No me ha tocado la Lotería. Ni el gordo ni la pedrea. Este artículo que leéis hoy, lo escribí ayer, sin tener aún ninguna certeza, pero creo que puedo anticiparme a los hechos, pues, como, para la mayor parte de vosotros, perder en el sorteo de Navidad, o más bien, no ganar, entra en mis rutinas anuales.
Este año, sin embargo, había cargado las tintas de la esperanza y compré varios décimos, encomendándome a El Cautivo. Intento ahora olvidar sus terminaciones, pues la cartera donde tenía los boletos, la perdí al bajar de un taxi en Sevilla y quien la encontrase- o la robase, de eso no estoy muy segura- tal vez esté ahora celebrando el hallazgo- o el robo- con champán. Con cava no, pues creo que este año hay boicot a los productos catalanes.
Aquella tarde de mediados de noviembre que extravié los décimos había quedado con el escritor Javier Salvago para intercambiar algunas impresiones, pues poco después iba él a presentar mi novela en la librería «La isla de Siltolá». Sin embargo no pudimos hablar apenas, ya que, en cuanto nos sentamos a la mesa del café, descubrí la pérdida de la cartera y aquel rato que concertamos para la charla, lo pasó él, buscando mi cartera por las inmediaciones y yo intentando anular las tarjetas bancarias por teléfono.
De este modo, supe que aquel autor al que he admirado durante tantos años por su magnífico hacer literario, es además una excelente persona y pensé que, al fin y al cabo, mi accidente era un mal menor, si, por él, recobraba la fe en el género humano.
En esa cartera, además de los décimos, llevaba mucho dinero que había sacado para invitar a los asistentes al acto y, por supuesto, a Salvago.
No hubo lugar y fueron ellos los que tuvieron que invitarme, muy preocupados por la situación. Las peores circunstancias son las que te demuestran que, de veras, hay en este mundo gente maravillosa, de esa que ya creías que ni existía.
Javier Sánchez, el magnánimo propietario de la librería, nos abrió las puertas de su local con su amabilidad característica y una botella de Palo Cortado de tan gran exquisitez, que nos confortó a todos el corazón.
Javier Salvago hizo una presentación prodigiosa de mi libro, a tal punto que hasta no me pareció tan malo como me dijo algún sector de personas entre las cuales abundaban quienes ni siquiera lo habían leído.
Al terminar el acto, nos fuimos de cervezas al bar de enfrente, sin poder yo invitar, qué apuro, y dejándome invitar por ellos. La última ronda corrió a cargo de mi fiel amigo, Víctor Díaz León; un tipo estupendo, generoso y humano, donde los haya.
La cartera, a aquellas alturas, me daba igual, aunque ahora piense en los décimos un poquito. Pero ¿Y qué si los perdí? Qué mejor lotería puede haber que encontrarse rodeada de buenas personas.
He visto en estos días una película de Gracia Querejeta, «Felices 140». El argumento consistía en que una mujer invita a su exnovio, familiares y amigos a una magnífica mansión en la playa para celebrar su 40 cumpleaños.
Durante dicha celebración, les anuncia a los asistentes que ha ganado 140 millones en el Euromillón. A partir de entonces, aquellos supuestos amigos y queridos familiares no piensan sino en cómo arrebatarle un pellizco de su fortuna. Ponen el dinero por encima de cualquier lealtad y se revelan como aves de rapiña. Y ha de ocurrir esto para que la protagonista, fenomenalmente interpretada por Maribel Verdú, se dé cuenta de que está sola en el mundo. Únicamente, su sobrino, de quince años, la quiere de un modo desinteresado.
Si el azar me besa en la frente y he de saber que todos cuantos me rodean son buitres leonados, prefiero pasar de largo ante el golpe de la Fortuna.
Yo lo perdí todo en un momento; dinero, documentos, tarjetas…. Crees que así, sin nada, todos te darán la espalda y, no obstante, es en esa coyuntura que descubres una humanidad que no sospechabas.
He vuelto a comprar décimos después de aquello y afirmo a día de hoy que no fueron premiados; en verdad lo espero; es mejor. La experiencia me ha dicho que sólo en el infortunio, encuentras a esas personas que te hacen sentir que no estás sola y que, al fin y al cabo, la vida vale la pena. Por Fortuna.
Ese Gordo tan amigo
de la vida y de los sueños
de incontables desvalidos
y de sus magros bolsillos
una vez más ha caído
cerquita del domicilio
como un bombardeo masivo
de jolgorio y taponazos
en un ambiente festivo
con más gracia que agraciados
que no se dan por perdidos
y aguardan con impaciencia
a que llegue la del Niño
pues si no no tiene ciencia
Y a falta de un buen amigo…
Mas ¿por qué tentar al Hado?
Si hay alguien que está al loro
y no se le da de lado
ése se llama Montoro
¡Mira que si te ha tocado…!
Feliz Navidad y que la Fortuna te acompañe siempre, Lola
El Gordo siempre me toca
porque es un tío pelota,
que se llama Rafael,
aunque a efectos pascuales,
bien le vale
ser nombrado Papa Noël,
me dice ¿qué tal, chiquilla?
y, cuando entro en el súper,
me toca la campanilla.
Su barriga es de relleno,
pues no le engorda el jornal
que gana
solamente en Navidad.
Se uniforma de pascuero
y esconde sus mustias raftas
con una peluca blanca.
No tiene ni da dinero,
más cuando salgo del súper
me regala un caramelo
y, aunque no sea Raphael
me canta «El tamborilero»,
caminito de Belén.
https://www.youtube.com/watch?v=sPosjY-Ac74