Inauguro esta esplendida mañana de primavera con la resaca de esa historia, sobre la que gira la película que quería incluir en este artículo por pensar que sería mi favorita del presente Festival de Cine de Málaga. A veces, pasa eso; te seduce un argumento al leerlo en el programa y creas sobre él expectativas que es la manera más propicia de llevarte una decepción, pero cuando tu tiempo es limitado y tienes que elegir, te asomas al libretito como a un quiosco de cupones y apuestas por un número, según te seduce la combinación de las cifras.
Las sinopsis como las imágenes de promoción de un cartel son un reclamo decisivo para atraer al público y así yo caí rendida ante esa trama surrealista, que promete una lucha de cofrades por la presidencia de su hermandad, lo cual trae a la mente prometedores ecos a lo Buñuel y a lo Berlanga, por lo menos. Contaba el logrado resumen de “Mi querida cofradía” que Carmen; católica, apostólica y malagueña, dedicada en cuerpo y alma a su hermandad, veía con ilusión llegar el día en que fuese elegida hermano mayor hasta que, con sorpresa, se ve desbancada en el cargo por Ignacio, su máximo rival y, lejos de aceptarlo, montará en cólera hasta cometer toda clase de disparates y una que sabe que desde el rosario de la aurora, las rivalidades entre cofradías y en su seno son materia pintoresca, le encontraba a la trama” serias” posibilidades de esperpento barroco.
Sin embargo, la historia está contada desde dentro con perspectiva amable de cofrade y descubre realidades paralelas. El intríngulis de todo discurre por derroteros feministas, pues resulta que, en la mayoría de las cofradías, no es nada aceptable que una mujer sea elegida hermana mayor por méritos que haga para ello y a menudo se ve relegada al segundo plano de las mantillas sin poder ostentar la vara de mando (o como se llame, que no lo tengo muy claro).
En definitiva, la comedia es contenida y respetuosa, más allá de este toque reivindicativo, y no tiene nada que ver con aquella otra película iconoclasta “Nadie conoce a nadie”, que dibujaba en términos tan paródicos, descarnados e irreverentes la Semana Santa de Sevilla y que tal vez a día de hoy hubiera levantado fuertes polémicas, habida cuenta de que la intolerancia fundamentalista hace que el humor ande con pies de plomo para no ofender, que es cosa casi imposible en estos tiempos, pues a poco que te sueltes, cualquier broma es sacada de quicio y tachada de racista, misógina u homófoba.
Por lo demás, la fórmula cómica de esta película recurre a recetas algo añejas, que sacan a relucir un homenaje desteñido al primer Almodóvar, retratando escenas de costumbrismo estrafalario, que protagoniza” en plan” Chus Lampreave, una vecina con mala mano para hacer torrijas y una hija al borde de un ataque de nervios a pique del divorcio de un marido algo tontón. Y una vez más, se deja sentir el revival del humor a lo Poncela, pues como en aquella comedia reciente, “La noche que mi madre mató a mi padre”, la principal tensión se genera en torno a un semidifunto, Ignacio, que la atribulada Carmen ha sedado por error con diazepam y que ha de ocultar a las continuas visitas inoportunas que recibe en casa, produciéndose así las situaciones equívocas que dan pie a las risas del público.
Pese a todo, la comedia se deja ver bastante bien si no se llevan excesivas expectativas. Cuenta lo que quiere contar y, a este respecto, cumple con su objetivo.
Sin demasiadas pretensiones y con la magnífica interpretación de José Sacristán, “Formentera Lady” aborda también con pinceladas de humor, el drama de un hippy ya abuelo, que se aferra a su pasado de los 70 en una isla, de la que van desertando los últimos pobladores de lo que fue un paraíso de libertad despreocupada, que ya no es posible en pleno siglo XXI. Es una película “sencilla, diáfana y directa”, como la describió muy emocionado Sacristán sobre el escenario del teatro Cervantes y tal vez por ello ha sido la que más me ha gustado de cuantas he podido ver en este Festival.
Personalmente, prefiero las tramas que, sin caer en la simpleza, no apabullan con aparentes pretensiones de complejidad, que muchas veces se quedan en simples pretensiones, logrando, todo lo más, culminar en un tremendo tostón. La calidad no está reñida con la amenidad, sino todo lo contrario, pero hay quien piensa que cuanto más ininteligible es un producto artístico, más valor representa, tal vez porque los tostones han sido sobrevalorados por cierto sector de los críticos en otros tiempos pretéritos.
No fue el caso de “Belle de jour”, película emblemática de Luis Buñuel, quien pese a ser un adalid del surrealismo más delirante, siempre conseguía ser divertido y mantener la atención sin descartar las metáforas oníricas más enigmáticas. Por ello, entendiendo que “Ana de día” es un guiño, desde el propio título, a este film inolvidable de Buñuel, me parece más que un flaco homenaje, pues antes que remedar el inimitable lenguaje buñueliano, se propone imitar lo peor de Gonzalo Suárez, Víctor Erice, Isabel Coixet y Carlos Saura, y digo lo peor, porque resulta una acumulación, sin ton ni son, de tiempos muertos, secuencias estáticas, silencios pretenciosos que no dicen nada y eso que llaman morosidad lírica, pero que con poca pericia, no es sino una mala digestión de lo que un día representó la calidad, pero, eso sí, sin ninguna chispa.
Posiblemente, no he acertado con la elección de las películas, que me he perdido algo, pues no quiero pensar que aún no se haya descubierto una forma original de contar historias, propia del siglo XXI, sin recurrir a la mera imitación de viejas fórmulas del siglo pasado. Con todo, mantengo la esperanza, y sigo y seguiré a pie de alfombra roja, en busca de esa película formidable. Tal vez no se estrene este año ni el próximo, pero hay que mantener encendida la hoguera para que surja la chispa, y surgirá. Que no decaiga.