Manual para lectores y escritores en la Feria del Libro

27 Abr

Hoy comienza en Málaga la Feria del Libro y los escritores saltarán al ruedo de la Plaza de la Merced para ofrecer sus mercancías, que son producto de mucho trabajo aislado y solitario, pues en eso consiste más que nada el oficio de escritor, sobre todo, cuando ha elegido la narrativa como modo de expresión y ha de maquinar las tramas en su laboratorio de anacoreta, que no resiste muchas veces el ruido de la calle, si no es en esa etapa previa de observación, donde se recogen materiales para ir construyendo esa historia que luego habrá de redactarse a costa de renunciar a cenas con amigos, a paseos en esplendidas tardes de primavera, a baños de mar, a moragas y verbenas, a los morosos y despreocupados veranos, en fin, de la infancia.
Se puede comprender que la elección del verso sea una opción mucho más mediterránea. En países de clima tentador, lo suyo es salir al aire libre, provisto de un cuaderno, y atesorar versos anotados a pie de calle, en los cafés, en los parques o atraparlos mientras llegan susurrados por el rumor rizado de las olas, mientras uno pierde la mirada pensativa en el horizonte.
La narrativa, en cambio, es propia de países fríos, donde los inviernos interminables sugieren quedarse en casa. Así se entiende que Rusia sea el marco ideal para que Un Tolstoi o un Dostoievski escribieran novelas, más allá de las setecientas páginas, al amor del hogar, esquivando las nevadas intemperies.
Pero, como es el género quien lo elige a uno y no todos podemos ser poetas, por más que el clima lo aconseje en estas otras latitudes, hay que ceder a estas contraindicaciones y renunciar a las provocaciones de la bienaventurada climatología, tan acorde para la fiesta, y retirarse a la puñetera torre de marfil, como esos estudiantes empollones que se preparan los exámenes, mientras los demás se van de juerga.
Por lo demás, estar a solas, no es plato de disgusto para los escritores, esos tímidos irredentos, que hemos de comunicar por escrito lo que nos cuesta tanto hacer cara a cara. El problema es que después de la escritura del libro llega la promoción y eso sí que resulta un sobreesfuerzo para quien padece de agorafobia, para quien publica, y, sin embargo, tiene tanto miedo al público.
En las Ferias del Libro ves caras mortificadas de escritores, por naturaleza retraídos, deseando y a la vez temiendo el contacto humano. Se trata de vendedores sin vocación que se debaten entre la necesidad de vender un producto y a la vez de evaporarse y ser invisibles. El escritor no es, por lo general, un buen relaciones públicas, si lo fuese, estaría en otra empresa, sin embargo, necesita del lector pues sin él no es un ser completo; sin él, sencillamente, no tiene ningún sentido lo que hace. El escritor propone una obra cuando la escribe, pero esa obra nunca termina de ser escrita hasta que el último lector la lee. Todo esto es muy bonito en teoría, mientras el escritor es un ente y el lector otro ente medio abstracto y utópico, pero en las distancias cortas, el tema es bastante más complicado, pues ambas realidades se materializan. Tanto en un plano como en otro, la situación se puede volver muy incómoda. Como lectora, lo que he sido siempre por encima de todas las cosas, me he acobardado un montón al sentir la presencia física de un escritor que admiro a pie de caseta. El lector como el escritor suele ser tímido y no sabe qué hacer. Le da vergüenza pedirle la firma y se piensa miles de veces las palabras con las que se la va a pedir.
Al final, si uno se decide, sale lo que sale, un diálogo muy torpe entre dos tímidos irremediables:
-Hola, soy tal, me encantan sus libros- dice uno algo cagado.
-Muchas gracias- dice el escritor algo cagado también (¿qué hay que decir cuando te encuentras con un admirador para estar a la altura de una admiración que no crees merecerte?).
Lo normal es que, en estos habituales casos, el escritor resulte de tímido antipático, como engañosamente parecen todos los tímidos.
El diálogo, fluido y verdadero, se producirá en silencio cuando el lector se anime a leer la obra y, si es perspicaz, sabrá que el autor sólo es elocuente por escrito y por eso, precisamente, es escritor.
Un escritor muy simpático y locuaz es cosa rarísima y sabremos que si lo logra es porque se ha sometido a un intenso entrenamiento, pero, qué va a ser, hay que intentarlo. Yo sé, desde todos los planos, la maldición que es la timidez y todos los esfuerzos que supone superarla.
Nunca me creí capaz de hablar en público, de leer en público, de ser entrevistada para un programa de radio o ir a un plató de televisión. Pero tampoco puedo entender que un escrito valga gran cosa sin llegar a los lectores. Así, sin más, me parece un acto de onanismo gratuito.
En cuanto a las ventas, por más que propaguen fantasías ciertas revistas, nadie se hace rico por vender libros. En la literatura, como en el amor, no se trata de ganar, sino de gozar muchas veces con el sufrimiento propio como los místicos. Siempre es más feliz quien ama que quien es amado y a la fama, como está claro, se llega por otros atajos.
Quien siente la literatura como el amor se debe a las letras y, más allá de cualquier objetivo, seguirá escribiendo con y sin reconocimiento y leerá por encima de todas las cosas.

Una respuesta a «Manual para lectores y escritores en la Feria del Libro»

  1. Cuando parecía por fin encontrado
    el placer del rincón favorito, a lo lejos
    entre olores de aceite y “pescao” frito
    se acercaba con prisa el Mediterráneo
    trasmutándose en playa la orilla de un lago
    y una puesta de sol en ocaso infinito…
    Qué hago, qué digo, si no puedo hablar
    como habla el héroe del libro,
    ni en fluido francés o italiano
    y es que por no hablar yo no hablaba
    ni siquiera en español castizo.
    Pero esto venía de antiguo;
    metido en el mundo de otros
    habitantes que son de los libros
    aprendía de todos sus nombres
    olvidándome del mío mismo
    y a veces de la que venía conmigo…
    Queriendo mitigar, el corazón tañe,
    encuentra solución con un tema de cine
    “Je suis timide… mais je me soigne”
    ingenua pretensión, ridículo alucine.
    Mas hablamos de hablar, oh, Dios mío
    que termine pronto el castigo…

    Mucho ánimo y mucha suerte, Lola
    ¡y avanti con esos libros!

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