Volvemos a ese atávico y paleto estado de las cosas que cifra el honor de la mujer en la entrepierna. Una chica se siente culpable de su propia violación, pues ha perdido su pureza que es, a día de hoy, su más alta prenda (ojo, el día de hoy se ubica en pleno siglo XXI). Y se siente culpable no sólo a nivel psicológico, sino también porque, fácticamente, un juzgado puede dictaminar que lo es; que sus violadores son víctimas y ella elemento asertivo. No se trata de una novedad; la cosa es tendencia, pues hay ya antecedente por un proceso similar en la Feria de Málaga.
En tales circunstancias, puede parecer una nimiedad reivindicar que haya habido mujeres artistas silenciadas a lo largo de la historia. El ningunear su talento intelectual es también un delito contra su honor, pero ¿quién piensa en eso cuando la calibración de la hembra ha vuelto a sopesarse en términos animales?
Hay raros oasis de cordura donde aún esto importa, sin embargo. Me refiero al CAL (Centro Andaluz de las Letras), donde se está impartiendo un curso sobre “las hijas del 27; escritoras invisibles en la posguerra española” en comunidad con la Cátedra Unesco de Comunicación de la Universidad de Málaga.
Para empezar, habría que decir que dicha generación siempre se ha estudiado de modo incompleto, no sólo porque en los libros de texto al uso se hayan silenciado la nómina de las escritoras, sino también porque hay muy pocos que citen a los dos autores malagueños; Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. Y, de camino, también a José María Hinojosa, José María Souvirón, Juan Rejano y etc, etc…
¿A quién le importa entonces que se silencie por tanto a Concha Méndez, Ernestina Champourcín, Teresa León o Rosa Chacel, entre un largo etcétera. Algunas de ellas, siendo pareja de escritores, eran, si acaso, mencionadas como tales a pie de foto.
Cuando la escritora Teresa León figuraba en una imagen junto a Rafael Alberti, el atento cronista añadía como leyenda «El poeta Rafael Alberti y su bellísima esposa». ¿Qué otra aspiración puede tener una mujer que la de ser bellísima? Y, como ahora observamos, ´conservar su pureza´.
Otras, ni siquiera, tuvieron tanta suerte. Concha Méndez, casada con Manuel Altolaguirre, no siendo tan agraciada fue acusada de viriloide, entre otras lindezas, porque además de escritora, era deportista (asunto sospechoso) en el texto La Venus mecánica de José Díaz Fernández.
Las mujeres del 27 tuvieron que librar una larga lucha para hacerse de un nombre en el panorama literario contra las burlas y suspicacias de ciertos elementos masculinos, y es cierto que lo lograron, aunque también que fue por breve tiempo, lo que duró la Segunda República, ya que al imponerse la dictadura de Franco tuvieron que partir para el exilio. Su exilio no fue sólo de la patria, sino también del futuro. En la España vencedora, la mujer había de ser recuperada para el hogar; el cuidado del marido y de los hijos y, con feroces campañas publicitarias, se le prohibió cualquier actividad intelectual. La consigna era limpiar, cocinar, obedecer al esposo, estar guapa y disponible para recibirlo cuando regresara del trabajo, asumir su inferioridad y nunca, nunca, nunca, llevarle la contraria.
Serrano Suñer que fue uno de los constructores de tal ideal pretendió casarse con Pilar Primo de Rivera, fundadora de la Sección Femenina, para encarnar el ideal de este tipo de matrimonio perfecto, pero ella no accedió y la tuvo en arresto domiciliario.
Las malas lenguas decían que Serrano Suñer había sido amante del artista malagueño Miguel de Molina y que, siendo rechazado por él, por despecho, mandó sicarios para que le diesen una paliza de muerte, que persuadió al infiel a buscar refugio en Argentina. Las cosas del querer, una película maravillosa, trata de este tema.
En fin, hay secuelas, muchas, de todo aquello, pero no se puede decir que desde la dictadura hasta hoy hubo una continuidad en los perjuicios a las mujeres.
Con la transición, se dio un respiro y la igualdad resultó ser un hecho perceptible. Nos despreocupamos de la amenaza de los clichés machistas, pues no eran entonces preocupantes. Había ídolos como Maruja Torres, Cristina Almeida, Rosa Montero, Victoria Prego, Pilar Miró y un sinfín de féminas que nos avalaban. Nos sentíamos seguras, fuertes, ahora no, ¿qué ha pasado? ¿A qué se debe este pasmoso retroceso?
Yo misma dije hace algunos años que no tenía sentido seguir con esa lucha, que ya habíamos logrado lo que queríamos, pero, ay, eso fue hace un tiempo, y ahora hemos vuelto a perder. Lo sé porque reconozco las mismas burlas, sátiras, menosprecios y ninguneos que aquellas mujeres del 27 y me identifico con ellas para gran sorpresa mía.
Los estereotipos ancestrales nos persiguen a niveles insospechados y, cuando escribo este texto u otros, me asaltan por internet ofertas de moda de última temporada y chismes de famosillos que me importan un pimiento.
El colmo de los colmos es que reivindicar los derechos de la mujer está muy mal visto en el entorno femenino. Si lo hace un hombre, es un tío sensible –de hecho, son ellos los que ganan los premios de narrativa sobre igualdad de oportunidades– pero si lo hacemos nosotras, somos unas histéricas.
La dificultad, sin embargo, me estimula. Todo lo que he hecho, lo hice con dificultad, hasta nacer. Estudié latín cuando estaba desapareciendo la materia de los planes de estudio y quise oficiliaciarme como escritora en un tiempo en el que nadie lee.
Ser mujer se ha vuelto otra vez difícil, pues, ea, en la dificultad a crecerse. A eso vamos.